En la esquina de Cerrito e Ituzaingó, en el corazón de la Ciudad Vieja, el tiempo parece haberse detenido. Detrás de las grandes vidrieras y de la marquesina de hierro forjado, que todavía abraza la fachada con detalles de Art Nouveau, funciona desde 2017 el Café La Farmacia, un espacio que se convirtió en punto de encuentro para turistas, habitués y vecinos. Pero antes de ser café, este lugar fue, durante más de un siglo, lo que su nombre aún evoca: una farmacia de las de antes, con mostradores de madera oscura, frascos de vidrio alineados en repisas infinitas y un aire solemne de botica donde se mezclaban medicinas y nacían recetas.
Hoy entrar al local es atravesar una frontera de tiempo. La luz se filtra por los vitrales y llena el ambiente de un resplandor cálido que contrasta con el bullicio de la calle. Apenas se cruza la puerta, el piso con baldosas de época anuncia que se está caminando sobre un lugar con historia. El interior conserva intacto su estilo que mezcla el gótico con el eclecticismo, y las grandes estanterías en madera parecen susurrar memorias de antaño.
“En la segunda mitad del siglo XIX, las grandes universidades de Estados Unidos y Europa asociaban el saber y la ciencia al neogótico. Hacer una farmacia con ese estilo era, entonces, un gesto de modernidad”, explica Aaron Hojman, actual dueño del inmueble y responsable de haberlo rescatado de un destino incierto.
Huellas del tiempo
La historia del edificio se remonta a principios del siglo XX —la fecha es imprecisa pero se especula que el proyecto se realizó entre 1895 y 1904—, cuando una empresa de origen argentino vinculada a la producción de algodón y químicos decidió instalar en Montevideo una de sus primeras sucursales. “Fue construida de cero, como parte de un plan de expansión”, cuenta Hojman a Domingo.
En 1983, la Intendencia de Montevideo lo incorporó al inventario patrimonial. El informe lo describe como un ejemplo notable de arquitectura comercial de su época: una fachada con balcones de herrería, vitrales y marquesina Art Nouveau, y un interior que conserva el equipamiento original de filiación ecléctico-gótica.
El arquitecto Ernesto Spósito, Director de la Unidad de Protección del Patrimonio de la Intendencia, recuerda bien aquel momento en que la vieja farmacia fue registrada. “Pude conocerla en pleno funcionamiento durante el primer inventario que se hizo en nuestro país. Bajo la dirección de Mariano Arana, Antonio Cravotto y Miguel Ángel Odriozola, junto a Elena Mazzini nos tocó hacer la ficha de ese edificio”.
El impacto, dice, fue inmediato: “Fue muy impresionante ver cómo, además del mobiliario y las terminaciones del edificio, se mantenían los materiales e instrumentos de la botica original. Había en aquellas personas un auténtico espíritu patrimonial, ya que preservaban y exhibían todo aquello con orgullo”, destaca Spósito a Domingo.
Las cualidades encontradas en el inmueble y su buen estado de conservación llevaron a que el edificio fuera catalogado con el máximo Grado de Protección Patrimonial. Las ménsulas de hierro que sostienen la galería de almacenamiento todavía están allí y en el medio del salón es posible incluso ver la diferencia entre las baldosas del piso, originalmente traídas de Cataluña. Eso se debe a que justo allí era donde se paraban los farmacéuticos en incontables jornadas tras los mostradores.
“Hoy es muy agradable ver cómo con un nuevo destino comercial, dentro de lógicas naturalmente diferentes, se mantiene el carácter y el espíritu de aquel espacio”, suma el arquitecto. Para él, la reconversión le ha sumado nuevas formas de apropiación. “Te diría que se logra vivir de un modo más apropiado o, más bien, apropiable, ya que es posible permanecer allí largo rato, disfrutar del espacio interior y del paisaje urbano para el que el primero funciona como una platea”.
Según el inventario, la construcción del edificio estuvo a cargo de César Baragiola, quien fue, cuenta Spósito, un prolífico constructor y firmó varios edificios de la capital. “El Inventario de Ciudad Vieja incluso registra otro de sus edificios, ubicado en Juan Carlos Gómez 1378, justo al lado del Cabildo”, añade.
El rescate de un espacio
Lo que primero fue Farmacia Deli —luego rebautizada como Demarchi— funcionó allí hasta 2008. Sus últimos dueños, una pareja de farmacéuticos, decidieron jubilarse y poner en venta el negocio junto con el mobiliario histórico. Fue entonces cuando apareció Hojman, emprendedor y aficionado a los espacios con memoria.
“Me llamaron porque había riesgo de que desarmaran todo. Yo hago proyectos de decoración, construyo cosas que parecen viejas, pero nunca desarmo. Les dije: no lo hagan, yo compro el lugar entero”, recuerda.
Al principio, Hojman mantuvo el establecimiento —con sus antiguos dueños al frente— funcionando un tiempo más, convencido de que lo importante era que el local siguiera vivo. “No quería que se transformara en otra cosa cualquiera. Estos lugares tienen arraigo, cuentan la historia de la ciudad”, explica.
Su vínculo con este tipo de espacios no es nuevo. Desde joven, cuando acompañaba a su padre a subastas industriales, desarrolló un gusto particular por los objetos con huella de tiempo. “Nunca soñé con vivir en una casa común. Siempre quise habitar sitios que habían sido otra cosa: talleres, estudios, almacenes. Me atrae esa memoria. No es nostalgia: es respeto por lo que un lugar significa”.
Durante años, el local permaneció bajo la custodia de Hojman hasta que encontró los socios adecuados para darle nueva vida. La oportunidad llegó con los hermanos Agustín, Camila y Martín Chamyan, también responsables del café La Madriguera en Carrasco. “Les mostré una foto del lugar y les dije: tengo esto, pero quiero que lo lleve gente que sepa cuidar. Nos entendimos de inmediato”, cuenta el propietario.
En 2017 abrió finalmente Café La Farmacia, conservando la atmósfera original. El resultado es un espacio híbrido donde la memoria de la botica convive con el aroma del café recién molido. El público lo adoptó rápidamente y entre sus visitantes están desde turistas de varias partes hasta lectores asiduos que se sienten inspirados por el ambiente de otra época.
“Lo lindo es que no es un lugar de tribu: vienen vecinos de la Ciudad Vieja, extranjeros que viven en Montevideo, gente que hace trámites en el barrio, y turistas que ya lo tienen marcado como visita obligatoria”, comenta Hojman mientras recorre el local.
Las redes sociales y las guías de viaje terminaron de consolidarlo como uno de los cafés más singulares de la ciudad. El edificio incluso vivió un capítulo cinematográfico: durante dos meses se filmó allí partes de la película brasileña Severina (2017), un romance dramático que cuenta la historia de un librero que se enamora de una ladrona de libros. Actúan figuras como Daniel Hendler, Néstor Guzzini, Alfonso Tort y hasta Pedro Dalton.
La memoria del barrio
Los pisos de granito de la vereda son originales de fines del siglo XIX, iguales a los que alguna vez cubrieron parte de la Ciudad Vieja. Los mostradores desgastados hablan de décadas de recetas escritas a mano, y los frascos de vidrio —estos no son originales, pero están a tono con el local— devuelven la sensación de estar entrando en una botica de antaño. Hojman se ocupa de que esas huellas no se borren.
“No restauro para que se parezca a lo que fue o a algo nuevo, reparo para que se note el paso del tiempo. Eso es lo valioso. El piso gastado es testimonio de la vida que hubo acá”, afirma. En su filosofía, preservar no es congelar el pasado sino permitir que la historia siga respirando.
Hoy, el local funciona como café y atractivo turístico, pero sobre todo como ejemplo de que la preservación patrimonial puede convivir con la vida contemporánea. “Tenemos la responsabilidad de que envejezca bien. Hay ambiente para que esto dure muchas décadas más”, dice Hojman, quien adelanta que el futuro inmediato del local incluye estudios para un mantenimiento preventivo y proyectos de refresh que respeten la esencia original.
La Farmacia ya no prepara fórmulas ni vende remedios. Pero en sus estantes aún se conserva la alquimia más poderosa: la mezcla de pasado y presente en un mismo espacio. Y nos recuerda que la ciudad también se construye con memoria.
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