En un atelier de Ciudad Vieja, los detalles de un botón o el bordado de una tela pueden demorar horas en nacer. No es un capricho ni una pieza destinada a pasar inadvertida. En el universo de Adil Zabiran (40), cada detalle es una puerta al siglo XIX.
El diseñador ruso, nacido en Siberia y radicado en Uruguay, se dedica a recrear la era victoriana con la fidelidad de un arqueólogo y la pasión de un artista. Lee e investiga para que luego sus manos puedan coser y bordar. Todo lo hace con un objetivo: devolver a la vida una época en la que, para él, la belleza habitaba en lo cotidiano y se revelaba en los detalles.
La historia de Adil con Uruguay comenzó en 2015, cuando visitó el país por primera vez y decidió quedarse hasta 2019. Regresó a Rusia con la idea de volver pronto, pero lo atrapó la pandemia. Ese encierro inesperado se convirtió en una escuela. “En esa época aprendí muchísimo sobre la era victoriana”, cuenta a Domingo, recordando cómo su interés surgió casi por casualidad. “Quería ir a un baile histórico en Rusia, pero me dijeron que el evento era exclusivo para quienes bailaban y vestían de la época. Empecé entonces a tomar clases de danza del siglo XIX y a confeccionar mi primer traje. Así, poco a poco, fui entendiendo cómo era el vestuario y qué detalles eran importantes. Desde ese primer baile, me apasioné totalmente, tanto por la parte estética como por la histórica”, resume.
Cuando finalmente pudo volver a Montevideo, en octubre de 2021, ya traía consigo una vocación definida: recrear, con especial atención, la moda de los años entre 1850 y 1865.
Trabajo minucioso
Todo lo que Adil sabe lo aprendió observando prendas originales en museos, ampliando fotos de catálogos, estudiando revistas de moda antiguas y leyendo novelas que describen usos y costumbres. Paso a paso fue comprendiendo las diferencias entre un vestido de 1852 y uno de 1858, cómo debía caer una crinolina y la manera correcta de cerrar los bordes interiores de una falda. Cada prenda que confecciona se mide siempre contra esa memoria histórica. No es un trabajo rápido. Un vestido puede demandar desde una semana hasta medio año, según la complejidad. Lo más difícil, cuenta, no es coser sino encontrar equivalencias: ¿cómo reemplazar la ballena de los corsets, la seda natural, los hilos o los bordados que ya no existen? Su respuesta suele ser la misma: hacerlo él mismo con los recursos disponibles.
“En el siglo XIX un botón era una obra de arte. Hoy lo vemos como algo utilitario, pero antes era un toque final pensado con amor”, dice.
Ese es el contraste que más le conmueve: la obsesión por el detalle de los victorianos frente a la velocidad y el descuido de la vida contemporánea. Cuando alguien prueba una de sus piezas, Adil busca provocar algo más que admiración estética. Cuando ese alguien se reconoce distinto en el espejo, él siente que logró su propósito. “Me hace feliz. No se trata solo de vestir, sino de sentirte en otra época”, dice. Y suma: “Ponerte un corset, una crinolina, o ropa interior de época, te transforma. Una señora me dijo una vez cuando se probó un corset: ‘Me siento protegida, y más femenina’. Es lo que busco, esa emoción”, comparte.
Del salón al comedor
Su predilección por la década de 1850 no es casual. Para él, se trata de un momento de inflexión donde la globalización comenzaba a tejer sus redes a través de la moda. También era un tiempo de revoluciones técnicas y científicas: la máquina de coser, los avances en química y farmacéutica, los utensilios domésticos que empezaban a sofisticarse. Incluso la pastelería moderna, nació allí. “Era un golpe de desarrollo en todos los aspectos de la vida”, resume el diseñador.
Por eso, la reconstrucción de época no se limita al vestuario. Adil, pastelero de oficio, ha convertido las recetas victorianas en otro terreno de exploración. Busca libros de cocina de mediados del XIX y prueba a recrear postres tradicionales. “Casi todos los platos que hoy conocemos como cocina clásica son de esa época”, dice.
Lo mismo ocurre con el baile, que descubrió por casualidad y hoy ocupa un lugar central en su vida. En Rusia aprendió danzas de salón del siglo XIX y mantiene contacto con coreógrafos especializados en estilos históricos. Participa en un formato que llama Leemos y bailamos, que consiste en tomar un manual de época, seguir los pasos descritos y practicarlos hasta recuperar la gracia original de los movimientos. “Un baile histórico, con personas vestidas de época, es un espectáculo increíble. Te transporta de verdad”, asegura.
Para nutrirse de fuentes, consulta viejas revistas de moda y las colecciones del Victoria and Albert Museum de Londres, el Metropolitan Museum de Nueva York y el Museum of Fine Arts de Boston. Curiosamente, nunca se apoyó en series como Bridgerton. “Sinceramente, nunca la vi”, dice entre risas. “Se ubica 30 o 40 años después de lo que yo hago. Lo que más puede inspirar a quienes tengan curiosidad es la serie Victoria (Prime Video) o películas como Lo que el viento se llevó, que reflejan la moda de la crinolina”, añade, dejando claro que su fidelidad a las fuentes es innegociable.
Adil habla con una calma que evidencia, de algún modo, por qué su búsqueda es también un acto contra la prisa del presente. “Hoy todo es rápido, siempre pensamos en el futuro y no prestamos atención a lo que ocurre en el momento. En la época victoriana cada detalle tenía importancia; había amor en esas cosas”, reflexiona quien, entre costuras invisibles, bordados minuciosos y recetas centenarias, reconstruye un siglo que se niega a desaparecer.
¿Dónde vestir y bailar?
Adil tiene un atelier que se puede visitar coordinando previamente a través de su página de instagram @crinoline.uy. Para participar de eventos de época, suele viajar a Buenos Aires, aunque acá en Montevideo la movida esté creciendo. “Allá se hacen bailes de época con frecuencia. Acá aún es muy inicial. Pero soy optimista porque vi cómo empezaron a desarrollarse casi de cero las fiestas de estilo vikingo, y hoy hay una comunidad grande. Salen fiestas medievales cada dos o tres meses. Espero que lo mismo pase con la era victoriana”, finaliza.
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