El tema de los títulos universitarios insiste en colarse en los titulares (guiño) de los medios. Esta semana, las dudas sobre la formación académica del ex ministro Olesker regresaron al debate, y parece que un jerarca de la Intendencia de Montevideo no es sociólogo, como decía. Pero nos interesa volver con el caso de Adrián Peña, porque su desventura parece un reflejo de algo más profundo que padece el país.
A ver... Estuvo muy bien Adrián Peña en ser el primero de su familia en buscar un título académico. Pero, sobre todo, estuvo muy bien Adrián Peña en intentar terminar su carrera incluso siendo ya ministro de Estado. Es verdad que una vez lo pusimos en la misma categoría que Al Gore, (claramente, una injusticia), pero pocas cosas habrán transmitido a los jóvenes ese sentir tan importante para todos los uruguayos de que acá “nadie es más que nadie”, que compartir salón de clase con un jerarca de ese nivel.
Hizo muy bien la prensa en investigar el tema y destaparlo. Estuvo muy bien el gobierno, y en particular el presidente Lacalle Pou, en trasladar la decisión final sobre el destino de Peña al Partido Colorado, ya que este es un gobierno de coalición, y el socio es ese partido, quien debe tener la última palabra sobre quién lo representa en el gabinete. Incluso, en un momento como el que vive hoy ese partido.
Desde ya que estuvieron bien los colorados en pedirle la renuncia a Peña. No sólo hay que serlo, sino que hay que parecerlo, y ante la mera sospecha de una mentira de ese calibre, no cabía otra postura. Sobre todo porque viendo los problemas que hubo para reemplazar a Peña, parece claro que no se trataba de que hubiera una desesperación interna por ocupar su cargo, como decían los malpensados.
Vale señalar, de nuevo, que aquí también actuó de manera impecable el hoy ex ministro, ya que si bien parece que tenía la convicción de que sí había terminado sus estudios, ante la mínima duda puso por encima su buen nombre y el de su familia, y se fue para su casa.
Otra que actuó de manera muy correcta fue la Universidad Católica, que no se expresó formalmente en ningún momento hasta que tuvo todos los elementos necesarios para hacerlo. Y que cuando Peña aportó los detalles necesarios para ubicar en sus sistemas computarizados el detalle del curso que al parecer le faltaba, emitió un documento aportando toda la información necesaria para confirmar que Peña sí es licenciado por esa universidad.
Por último, actuó de manera elogiable la oposición política, que nunca pretendió hacer de este caso un tema político relevante, y nadie buscó ganar algún votito aprovechando la desgracia humana de quien al final del día no deja de ser un colega de profesión. Seguramente haya que felicitar a su presidente, Fernando Pereira, que tal vez por haber tenido que padecer problemas similares varias veces en la interna de su partido (aunque en la mayoría de las situaciones estaba en el Pit-Cnt), debe haber actuado de cortafuegos para controlar a los exaltados de siempre.
Pasando raya... Todos actuaron bien, impecable. Y, sin embargo, al ciudadano común todo esto le deja una sensación rara, un retrogusto como a país bananero, donde las instituciones de todo tipo, de lo más alto a lo más bajo, son susceptibles de acciones al filo del ridículo.
Acciones que, además, pueden costar la carrera y la honra a una persona, sin que a nadie parezca moverle un pelo.
Vamos a contar algo personal: hasta no hace mucho teníamos pesadillas de que recibíamos una llamada de los simpáticos funcionarios de bedelía de la Udelar informando de que nos faltaba alguna materia para ostentar ese sufrido título de abogado, y corríamos al cajón del escritorio a confirmar que allí estaba, seguro, en un sobre junto a la declaración de no ejercicio y los recibos al día del Fondo de Solidaridad. ¡Qué alivio!
Pero volviendo a lo previo, en las últimas semanas han proliferado los artículos periodísticos en medios de referencia mundial elogiando a Uruguay y su sistema institucional. Incluso un prestigioso columnista brasileño dijo que hoy Uruguay es el país con el “soft power” más influyente de la región. Como para tranquilizar a Carolina Cosse.
Episodios como el de Peña nos hacen pensar que, o somos demasiado críticos con nosotros mismos o, como decía nuestro amigo y colega Mariano López en tiempos liceales: “Si será baja la cañada que el perro la pasa al trote”.