Hay edificios que envejecen con discreción y otros que, medio siglo después, siguen pareciendo una promesa cumplida. El Complejo Habitacional Bulevar Artigas —más conocido simplemente como Complejo Bulevar— se inscribe en esta última categoría. Fue levantado en los años 70, cuando Uruguay atravesaba una crisis económica y social y, sin embargo, logró materializar una idea que hoy suena casi utópica: construir vivienda digna, accesible y en comunidad.
Cincuenta años más tarde, su silueta y sus patios continúan habitados, cuidados y vivos. En 2024, el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) incluyó el proyecto en una exposición sobre arquitectura latinoamericana contemporánea, reconociendo su combinación poco frecuente de diseño funcional, estética urbana y compromiso social. Para los arquitectos que lo imaginaron, fue como ver reaparecer una conversación que había comenzado medio siglo atrás.
Thomas Sprechmann tenía 31 años cuando, junto con Ramiro Bascans, Héctor Vigliecca y Arturo Villaamil, ganó el encargo de diseñar el conjunto. “Era un momento paradójico —recuerda—. El país estaba en crisis, pero gracias a la Ley Nacional de Vivienda y al impulso del Centro Cooperativista Uruguayo, se generó un contexto inédito. Había voluntad de construir, de hacer cosas. Esas condiciones no se repitieron más”.
El terreno, tres hectáreas en pleno corazón de Montevideo, fue gestionado por el entonces arzobispo Carlos Parteli, un gesto difícil de imaginar hoy, cuando el suelo urbano es un bien disputado. Allí se levantaron cuatro bloques de hormigón y 18 torres de acceso, interconectados por una plaza cubierta, un centro comunal y un gran parque interior. Sprechmann lo define como “un oasis dentro de la ciudad”.
“Para la época fue un desafío grande. Nosotros arriesgamos mucho, porque es un proyecto concebido en forma radical, tratamos de sintonizar con los mejores ejemplos internacionales”, rescata sobre una obra que se extendió por cuatro años.
La referencia principal fue el complejo Hyde Park en Sheffield, Inglaterra —ejecutado en 1965 y demolido en 1992—. “Era novedoso en su concepción, pero terminó convertido en un conjunto tugurizado y peligroso, al punto de que las autoridades municipales tuvieron que demolerlo”, recuerda el arquitecto. “Lo mismo ocurrió con un caso en Francia, en la ciudad de Toulouse, que no llegó a demolerse pero requirió grandes transformaciones para sobrevivir”, suma.
Otra referencia importante fue el Karl Marx Hof de Viena, paradigma del urbanismo social europeo, y el pabellón diseñado por Kenzo Tange para la Expo Osaka de 1970, en Japón. Pero el equipo también miró con atención los errores ajenos: algunos de esos conjuntos habían degenerado en guetos por su diseño cerrado y sus corredores elevados. “Nosotros quisimos evitar eso. En el Complejo, las circulaciones están al nivel del suelo, abiertas, iluminadas. Todo el proyecto fue concebido desde la convivencia”.
Esa convivencia no era un mero eslogan. El complejo fue levantado por 332 familias organizadas en tres cooperativas. Cada una podía personalizar su vivienda; hubo más de 50 distribuciones distintas. Algunas unidades tenían doble puerta, permitiendo otros usos del espacio. “Los apartamentos no son iguales —dice Sprechmann—. Y esto hace el conjunto más humano”.
Medio siglo después, ese espíritu se mantiene. La Comisión de Fomento actual habla del complejo como “una comunidad que se construye entre generaciones”. En su interior funcionan comisiones de mantenimiento, de convivencia, de recreación y de fomento. Hay un espacio llamado “Recre”, destinado a niñas, niños y adolescentes; otro, “Renacer”, autogestionado por personas mayores. Todos los años, el cumpleaños del complejo se celebra con fiestas, cine al aire libre, obras de teatro creadas por los propios vecinos y una lentejeada colectiva.
“Vivimos abiertos al barrio. Nunca quisimos enrejar, aunque alguna vez se propuso. Para nosotros, vivir en cooperativa es también vivir en contacto con la ciudad”, sotienen Fiorella Varaldi, Santiago Lluviera, Luis Aristeguieta e Irene Porteiro. En tiempos en que la propiedad privada suele erigirse como sinónimo de seguridad, esto parece casi un manifiesto.
Las transformaciones del Complejo fueron más humanas que arquitectónicas. Pasaron generaciones, niños que hoy son padres, abuelos que fueron fundadores. Algunos se fueron, otros volvieron. Lo que permanece es el tejido invisible del cooperativismo: la idea de que nadie se salva solo.
Esa misma idea inspiró a la fotógrafa Mariana Greif, cuando fue convocada por la Magnum Foundation para documentar experiencias de vivienda digna en América Latina. Su proyecto sobre el Complejo Bulevar, con apoyo del Centro de Fotografía de Montevideo (CdF), combina fotos históricas y retratos actuales, talleres de bordado, dibujo y collage. “Fui con un fósforo y había una fogata”, dice la fotógrafa sobre el proceso.
La exposición, titulada 50 años entre generaciones: historias desde cada rincón y ladrillo del Complejo Bulevar, buscó mostrar cómo lo colectivo se filtra en la intimidad: las ventanas abiertas, las plantas que cruzan balcones, las amistades que se vuelven familia.
“En estos tiempos de soledad, el Complejo Bulevar es una rareza —dice—. No lo romantizo, porque convivir en comunidad es difícil, pero hay un valor inmenso en esos lazos”, afirma Greif en diálogo con Domingo.
La muestra, instalada en los patios del propio complejo, fue pensada para que quienes la habitan pudieran reconocerse en ella. “Esta exposición refuerza una identidad fuerte y, a la vez, la muestra a los demás”, sostiene la autora del proyecto. Es abierta a todo el público y estará hasta el 15 de diciembre.
Reconocimiento internacional
Desde la mirada de Sprechmann, la valoración del MoMA es más que un premio: es una confirmación. “Se dieron cuenta de los valores del proyecto, de lo que significó como experiencia social y urbana”.
Para el arquitecto, el Complejo Bulevar no fue solo un conjunto de líneas proyectadas sobre el papel, sino una obra que se extendió hasta su propia biografía. Haberlo concebido como un organismo complejo lo empujó a pensar la arquitectura como un territorio vivo, lleno de desafíos y sentidos. Aquella experiencia temprana le abrió el camino hacia otros proyectos igual de exigentes, le enseñó a no temerle a la complejidad y a encontrar en ella su motor. Con los años, esa huella se volvió íntima: su hija eligió también la arquitectura, como si el eco del Bulevar hubiera seguido resonando en la familia. “No fue un edificio más, sino que como le transformó la vida a los cooperativistas permitiendo que pudieran ejecutar y conseguir sus sueños, también a mí de alguna manera me cambió la vida, de lo cual estoy muy agradecido”.
El arquitecto insiste en que replicar algo similar hoy sería imposible. “No soy pesimista, pero en esta dimensión y en este lugar de la ciudad, no podría hacerse. Fue un milagro”. Un milagro hecho de leyes, impulso humano y una fe compartida en la vivienda como elemento básico para el desarrollo de una comunidad y el cooperativismo como herramienta para la vida.
En la escala de lo cotidiano, ese milagro sigue viéndose en los patios donde juegan los niños, en las reuniones de comisión, en la convivencia vecinal. El Complejo Bulevar no solo es un ícono de la arquitectura latinoamericana moderna, es la demostración tangible de que en un mundo donde los proyectos urbanos muchas veces se miden por rentabilidad o eficiencia, es posible medirlos por humanidad. Ese equilibrio entre estructura y comunidad, entre innovación y cuidado colectivo, parece ser lo que lo mantiene como un ejemplo irrepetible: un milagro de concreto que todavía late.
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