"Cuando una puerta se cierra, otra se abre". El famoso dicho nunca tuvo tanto sentido en la vida de Florencia Cabrera como ahora. La neumocardióloga trabajó muchos años en Casa de Galicia y, con el cierre de la mutualista en 2021, entendió que era el momento de emprender nuevos rumbos.
“Con mi hija salíamos mucho a merendar, nos encanta conocer nuevos cafés. Cuando pasó lo de Casa de Galicia, un día ella me dijo ‘¿por qué no ponés un café?’, como si fuera fácil (se ríe), pero desde ahí nos pusimos en campaña”, cuenta a Domingo.
Fue después de investigar y tomar impulso para cambiar de rubro, que a finales de 2022 inauguró Café del Jardín. Inicialmente estuvo ubicado en Bulevar Artigas, en el límite entre Parque Rodó y Punta Carretas.
Desde el inicio la idea fue crear un espacio con actividades culturales, un menú casero y atendido por ella misma. De ahí que al cuidar de la atención en el salón, un día vio como Luis Ponce de León entró al café, y pasó algo distinto. “Fue como flash”, dice y se ríe.
Charla va, charla viene, nació el amor. “Desde ahí estamos juntos”, comenta Luis, quien es ingeniero, trabajó muchos años en el rubro informático, pero en 2024 decidió dar un giro en su carrera. Desde entonces, Café del Jardín es un proyecto de los dos.
“Yo seguí trabajando en ambas cosas hasta que en un momento me decidí por el café y dejar la parte de informática, porque se iban a complicar los tiempos y además uno tiene que ponerle todo el foco en algo. Es un momento de cambio, pero hay que apostar. El que no apuesta no gana”, anota.

Un lugar con historia
En septiembre de 2024, la pareja decidió que era momento de una nueva etapa para el emprendimiento. Empezaron a buscar otro local y tras dos meses de investigación llegaron a una casona en el corazón de Pocitos. No era una casa cualquiera, Florencia ya había pasado delante de ella muchas veces y admirado su fachada, pero no sabía mucho de su historia.
Al entrar se sorprendieron —algo que sigue pasando al día de hoy, seis meses después de la mudanza— con los muchos elementos únicos que posee. Además, el buen estado de conservación fue un punto importante para determinar que ese sería su nuevo hogar y también el hogar de Café del Jardín.
“Lo primero que nos sorprendió fue el estado en que estaba la casa. Estuvo cerrada por algún tiempo, pero fue como si el proceso de deterioro natural se hubiera estancado. La encontramos muy bien, tuvimos que hacer pequeños arreglos y pintarla, pero no había ni humedad”, recuerda Luis.
Los vecinos rápidamente se acercaron con curiosidad y muchos expresaron alegría al saber que una construcción tan emblemática del barrio estaría llena de vida otra vez.

“Hay muchos edificios acá y esa es la única casa que está anclada en el medio de Pocitos y que se conserva gracias al cuidado del patrimonio. Cuando empezamos a pintarla era muy curioso como el barrio se acercaba. La gente venía a decirnos ‘ay, qué bueno que vayan a restaurarla”, cuenta Florencia.
La casona, ubicada en Alejandro Chucarro y Guayaquí, a pocos metros de la rambla, es una de las muchas construcciones que la empresa Bello y Reborati (ver abajo) realizó en la primera mitad del siglo XX. Fue construida en 1923, tiene diez ambientes, incluyendo un gran living donde hoy se encuentra el café, cuatro dormitorios y dos baños, una cocina, un altillo y un sótano, balcones internos y externos, una fachada de estilo Tudor y muchos detalles pintorescos. Por ejemplo los azulejos, son traídos de Sevilla.

“La casa está llena de nichos y descubrimos que ningún azulejo, de los que están en las paredes y escaleras, es igual a otro”, detalla Luis sobre las piezas que, al ser todas distintas, hacen que los visitantes se detengan a examinarlas por varios minutos.
“Hay un altillo y un sótano que todavía no hemos explorado mucho. Y tiene varios niveles. Además, y eso nos llamó mucho la atención, todos los ambientes te permiten salir a todos lados de la casa. Es decir, por la cocina que está ahí se puede llegar a salir acá, allí o allá”, dice apuntando hacia al living, luego a la puerta de la cocina y al segundo piso de la casa.

La pareja inauguró el nuevo espacio en octubre y desde entonces ha recibido muchos comentarios de los visitantes que hacen hincapié en algo que para ellos es clave: “Mucha gente que ha venido al café nos comenta que la casa tiene una buena energía”, dice Luis y destaca que la idea es que el espacio sea algo más que un café. El próximo jueves, por ejemplo, se realizará de 16.00 a 17.30 el encuentro Entre Libros y Lectores, un conversatorio y recomendación personalizada de libros a cargo de la tallerista Janet Rudman.
“Han venido grupos que se juntan a intercambiar y practicar idiomas, hemos hecho baby shower, cumpleaños, presentación de libros. Hace una semana hicimos un té místico con lectura de la borra de café. Y en invierno la idea es esperar a los visitantes con la estufa prendida”, rescatan y adelantan sobre este espacio que busca destacar por la calidez de ser atendido por sus dueños y, claro, por la magia de estar ubicado en un tesoro arquitectónico con mucha historia.
Entre 1921 y 1940 Ramón Bello y Alberto Reborati fueron los responsables de casi 1.000 construcciones en Montevideo, fundamentalmente en los barrios Pocitos, Trouville y Punta Carretas, pero también en Larrañaga y Jacinto Vera. Reborati era un avanzado estudiante de arquitectura cuando comenzó a proyectar y dirigir viviendas en 1914; posteriormente se asoció con Bello. Juntos crearon una modalidad propia para actuar en el mercado inmobiliario local. Según explican Yolanda Boronat y Marta Risso en el artículo Las casas de Bello y Reborati, una presencia del pasado, en Revista Dossier, la empresa ofrecía el traspaso del terreno y la construcción de las casas según “planos tipo”, que en la época se asociaban con la construcción de viviendas populares, pero Bello y Reborati tuvieron la iniciativa de proponerlos a sectores de recursos medios y altos.
A seguir, las autoras describen cómo se pensaron las viviendas: “En el nivel inferior se localizaron los servicios y el garaje, en la planta principal los espacios de relación: sala, escritorio y comedor; y en el tercer nivel, los dormitorios”, detallan sobre una estructura que se puede evidenciar en la casa de Chucarro y Guayaquí.
En cuanto al estilo, concibieron una estética particular con marcada inspiración mediterránea. En el interior se destacan influencias del art decó y en las fachadas, balcones, columnas, cerámicas decoradas y revestimientos de colores. En su auge la empresa contó con más de 2.000 empleados. El éxito se dio sobre todo por la calidad de las construcciones sumada a precios ventajosos. Eso los llevó a tener inclusive lista de espera para futuros clientes. En 1939 la firma trabajaba con un encargue de 400 casas en La Blanqueada, sin embargo la inflación ocasionada por la Segunda Guerra hizo que no pudieran cumplir con las cotizaciones iniciales y la empresa fue a la quiebra.
Su obra empezó a ser revalorizada y estudiada a finales de 1960 por iniciativa del arquitecto Mariano Arana (luego intendente de Montevideo).