¿Cuál es el verdadero Rivera? La historia del rostro en disputa del primer presidente uruguayo

Su imagen sigue siendo un enigma, pero un hallazgo reabre una vieja pregunta: ¿quién fue, realmente, el hombre detrás del uniforme?

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Obra de Baltasar Verazzi en 1864 siguiendo el original de Amadeo Gras de 1833.

Fructuoso Rivera, el primer presidente de Uruguay, es un hombre de mil caras… y mil retratos. A lo largo de los años, ha sido inmortalizado con pelo lacio, rizado, más joven, más viejo, con mentón, sin mentón, con barba, sin barba. Cada pintor parecía tener una idea distinta de cómo debía ser el rostro del caudillo oriental. Lo curioso es que, pese a las muchas versiones de su imagen, no hay un solo retrato que se considere “oficial”. Incluso la opción más realista —un daguerrotipo tomado casi al final de su vida— nunca logró imponerse, ni en las designaciones oficiales ni en la memoria colectiva.

De hecho, las representaciones más conocidas derivan de una reproducción de un original perdido del francés Amadeo Gras, realizado en 1833, y reinterpretado una y otra vez a lo largo del tiempo. Sin embargo, la imagen casi canónica no es esa, sino la copia que realizó Baltasar Verazzi en 1864.

Ahora, la historiadora del arte Laura Malosetti, nueva directora delMuseo de Artes Decorativas, suma un nuevo ingrediente al enigma: un dibujo a pluma con un rostro distinto, que hasta hace poco permanecía oculto en la caja fuerte de un coleccionista europeo. ¿Cuál es el verdadero Rivera?

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Fotografía conservada del original de Amadeo Gras

Un rostro, muchas poses.

Gras y Verazzi lo representan con una mano apoyada sobre un escritorio, señalando documentos, en una postura que era común para retratar a figuras de autoridad. Pero en el retrato a pluma, firmado y fechado por el artista francés Alphonse Fermepin en 1850, se muestra a otro hombre: un Rivera joven, de piel tersa, cabello ondulado, nariz recta, labios finos, pómulos suaves y mandíbula poco marcada. “Tiene una mirada preciosa… pero creo que es mentira”, bromea Malosetti. Es una imagen que busca transmitir nobleza y poder, más cercana a un ideal estético que a una representación realista.

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Dibujo de Alphonse Fermepin

Verazzi, siguiendo el modelo de Gras, presenta a un Rivera maduro, de facciones más amplias y redondeadas. Su expresión es solemne y distante; el rostro luce una mandíbula más marcada y la boca apretada. El cabello es más oscuro y menos ondulado. La vestimenta, aún más ornamentada, refuerza su carácter de figura de poder.

El daguerrotipo (circa 1850) muestra, en cambio, la realidad: un anciano de cabello canoso, peinado hacia atrás. Su rostro es largo y anguloso, con cejas rectas y caídas, arrugas profundas, nariz prominente y pómulos marcados. Viste de civil, lo que lo aleja del aura militar y lo acerca a la figura de un político veterano. Su expresión no es imponente, sino la de un hombre cansado.

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Daguerrotipo de Rivera (circa 1850)

Blanes comenzó un óleo basado en esa imagen, pero no lo terminó. Sí concluyó otro en el que Rivera aparece recostado sobre un caballo —“le borró un poquito los ojos para hacerlo ambiguo”, apunta Malosetti—, pero obtuvo el mismo resultado que otros artistas que intentaron inmortalizar al general. Cándido López, Juan Manuel Besnes e Irigoyen, Gilberto Bellini, Miguel Benzo, Manuel Rosé, entre otros, tampoco lograron que sus obras “prevalecieran” como retrato oficial.

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Rivera por Juan Manuel Blanes
EL CAUDILLO QUE NO DEJÓ DE PELEAR: SU LEGADO

“Se la pasó peleando. Leo su biografía y me pregunto… ¿cómo hizo para vivir así?”, reflexiona la historiadora del arte Laura Malosetti sobre Fructuoso Rivera, dos veces presidente del recién creado Estado Oriental del Uruguay (en 1830 y 1839). “Y casi tres”, agrega.

Rivera fue designado miembro de un Triunvirato junto a Juan Antonio Lavalleja y Venancio Flores, pero nunca llegó a ejercer ese tercer mandato: murió regresando de Brasil en 1854.

Hijo de un estanciero y propietario de un saladero, opositor al monopolio español, Rivera nació en Florida en 1789. Desde los 21 años participó en distintas guerras y campañas militares: primero junto a José Gervasio Artigas en la batalla de Las Piedras, y luego enfrentándose a su antiguo compañero de armas, Lavalleja, en el marco de las luchas internas por el poder. Fue vencedor en la batalla de Rincón en 1825 y lideró la conquista de las Misiones Orientales en 1828, lo que consolidó su prestigio militar. En 1831 fue responsable de la masacre de Salsipuedes, donde varios centenares de charrúas fueron emboscados por Bernabé Rivera y sus hombres, en un episodio que marcó para siempre su legado. Dos años después derrocó al segundo presidente, Manuel Oribe, dando inicio así a la Guerra Grande, un conflicto que dividiría al país por más de una década.

Tras su derrota en la batalla de India Muerta en 1845 y en el marco del conflicto civil, partió al exilio y se instaló en Río de Janeiro.

Su figura trascendió sobre todo como caudillo y fundador del Partido Colorado, más que como primer presidente de la nación.

Otra historia.

El dilema con el dibujo de Fermepin es el siguiente: hacia 1838 circuló esta imagen que, se supone, fue tomada del natural y que tuvo gran difusión en el merchandising de su tiempo (pañuelos, abanicos...), consolidando un rostro que respondía más a un ideal político y estético —en oposición a Juan Manuel de Rosas y Manuel Oribe— que a la fisonomía real del primer presidente uruguayo. El original se perdió. Sin embargo, el ejemplar que reapareció está fechado en 1850. Más allá de la incongruencia cronológica —podría suponerse que escribió “1850” al dedicárselo a su propietario—, tampoco coincide con la edad del retratado: no parece el hombre de 49 años que era en 1838, y mucho menos alguien 12 años mayor. “¿Es el viejo dibujo que firmó más tarde para regalarlo? ¿O es una nueva versión?”, se pregunta Malosetti. No hay forma de saberlo.

¿Y quién lo conservó? John Le Long, un diplomático que actuó como árbitro en nombre de Inglaterra y Francia durante la independencia de Uruguay. Él atesoró el retrato y lo heredó a sus descendientes.

Para Malosetti, uno de los puntos clave de este hallazgo es repensar el lugar que ocupan las imágenes en la historia. No son meras “figuritas del pasado”, insiste: fueron piezas activas en la escena pública, capaces de castigar al poder, rendir homenaje o hacer presente a un líder ausente. A veces, también, de imponerlo.

Como los líderes que habitan los mármoles y los lienzos, Rivera sigue siendo un rostro en disputa: una imagen que cambia según quién la mire, y qué historia quiera contar.

UN ENIGMA POR HÉROE: EL RETRATO DE ARTIGAS

Los verdaderos rostros de otros héroes de los tiempos de la independencia también están cubiertos por el enigma. La historiadora Laura Malosetti ha investigado la producción de los retratos de figuras como José Gervasio Artigas, Manuel Belgrano, Simón Bolívar, José de San Martín, Javiera Carrera, Juana Azurduy, entre otros. “No importa cuál es el retrato verdadero, lo que importa es cuál fue el más eficaz. La respuesta más directa y obvia sería que es el que instaló el Estado, pero en casi ningún caso fue así”, dice a Domingo.

El mejor ejemplo es el de Artigas. “A nadie le gustó el cuadro de Juan Manuel Blanes”, apunta Malosetti. No obstante, Artigas en la puerta de la Ciudadela ofrece el semblante más reconocido del Prócer entre la cincuentena existente. Si bien esta pintura fue un encargo del gobierno de Máximo Santos en 1884, Blanes no la completó y, por lo tanto, no se exhibió hasta 1908, varios años después de la muerte del artista. Quien sí cumplió el encargo fue el italiano Giovanni Maraschini, quien se basó en la litografía de Alfred Demersay, la única representación hecha al natural de Artigas, cuando este tenía 83 años. El óleo de Maraschini muestra una versión rejuvenecida del dibujo, aunque igualmente lo representa calvo y con patillas blancas. Este retrato fue utilizado en billetes de la época.

Pero el “eficaz” fue el de Blanes, aunque las facciones que pintó no coinciden con las trazadas por Demersay y es probable que haya tomado a otro hombre como modelo. La historiadora lo explicaba así en una investigación de 2013: “Lo presenta como un héroe trágico: ni de perfil dictando las Instrucciones, ni en batalla, ni como un anciano sabio. En esa imagen hay una acertada ausencia de detalles anecdóticos y una gran concentración simbólica: de pie sobre el puente levadizo de la Ciudadela de Montevideo, con sus cadenas rotas a los pies. El rostro es inexpresivo, pero tiene una belleza severa. Parece vigilar el futuro, con los ojos entrecerrados por el resplandor del sol naciente”.

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