Sergio Berni recibiendo puñetazos hasta que lo rescató la policía. Una escena que causó estupefacción y simbolizó la indignación acumulada en una sociedad acosada por el empobrecimiento y la intemperie ante el delito.
El ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires es un funcionario con algunos rasgos caricaturescos, al que le gusta interpretar un personaje a mitad de camino entre Rambo y Eliot Ness. Su demagogia escénica lo llevó hacia la emboscada en la que defraudó a sus fans trastabillando y dándose un porrazo.
Era una turba enardecida que hubiera dejado magullado al “Roña” Castro o al mismísimo Monzón. El hecho es que ver a ese hombretón que posa de justiciero invencible recibir sopapos hasta que lo rescató una policía que, para colmo, no era la de su distrito, le dejó la imagen pública con un ojo en compota.
Le pasó por querer aprovechar la protesta de los choferes del transporte público por el asesinato de un colectivero, para hacer una de sus escenificaciones de paladín policial: bajó de un helicóptero y se encaminó hacia la protesta de donde salió la turba brutal que intentó lincharlo.
Esa escena entre trágica y grotesca, fue la consecuencia de la ferocidad cobarde de los linchadores, pero simbolizó el hartazgo acumulado en una sociedad abandonada al desenfreno delincuencial.
El delito violento no tiene que ver con la pobreza, sino fundamentalmente con las drogas. Enceguecidos por el síndrome de abstinencia o desquiciados por el efecto de los estupefacientes, miles de jóvenes en todas las ciudades argentinas salen a robar para poder drogarse y actúan con criminal brutalidad.
Las barriadas más pobres son las que más a la intemperie están. Nadie los defiende de los enjambres de asaltantes que pululan a cualquier hora del día. Las estadísticas policiales certifican que los más pobres son los más desguarnecidos. Los trabajadores y trabajadoras que esperan trenes y colectivos para ir a sus trabajos o para volver a sus casas, son los blancos de una delincuencia enajenada, capaz de matar porque sí, lo que hace con demasiada frecuencia.
El “superministro” bonaerense que con su presencia quiso imponer el orden y salió magullado, es en sí mismo un resumen de las contradicciones del peronismo gobernante. Su discurso merodea la apología de la mano dura, colocándolo en la vereda enfrentada a la que lidera Cristina Kirch-ner. Pero sirve al gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof, exponente ideológico del peronismo que parece tomar partido por los delincuentes y no por sus víctimas.
Berni actúa como el sheriff de un “western spaghetti”, pero está en la vereda que repite el argumento del garantismo pregonado por el jurista ultrakirchnerista Eugenio Zaffaroni.
Quienes lo atacaron no lo hicieron por identificarlo con la ideología delirante que describe la violencia delincuencial como si se tratara de acciones revolucionarias enmarcadas en la lucha de clases. Le pegaron a él porque, en el afán de protagonizar escenas que lo muestren como justiciero temerario, se puso al alcance de puños deseosos de romper quijadas.
Pero más patética fue su actuación posterior. Como la policía que lo rescató no era la bonaerense, o sea la suya, sino la de CABA, o sea la de Rodríguez Larreta, dijo que esos uniformados le impidieron cumplir la misión por la que había ido, que no se entiende cuál era, porque lo “secuestraron” y lo “llevaron detenido”.
Más tarde agravó su denuncia diciendo que los activistas que quisieron lincharlo eran del PRO y, siguiendo el guión que improvisó Kicillof, planteó la sospecha de que Daniel Barrientos, el colectivero asesinado, fue víctima de una conspiración política antikirchnerista para hacer estallar el conurbano.
Hasta allí llegó la bala que asesinó sin razón a un trabajador que estaba por jubilarse. Como si fuera poca la tragedia de esa muerte y de las tantas que ocurren en los barrios azotados por la pobreza y desguarnecidos por el Estado ante el narcotráfico y todas sus consecuencias, el ministro adicto a la demagogia escénica se defendió de los golpes que le dejaron la imagen pública magullada, atacando a otros.