Esta columna iba a ser una crítica sobre la marcha del 8-M. Espere, espere... no se asuste. No una crítica al feminismo, ni a que la gente marche, ni nada de eso. Pero sí sobre algo que teníamos en mente desde días antes, cuando en ocasión de los anuncios del presidente Lacalle Pou varios dirigentes opositores marcaban la ausencia de “muchedumbres iluminadas”, en las afueras del Palacio.
Lo que queríamos criticar era esa apología a la masa como herramienta de acción política. O de validación de posturas, más bien. Nuestra aversión a las turbas viene de hace tiempo. Incluso quedó marcado en nuestra memoria una de las últimas veces que fuimos parte de un fenómeno colectivo así, cuando Uruguay derrotó a Ghana en 2010, y acudimos a la Plaza Independencia como miles de compatriotas. Ver a esa masa de gente, cantando enajenada el himno, trepados al monumento a Artigas, nos trajo imágenes de Galtieri, Mussolini, Fidel Castro... y salimos corriendo.
Y la marcha del 8-M volvió a mostrar el peligro de las congregaciones masivas, ya que grupitos de activistas se apropiaron de ésta, para promover una agenda neomarxista delirante. Alguien difundió en los días posteriores un grafiquito que mostraba lo patético de esas consignas contra el capitalismo y la cultura occidental. El mismo contrastaba por un lado el Indice de Desigualdad de Género de la ONU, con el de libertad económica de la Heritage Foundation, y la conclusión es implacable: a mayor libertad económica, mayor igualdad de género. “Que la cuenten como quieran”, como se dice ahora, pero esa es la realidad.
Las consignas 'oficiales' del 8-M y la furia que genera en algunos una rebaja de impuestos a la clase media, tienen algo en común.
Ahora bien, el viernes experimentamos un deporte extremo. Informados de que el amigo Hernán Bonilla iba a estar en la versión vernácula de Polémica en el Bar, nos animamos a incursionar en la TV local. Experiencia impactante.
El pobre Hernán se debatía ante el acoso de otros panelistas mientras intentaba explicar los fundamentos técnicos detrás de la rebaja de impuestos. Debe ser el único lugar del mundo en el que una rebaja de impuestos genera ese nivel de ira. Pero hay aspectos de esa postura que conectan, aunque parezca raro, con lo que pasó el 8-M.
A ver, esta rebaja de impuestos beneficia, muy a “grosso modo” a gente que gana entre 40 y 80 mil pesos. O sea, el corazón de la clase media uruguaya, que es la que sostiene en buena medida nuestro apolillado estado de bienestar. La rebaja llega luego de tres años de crisis, en los cuales la prioridad del gobierno fue apoyar a quienes están por debajo de esa cifra, y con montos mucho mayores que estos modestos US$ 150 millones que se “resignan” ahora.
También está claro que nadie en Uruguay que gane 50 mil pesos pasa sus fines de semana tomando etiqueta azul en su yate. Aunque escuchando a algunos panelistas, parecía que sí.
El argumento de fondo de los críticos era que ese dinero sería usado de manera más justa, si lo maneja el Estado. Algunos lo dijeron así de claro, otros lo sugirieron. Eso se llama ideología, y así como hay gente que válidamente cree en eso, hay otro grupo de uruguayos que creen (creemos) que los recursos aportan más a la prosperidad general, cuando quien los gasta es el que los produce. Sobre todo, porque sabe mejor que nadie el esfuerzo que costó producirlos.
Ahora bien, el debate es aceptable, lo que no lo es, es el tono.
Porque a poco que uno mira la realidad, no hay forma de defender la mirada de que el Estado es más justo o solidario a la hora de asignar recursos. Por dar un ejemplo nomás, en el gobierno de Mujica en Ancap se gastaron US$ 80 millones en un horno para cemento que nunca se usó. O sea, más de la mitad de la plata que ahora se destinará a aliviar a la clase media, tirada a la basura. ¿Ahí quién reclamó? ¿Eso es una “política activa de empleo”?
Pero vamos a algo mucho más macro, comparemos países. En el año 1900, Argentina y Estados Unidos tenían situaciones políticas y sociales muy parecidas. Bueno, EE.UU. estaba peor, porque venía de una cruenta guerra civil, y cargaba la tragedia de una segregación racial que le llevaría medio siglo sacar aunque sea de las leyes. En estos 123 años un país apostó a un sistema de bajos impuestos, estado reducido y dinamismo económico por encima de redes de protección social. Mientras el otro hizo todo lo contrario. Hoy el primero tiene 11% de pobreza, con un umbral de 14 mil dólares al año para caer en esa categoría. El otro, tiene 43% de pobres, con un umbral de 2.400 dólares al año. Esto sin siquiera ingresar en el “temita” ese de la movilidad social. ¿Dónde preferiría usted nacer?
El problema es que tanto en la muchedumbre callejera, como en la demagogia televisiva, toda postura es válida de debatir. Lo que no parece válido es estar tan enojado contra las ideas y el sistema, que han sido más exitosos a la hora de buscar lo que supuestamente, todos estamos buscando. ¿O alguien busca otra cosa?