Fue la cámara 1 del fútbol uruguayo 30 años, estuvo en Mundiales y solo perdió la calma en dos oportunidades

Carlos Scotto es hoy Jefe de Operaciones de VTV, pero hasta el año pasado se ocupaba de la cámara principal de las transmisiones de fútbol y básquetbol. Su anecdotario va desde Pelé hasta Abreu y más.

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Carlos Scotto.
Foto: Darwin Borrelli.

La noche anterior a esta charla con Domingo, a Carlos Scotto (68 años) se le dio por revisar las acreditaciones que tiene guardadas en su casa, buscando una especie de ayuda memoria. “Son cajas y cajas, de lo que se te ocurra, desde deporte a coberturas internacionales”, dice quien comenzó hace más de 50 años como fotógrafo, estuvo 30 en lastransmisiones de fútbol y básquetbol en directo, y cuando ya estaba preparando todos sus papeles para jubilarse, en VTV le pidieron que asumiera el cargo de Jefe de Operaciones. “Puedo estar 12, 14 horas parado, corriendo, subiendo y bajando escaleras… para mí es un divertimento”, asegura quien hoy tiene bajo su responsabilidad, sumando GolTV, casi 2.000 programas por año.

Algo inimaginable para aquel niño nacido en Rivera en medio de “una pobreza de aquellas”. Carlos no conoció a su padre hasta pasados los 30 años. “Fue una sorpresa que me tenían y ahí me curé un poco”, señala. Su madre se casó tres veces, una de las cuales la hizo mudarse a Montevideo con la persona con la que tuvo otras dos hijas. La madre de ese hombre, su abuela postiza a quien define como “mi gran madre”, lo fue a buscar a Rivera cuando tenía 11 años.

“Apareció cuando yo vendía diarios con un shorcito y unas chancletas. Empecé vendiendo el diario Norte de Rivera y después los diarios que llegaban de Montevideo en la Onda, a las 10:45 de la mañana. Si me quedaba algún minutito, a alguna persona le alcanzaba un taxi”, recuerda de una época que asegura lo formó en la cultura del trabajo.

Fue eso y haber ido a un liceo armado por los curas del colegio al que concurrían sus hermanas. “Fueron cuatro años maravillosos en un liceo que lo formamos nosotros y lo cuidamos nosotros”, remarca. En quinto año se pasó para el IAVA porque ya la dictadura militar estaba complicando bastante las cosas.

Mientras tanto trabajaba en lo que surgiera. “Siempre tuve tres y cuatro trabajos”, cuenta y menciona sus épocas de reponedor en un supermercado Dumbo donde era personal de confianza o cuando vendía café Sorocabana con la “verde amarela”.

Las cosas empezarían a cambiar cuando se le dio por acompañar a un compañero de liceo que frecuentaba un estudio de cine y fotografía, en la calle Colonia 910. Se hacían muchas fiestas de la colectividad judía, un día faltó uno de los empleados y le propusieron ser asistente. “Mi abuela me compró un traje, me vistió de gente y allá fui. Ahí empezó todo”, rememora.

Dejó sus otros trabajos, pasó a ganar el doble y se formó en un oficio en el que fue evolucionando con la tecnología. “El cine, la moviola, armando y pegando toda la noche, el blanco y negro, los laboratorios, luego vino el color… Amanecía dentro del laboratorio”, resume.

Fanático de las fotos para catálogos, un día agarró la cámara de cine y se transformó en camarógrafo, su gran pasión. Evoca un poco con vergüenza que trabajó para el presidente de facto Gregorio “Goyo” Álvarez, pero en contrapartida toda la apertura democrática también desfiló frente a su lente.

Le iba muy bien, incluso se había casado. Pero perdió tres hijos en forma consecutiva. Nacían prematuros. Eso lo sumió en una profunda depresión. “Era la cumbre de mi carrera, cobraba dinerales, me llamaban de Buenos Aires… pero nada tenía sentido. ¿Sabés lo que es regalar los placares con ropita de bebé perfumada y cuidada?”, dice con ojos brillosos.

Se separó, bajó mucho de peso, dormía en un colchón en la casa de su hermana. La vida quiso que un día por la calle se cruzara con viejos colegas que lo invitaron a hacer un comercial con ellos. “A la semana estaba afeitado y otra vez trabajando. No podía hablar de la emoción que tenía”, relata sobre su vuelta a las fiestas, una de ellas un casamiento en el que conoció a su actual esposa, vecina de la novia. “Fue la persona que se bancó todo”, destaca de quien le dio una hijastra y dos hijos varones propios. Hoy tiene tres nietos de 12, 8 y 1 año.

La televisión

La argentina Torneos y Competencias comenzó a transmitir fútbol uruguayo en 1994. Carlos se sumó a la empresa en 1997 y siguió siendo parte cuando tomó la posta Paco Casal creando Tenfield. Durante 31 años trabajó en las transmisiones del fútbol en directo —a lo que luego se sumó el básquetbol—, la mayor parte como dueño de la cámara 1 (la que sigue todo el partido). Lo último que hizo como camarógrafo fue la consagración de Aguada como campeón de la Liga, en 2024.

“Nosotros ganábamos muy bien”, recuerda de la época de los argentinos. “Cobrábamos US$ 100 por partido, que era un dineral. Entre eso y las notas que hacía en la semana con técnicos y jugadores, ganaba casi US$ 4 mil por mes. Éramos ricos. Además nos atendían como los dioses: teníamos tremendos ómnibus, hoteles para descansar, comida… No se escatimaba en nada”, agrega sobre los años dorados de los que hoy algo se conserva, pero a la uruguaya.

Ya en la era Tenfield se agregó el Carnaval y lo cubrió 18 años. “Me enamoré”, sostiene alguien que no sabía nada de la Fiesta de Momo y de la que guarda como recuerdo la última nota que se le hizo a Pendota Meneses.

También trabajó para Canal 12 en las coberturas electorales y cuatro años para Canal 10 con los programas de Sergio Puglia. “Yo hice el primer Puglia Invita dentro de un barco, que fue el Eladia Isabel. Los invitados eran Imilce Viñas, Pepe Vázquez y Jorge Traverso”, apunta.

“Siempre les digo a todos los fotógrafos y camarógrafos que tienen que tener un sello, su impronta, su forma de hacer las cosas”, aconseja.

Con ese sello cruzó la frontera y estuvo en lugares complicados, desde el terremoto de Haití hasta misiones uruguayas en el Congo. “Cuando volví era otra persona”, afirma y escupe una historia tras otra, algunas que involucran balas, y siempre vuelve sobre un mismo tema: la maravilla de oír cantar a los lugareños. “Cuando ellos cantan, se te cae el mundo”, asegura. “Los filmé y hasta la cámara entendió porque se empezó a quedar sin batería y a apagarse con ellos cantando. Me quedé petrificado”, confiesa.

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Carlos Scotto.
Foto: Darwin Borrelli.

El fútbol

Conoce al dedillo todo el folclore y las carencias de las canchas del fútbol uruguayo, pero también ha sabido disfrutar de todo lo que da cubrir Eliminatorias y Mundiales. Convivió 23 días con la selección uruguaya de Daniel Pasarella cuando fue a aclimatarse a la altura de La Paz, estuvo rodeado de ex estrellas devenidas en periodistas en Alemania 2006 y disfrutó del que para él será un Mundial irrepetible: Sudáfrica 2010.

“Se dio todo y todo el mundo terminó hablando de Uruguay”, justifica. Fue ahí donde vivió uno de los dos momentos en que considera que perdió la cordura. El primero había sido unos años antes, cuando el gol de “El Chengue” Morales devolvía a la celeste a un Mundial tras años de ausencia; el segundo fue la noche que “El Loco” Abreu le picó el penal a Ghana.

Había dejado la cámara en el Centro de Prensa, una carpa fuera del estadio, y bajó corriendo las escalinatas a buscarla fuera de sí… pero él no se acuerda de nada. “Estaba en shock. Ahí entendés al hincha, se te cae la ficha. Nunca me había pasado”, relata de un momento que aparece en la película 3 millones, de Jaime Roos.

Si de emociones inexplicables hablamos, se le podría sumar un tercer momento, cuando por la Copa Uruguay 2022 su hijo Santiago le hizo un gol a Liverpool jugando por Defensor Sporting y se lo dedicó. Carlos, por supuesto, estaba en la cámara 1. Con Santiago las tuvo bravas en un momento en que, según él, se le descarriló, pero se supo recuperar y hoy disfruta su presente en Tacuarembó F.C. El más chico, que hasta hace poco trabajaba con él como chofer en VTV, está buscando retomar el fútbol como golero.

“Por ahora la casa está en orden. Pero las he pasado todas”, sostiene.

Dice que le gusta mucho conocer a los protagonistas de las historias que va a contar. “No es solo eso que está delante de la cámara, a eso lo ve todo el mundo. A mí me gusta conocer lo que está detrás de la persona”, expresa y se le vienen a la mente los dos casamientos de Alberto Kesman. Hizo el video de ambos. “Al primero llegó tarde porque se le rompió el pantalón”, revela entre risas.

Su trabajo le ha dado la posibilidad de conocer a sus ídolos de toda la vida. “He tenido el honor de…”, es una de sus frases más repetidas. Fue el caso del programa que hizo para la Conmebol con los campeones de la Copa Libertadores por sus 50 años o haber estrechado la mano de los campeones del Nacional del ’71. Esos mismos que cuando niño le hicieron vender miles de diarios en Rivera hasta las 4 de la mañana.

Y pudo conocer a su ídolo máximo, Pelé, a quien fue a grabar. “Un regalo de la vida. Ese día desayuné en Ezeiza, almorcé en Río de Janeiro y cené en San Pablo”, recuerda.

No se saca fotos con nadie, no pide camisetas ni piensa en la jubilación porque a varios de sus conocidos cuando se retiraron les pasó algo.

Muy en el fondo sigue siendo aquel niño de Rivera que no tenía casi nada. El que subía al ómnibus de la Onda cuando estaba vacío y tocaba los asientos porque “mi sueño era viajar”, cuenta y parece estar ahí.

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