En el fondo de una casa de Malvín, a pocos metros del ruido del mar, los niños circulaban con las manos manchadas de acuarela y los ojos encendidos. Era 1963 y, sin saberlo, Nená Badaró estaba fundando algo más que un espacio para pintar. Entre crayolas, hojas y meriendas, nació un taller que respiraba libertad en tiempos en que el aire comenzaba a volverse espeso. Lo llamaron después Taller Malvín, pero durante años fue simplemente “el taller de Nená”, un lugar donde el arte servía de abrigo y la docencia se sostenía en la experiencia compartida.
Nená era artista textil, pero sobre todo era una formadora con una escucha poco común. Supo ver en cada alumno algo irrepetible. En los años más duros de la dictadura, su taller se transformó en un refugio. “Brindó un lugar de desahogo, de descompresión, un respiradero que permitía soltar y expresarse en tiempos donde no se podía hacerlo libremente”, cuenta su nieto, el músico y docente Felipe Badaró, que acaba de defender una tesis de maestría que rescata su legado. El trabajo se titula El taller que huele a mar: la historia de vida de Nená Badaró y su presencia germinal como formadora de docentes, y fue presentado en la Maestría en Ciencias Humanas, opción Teorías y Prácticas en Educación, de la Facultad de Humanidades de la Universidad de la República (ver abajo).
La matriz Malvín
“Como todas las mujeres de mi época estaba destinada a ser exclusivamente ama de casa. Pero al tomar la decisión de ingresar a la Escuela de Bellas Artes sentí que daba el grito de liberación”, recordaba Nená cuando se realizó la muestra Puntadas de Luz en su homenaje en el Museo Blanes, en 2017. Aquella resolución, contaba, significó “acariciar el cielo. Fue una decisión sin retorno”.
En esa ruptura se encendió la raíz de su obra y un modo de mirar el mundo desde la libertad y la curiosidad, sin pedir permiso.
Su casa se convirtió pronto en espacio de encuentro. Artistas, vecinas y niños cruzaban la puerta con la misma naturalidad con la que se entra a una cocina familiar. Según cuentan sus discípulos, Nená enseñaba sin jerarquías, con la convicción de que el arte no se impone, se comparte Es por eso que su legado no fue solo estético, sino también ético y pedagógico.
El Taller Malvín no se parecía a una escuela, ni pretendía serlo. Nená impulsó allí una metodología basada en la observación, la experimentación y la libre expresión, algo que Felipe define como “la matriz Malvín”.
“A pesar de ser una artista plástica excelente, sobre todo en la rama textil, el Taller Malvín fue su proyecto de vida. Formó a más de mil docentes de artes plásticas en unos 35 años”, cuenta a Domingo sobre el espacio que estuvo activo hasta 1999.
Allí, donde los límites entre la vida familiar y la enseñanza se disolvían, Nená construyó comunidad. Su esposo Pepe, sus hijos, los amigos de la cuadra, todos participaron de esa trama. “No había pereza en Nená. Siempre estaba dispuesta, dándolo todo”, recuerda la artista Claudia Anselmi, quien participó en la investigación de Felipe.
Su obra textil nació en diálogo con los años 60, una época de experimentación y efervescencia. Anselmi, una de sus discípulas, escribió en 2017 que el trabajo de Nená se enmarcaba “en el pop de los años 60, con signos que construye e inventa la autora”.
Nená también tuvo una larga vinculación con el teatro y fue diseñadora de escenografía y vestuario de diversas obras. En la década de 1970 su actividad artística fue intensa, expuso individualmente y participó en exposiciones colectivas y encuentros textiles. Más de 160 de sus obras, incluyendo tapices y vestimenta, fueron adquiridos por coleccionistas de Alemania, Argentina, Brasil, Estados Unidos, Francia, Perú y Uruguay. Pero, de aquellos años, lo que más destaca Anselmi es la forma en que concibió la enseñanza.
“Consciente de la importancia de los talleres de plástica específicos para niños, desarrolló otra línea de enseñanza: la formación de docentes en el área artístico-expresiva”, anota. En ese gesto se resume buena parte de su mirada, la de formar a quienes luego formarían y expandir el arte como una red afectiva y colectiva.
El legado en diálogo
Décadas más tarde, ese legado vuelve a ponerse en movimiento a través de la voz de su nieto. Felipe Badaró llegó a la maestría sin un tema definido, hasta que su tutora, María Inés Copelo, lo alentó a revisar su propia historia: la formación de su madre y de su padre, ambos vinculados al arte y la docencia, y el trabajo pionero de su abuela.
“En las charlas con ella empezaron a quedar muy claras las influencias de los talleres de mi familia, pero sobre todo del taller de artes plásticas de mi abuela. Había una línea muy marcada que indicaba un camino hacia ella”, recuerda.
La investigación se consolidó así como un ejercicio de reconstrucción familiar y cultural. Más que un homenaje, se propuso identificar continuidades, tensiones y transformaciones dentro de una tradición pedagógica que atravesó tres generaciones. En el proceso, las conversaciones que Felipe mantuvo con Nená antes de su fallecimiento en 2023 resultaron fundamentales. Allí emergió la figura de una artista preocupada por el sentido social del arte y por la formación de docentes capaces de promover la expresión y la sensibilidad con las infancias.
En la tesis, Felipe analiza esa trayectoria desde una mirada múltiple y, para eso, distingue tres capas: la de Nená y su generación, marcada por los años de cierre institucional de Bellas Artes y la expansión de los talleres independientes; la de sus herederos directos —como Liliana Silva, Claudia Anselmi y Álvaro Fernández— que continuaron su enfoque en distintos ámbitos educativos; y la suya propia, que se inserta en una contemporaneidad atravesada por nuevas metodologías, tecnologías y formas de aprendizaje colaborativo.
Esa lectura intergeneracional permitió, sostiene el autor, comprender el taller no solo como un espacio físico, sino como una metodología en evolución. “A Nená le interesaba saber qué pensaban las generaciones más jóvenes, cómo veían el mundo. Su espíritu era el de volver a preguntar, rehacer, revisar”, apunta. Esa actitud —más que una técnica o una corriente estética— es lo que su investigación busca documentar, un modo de enseñar desde la escucha y la adaptación constante al presente.
Felipe trabajó con fotografías, documentos, obras, fragmentos de entrevistas y descripciones sensoriales que reconstruyen la atmósfera del Taller Malvín. A lo largo del trabajo, propuso una lectura de la educación artística como práctica afectiva y política, donde enseñar no se reduce a transmitir conocimientos, sino a generar espacios de confianza, expresión y cuidado. “En la historia de Nená y del Taller Malvín se ve con claridad que se trata de un camino basado en afectos. La memoria y los vínculos construyeron ese espacio a lo largo de más de 30 años”.
Pero abordar una historia tan próxima implicó un reto particular. “Lo más difícil fue encontrar la forma de aproximarme a alguien tan ligado a mí, pero desde un lugar reflexivo y crítico”, explica. Esa tensión entre la implicación afectiva y la mirada analítica se resolvió en lo que se llama reflexividad, un enfoque que permite observar lo propio sin perder la sensibilidad que lo sostiene. “Producimos instancias de alejamiento. Seguimos involucrados, pero nos permitimos tomar cierta distancia para reflexionar sobre los acontecimientos, entendernos implicados y, a la vez, ser críticos con nosotros mismos”.
El proceso no fue solitario. Felipe forma parte de un grupo de investigación que lo acompañó en las distintas etapas, junto con su tutora. “Las miradas de mis compañeros y de los autores con los que dialogué fueron esenciales”, cuenta. El trabajo completo estará disponible en el repositorio institucional de la Udelar (colibri.udelar.edu.uy) a partir de la próxima semana.
Hoy, el nombre del Taller Malvín conserva muchos significados. Más que una casa de barrio donde se mezclaban pinceles y telas, representa una forma de entender la educación artística como práctica viva, sensible al contexto y al tiempo. Felipe espera que su investigación prolongue esa búsqueda, abierta y compartida, que su abuela inició: “Que inspire a quienes estén en este camino, que ayude a narrar y construir otras historias. La vida de Nená genera admiración, pero también invita a pensar un camino propio, a descubrirse a uno mismo”.
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