Para entender el amor de Mirta Gaye por las latas de galletitas inglesas hay que retroceder cuatro décadas y ubicarse en su niñez: la hoy profesora de inglés pasaba horas jugando con una lata de metal que su abuelo le había regalado y ella había llenado de caracoles. Resulta que el señor trabajaba en la Western Telegraph Company y sus jefes, como buenos ingleses, respetaban a rajatabla la hora del té. En una de esas tantas meriendas, al hombre se le ocurrió pedir una lata vacía a sus superiores para llevársela a su nieta de 7 años.
Desde entonces, ese bello objeto que tenía a una dama de capelina roja en el frente, pasó a ser el pasatiempo preferido de Mirta. “Fue mi juguete durante gran parte de mi infancia. Con los años se perdió, no sé si mi abuela la tiró en una limpieza, pero desapareció, y como era tan atesorado para mí siempre me quedó eso grabado”, cuenta Mirta Gaye a Domingo.
Pasó el tiempo y el recuerdo quedó resonando en su memoria, hasta que un día, cuando tenía 30 años, se cruzó con una lata muy similar a aquella tan añorada en la feria de Tristán Narvaja y no dudó en llevársela a su casa.
“Apenas la tuve en mis manos fue como hacer un viaje a esos días tan lindos de la infancia. Compré esa a 200 pesos, conseguí otras por internet y así fui entrando en el mundo de la colección”, cuenta quien hoy acumula 360 latas y siempre tiene una en vista.
El requisito para integrarlas a la colección es que provengan del Reino Unido: tienen que haber sido fabricadas en Inglaterra, Irlanda o Escocia. La mayoría, dice, las consiguió en Uruguay, recorriendo ferias, anticuarios o caminando por 18 de Julio.
Otras las obtuvo luego de una muestra que hizo en el Museo de Historia del Arte (MuHAr) en 2019: muchos de los que asistieron se contactaron con ella para donarle latas.
“Hay algunas muy parecidas que son brasileñas pero por el diseño, el motivo, la forma y la terminación detecto que son inglesas. Tengo ojo clínico”, asegura entre risas.
Lo máximo que llegó a pagar por una lata fueron $ 2.000. Era una de Huntley&Palmers de 1936 que consiguió en un anticuario de Colonia. “Era cara porque es una lata antigua, con un diseño diferente: unos niños jugando en la nieve”, justifica.
Las 360 están relevadas en una planilla de Excel -con año y nombre- y clasificadas por fabricante: la mayoría son de Huntley&Palmers y Peek & Co. Muchas las tiene en vitrinas de vidrio en medio de su living; otras tantas están guardadas en valijas debajo de las camas, por un tema de espacio.
Dedica muchas horas a su colección: siempre está intentando actualizarla y conseguir la mayor cantidad de información posible, aunque no es tarea simple. Los datos de las latas Huntley&Palmers los recolectó en un viaje a Reading, ciudad inglesa donde se encuentra el museo del que fue el principal fabricante de galletitas del mundo: allí tienen registros detallados de todas las latas producidas. En el resto de los casos, dice, la información no es tan accesible para los usuarios.
“Los ingleses sacan muchas latas conmemorativas según los hechos históricos, entonces tenés que investigar por qué la sacaron. Recurro a internet pero voy a sitios confiables, como son museos, para que la información sea real”, afirma.
La lata más antigua de la colección data de 1850, tiene una imagen de la reina Victoria y se hizo para celebrar uno de sus Jubileos. “La conseguí en Tristán Narvaja, un día de lluvia, en medio de guantes, medias y zapatos”, relata. La más nueva, en cambio, se la trajo una amiga de Londres -siempre que alguien de confianza viaja aprovecha para hacer un encargo- y se fabricó para la coronación del rey Carlos III. Esas galletas sí las pudo probar: “Son deliciosas, de manteca, es como una ceremonia comerlas”, asegura quien se reúne a menudo durante el invierno con un grupo de amigas a tomar el té. “Una de mis amigas cocina muy rico y nos recibe a todas con su vajilla inglesa. Hace poco llevé las galletas que me trajeron de Inglaterra para compartir pero con la condición de que me traía de vuelta la lata”, dice.

Otra de las más preciadas es una de Huntley&Palmers con la imagen de la reina Isabel y el rey Felipe que se creó para conmemorar esa boda real. Es importante, además, por haber sido la primera hecha en metal luego de la Segunda Guerra Mundial: durante el período bélico las galletas se envolvían en papel porque el metal estaba reservado a la fabricación de armas.
Perdurar y transmitir

Es profesora de inglés, aficionada a la historia y a la nobleza: se informa sobre las noticias, como la salud de la princesa Kate y prefiere ver documentales a series ficcionadas, aunque reconoce que tiene pendiente The Crown.
Intuye que fue ese juguete de la niñez y el trabajo de su abuelo lo que la llevó por este camino. Lo cierto es que maneja cantidad de anécdotas y tiene gran capacidad para vincular los hechos de antaño a las galletitas: “En todos los sucesos a nivel mundial de gran trascendencia siempre había una galleta detrás”, dice convencida.
Y procede a contar cómo y por qué nacieron las dichosas latas: “Huntley&Palmers era una panadería que vendía galletas envueltas en papel a los viajantes. Con la Revolución Industrial se empieza a producir en masa, el barco a vapor y el tren permitían distribuir en regiones que antes era imposible llegar y eso hacía que fuera necesario proteger las galletas para evitar que se rompan en el trayecto. La mejor opción que encontraron fueron las latas”.
Relata, además, que cuando los empleados de Huntley&Palmers tuvieron que ir al frente a pelear en la Segunda Guerra Mundial, las mujeres tomaron la posta en las plantas: “Terminaron fabricando galletas para el Ejército. Un soldado en el frente tenía un puñado de galletas que no se echaba a perder y podía ser su comida para todo el día. Ahí tenemos el rol de la galleta en la guerra”.
La colección de Mirta tuvo algunos hitos. Estuvo en el Concurso Nacional de Mesas de Té de Conchillas y fue muy reconfortante para ella acercarla a gente que aprecia tanto esta tradición. En 2019 expuso en la Embajada Británica con gran éxito: “El plazo se extendió, agarramos las vacaciones de julio y recibimos chicos de colegios y UTU para visitas guiadas y charlas”, indica. En 2022 repitió la experiencia en la Embajada durante el Día del Patrimonio con motivo de los 70 años del reinado de Isabel II.
Lo que más disfruta de la colección es poder compartirla con otros, ya que tiene mucha historia detrás que merece ser contada. Aunque no pensó qué quiere que pase con su tesoro cuando ella ya no esté, ansía que se perpetúe: “Me gustaría que alguien siguiera mis pasos y que la colección quedara accesible en un lugar para que pudiera ser compartida por la gente y poder así transmitir las vivencias de esas personas que trabajaron durante años en las fábricas y en momentos de la historia tan importantes”, cierra.