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Martín Fablet: "Salvo mis hijas, no me importa nada"

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Nota a Martin Fablet, locutor, periodista y comunicador uruguayo, en Radio Sarandi, Montevideo ND 20220621, foto Francisco Flores - Archivo El Pais
Francisco Flores/Archivo El Pais

EL PERSONAJE

El comunicador y empresario integra Las Cosas en su Sitio (Sarandí). En Canal 4 conduce Los 8 escalones, es parte de Buen Día y tiene una columna de cine en Vamo Arriba.

Mucho antes de que el shopping fuera el corazón de Punta Carretas, cuando había una cárcel en ese lugar y el barrio era mucho más familiar -y con un valor por metro cuadrado sensiblemente menor-, Martín Fablet llamaba la atención de los vecinos. Un día se lo veía recorrer las calles sobre el chasis de un viejo auto sin carrocería. Y al otro en una moto Harley-Davidson que él mismo había reparado en el taller que tenía junto a su padre, José Luis, en la casa familiar de Parva Domus y Ariosto.

Aunque nació en Pocitos, pasó buena parte de su vida en el barrio de La Farola, con el cual todavía se siente identificado pese a que desde hace años vive en el Buceo. Allí se crio prácticamente como hijo único, pese a que tiene una hermana mucho mayor que él, hija de un matrimonio anterior de su madre Mercedes Quartino. Con los años, el hijo de su media hermana (que vivía en España y no se podía hacer cargo de él) se vino a Montevideo a vivir con ellos. Hoy, su sobrino Federico trabaja en Martín Fablet y Cía, la empresa de tecnología que preside el comunicador, quien además mantiene acciones en la firma que fundó su padre, Fablet & Bertoni.

“Mis viejos eran dos personajes. Ella tenía siete años más que él y se casó en segundas nupcias teniendo una hija. Él era argentino y la conoció en Buenos Aires cuando hacía la carrera de Ingeniería, que abandonó para venirse a casar y a reparar televisores a Montevideo. Mis abuelos paternos estuvieron absolutamente en contra”, relata Fablet a Revista Domingo.

Su pasión por los “fierros” arranca con su padre, que rápidamente le permitió ayudarlo en su taller de Punta Carretas. “Él era prácticamente un mecánico profesional, un sibarita de la mecánica con formación de ingeniero y con una habilidad en sus manos extraordinaria”, recuerda.

Con el tiempo, su padre compró una propiedad ubicada a media cuadra de su casa, sobre la calle Ariosto, para montar allí su taller. Y ahí, los Fablet siguieron sin pasar desapercibidos. “Era divino ese lugar, único. Ahí empezamos a ver que cada vez que lo abríamos, la gente se acercaba y se interesaba por lo que estábamos haciendo. Entonces le dije al viejo de poner una vidriera. Y así fue que empezamos a vender algunas cosas. Entre ellas, ropa para motociclistas. También fue un lugar de encuentro para las motos. Pero un día apareció un tipo y nos compró el negocio”, rememora.

El día que todo cambió

Siempre dedicado a la tecnología (que admite hoy lo ha superado y por eso ha dejado la conducción de su firma en manos de jóvenes técnicos), un día se le ocurrió ofrecer sus productos en la radio. Algo similar a lo que hacía Chele Bella, el dueño de una zapatería que promocionaba sus calzados por TV con la particularidad de que los tiraba hacia atrás después de presentarlos.

Fablet conocía al padre del periodista Ignacio Álvarez, quien le dijo que fuera a visitar a su hijo, que recién había arrancado en la radio. “Le conté a Nacho lo que quería hacer y él me dijo que lo hiciera yo. Era un espacio pago, pero que funcionaba porque generaba un ida y vuelta con él”, dice. Empezó yendo un día a la semana a la radio, luego dos. Después dejó de pagar por el espacio. Y finalmente terminaron pagándole a él por trabajar en Sarandí, que hoy considera su segunda casa.

En la radio pasa buena parte de sus días, en los que hace múltiples tareas: además de estar en Las Cosas en su Sitio durante las mañanas y hasta las 13 horas, conduce Los 8 escalones reemplazando a su amigo Gustaf, es parte del equipo de Buen Día y tiene una columna de cine en Vamo Arriba (todos programas que integran la grilla de Canal 4).

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Martín Fablet con una de sus grandes pasiones.

Figura pública

Mucho antes estuvo en televisión con Álvarez en Zona Urbana. Y condujo La noche menos pensada, un programa de entrevistas y entretenimiento que hace una década cerraba la transmisión de Canal 4. A su vez, en 2008 cocondujo el reality de comedia musical Localidades agotadas (Canal 10), junto a la argentina Reina Reech, con quien terminó el vínculo en no muy buenos términos.

Fablet asegura que el haber hecho humor durante tanto tiempo no lo condiciona a la hora de aceptar un trabajo. “Yo soy de la postura de que todo me chupa un huevo; salvo las cosas de mis hijas, no me importa absolutamente nada. No siento que tenga nada que perder con lo que hago y digo. Quizás ese es el atractivo que yo pueda tener”, dice.

Políticamente incorrecto

Esa forma de asumir la comunicación le ha valido cataratas de críticas (no tiene problemas en admitir que es “odiado” por muchos). Y ser lapidado en Twitter un día sí y otro también. Dos de las últimas tormentas mediáticas se desataron cuando dijo que hay familiares de desaparecidos movilizados por el odio y cuando sugirió que, por seguridad, las niñas y adolescentes no deberían subir fotos en minifalda a las redes. “Hay mucho torcido en la vuelta, difícil de reconocer y difícil de que se reconozca él mismo”, sentencia.

Fablet asegura que lo único que lo afecta son los cuestionamientos de alguien que realmente lo conoce. “Las críticas por lo general van por el mismo lado, por el de lo político o el de machirulo”, señala. Y cuando se meten con sus hijas (tiene dos, una de 21 años y otra de 9, esta última de su matrimonio con Mariana Álvarez, la hermana de Nacho). “Hace poco le escribieron a mi hija grande algo así como ‘qué pena tener un padre como el que tenés’. Y eso no está bueno”, destaca.

El humor como forma de vida

Si hay algo que ha caracterizado siempre a Fablet es el humor. Hoy dice que ya no lo practica tanto frente a cámara (en radio sí porque el micrófono le permite “esconderse más”) porque se siente “viejo” para eso (tiene 59 años). Pero esto no quita que sus compañeros sigan siendo víctimas de sus chanzas. Un ejemplo de ello es el de Jaime Clara, a quien le ha llegado a soltar pájaros en el estudio y una vez le envió de forma anónima un revólver como regalo, sabiendo que el conductor odia las armas.

Para terminar esta nota, una anécdota que pinta el humor, que muchas veces bordea los límites, de Martín Fablet: Hace muchos años, la revista Pelo reprodujo una tarjeta personal de Buddy Holly, de cuando este pionero del rock (fallecido en 1959 con 22 años en un accidente aéreo) se dedicaba a vender instrumentos musicales. La recortó, la pegó en una cartulina y la empezó a ajar para darle una apariencia antigua. Al primero que engatusó fue al Pato Dana, bajista de Níquel, quien trabajaba con él: le dijo que la había comprado en un remate en Nueva York. El músico no lo podía creer. Y se la pidió para mostrársela a Jorge Nasser, el cantante de la banda, quien quedó atónito al ver la tarjeta de uno de sus ídolos.

La existencia de esa “pieza” de la historia del rock and roll llegó a oídos de los hermanos Berch y Aram Rupenian, quienes se la pidieron para exhibirla en un museo de la música que estaban proyectando. “Le pusieron un marco divino y un vidrio”, recuerda Fablet. El museo nunca se hizo. Y la tarjeta volvió a sus manos.

Cuando vino Eric Clapton por primera vez a Uruguay, en 1990, le llevó la tarjeta al Radisson, junto con una biografía del guitarrista. Le dijo a un integrante del staff que le quería regalar la tarjeta a cambio de que le autografiara el libro. Y sorprendentemente, el hombre le dijo que él mismo se la podía entregar, pero no se animó. El empleado llevó los dos objetos y regresó con un mensaje de Clapton que decía que no firmaba autógrafos, pero que le interesaba comprarle la tarjeta. Eso no pasó: lo que Fablet quería era su firma.

Con los años, cuando conducía La noche menos pensada, repitió el procedimiento con el grupo Aerosmith. Incluso fue con una cámara del programa al hotel. Steven Tyler aceptó el obsequio y le devolvió, también por intermedio de un ayudante, una muy agradecida carta de su puño y letra. ¿Será que la tarjeta trucha de Buddy Holly todavía se encuentra colgada en una de las paredes de la casa del cantante de Aerosmith?

Fablet en su barco
Fablet en su barco,

Sus pasiones

Los "fierros"

Siempre le gustaron los autos y las motos, especialmente las Harley-Davidson. Desde muy joven trabajó en el taller de su padre, un mecánico aficionado y meticuloso, con quien recuperó varios vehículos antiguos. Luego se mudaron y ampliaron el taller, transformándolo en un pequeño negocio que funcionó en Punta Carretas.

Navegar

Navegar es otra de sus pasiones, aunque casi le cuesta la vida. En octubre de 2010 venía de Juan Lacaze a Montevideo cuando comenzó a levantarse una sudestada. Las olas empezaron a golpear con fuerza el casco de madera, que no estaba calafateado como para soportar esos embates. Lo salvó la Armada Nacional. “Estuve realmente a punto de morir”, asegura.

El cine

Tiene una columna en Vamo Arriba (Canal 4), donde no solo recomienda lo que hay que ver, sino también lo que no hay que ver. Siempre ha consumido mucho cine, aunque ahora tiene poco tiempo por sus múltiples ocupaciones. “Me acuesto a la 1 y me levanto a las 5:30. Duermo muy poco”, dice con tono preocupado a Revista Domingo.

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