Asediados por las drogas

La Intendencia de Paysandú postergó la elección de la Reina de Carnaval que iba a realizarse el pasado viernes 3 y el desfile programado para el domingo 5. Lo resolvió en las horas siguientes a la confirmación de que la señora Giuliana Lara -joven, de apenas veintisiete años- fue asesinada y descuartizada por su hermano, que, además, mató a su hijo Mateo Miños Lara, de sólo ocho años.

La decisión no merece pasar inadvertida. Merece realzarse, porque se hizo eco de un sentimiento colectivo moralmente sano, al renovar la tradición nacional de asco por el crimen y repulsión por lo macabro.

Tampoco merece pasar inadvertido que, según las crónicas, el asesino “tenía consumo problemático de sustancias”, expresión benévola y sibilina que se ha hecho corriente para aludir a la drogadicción, llamándole “sustancia” a un veneno psíquico y calificando como apenas “problemática” a dependencias viciosas que generan atrocidades.

A los cinco días de aclararse lo de Paysandú, nos enteramos de que los protagonistas del choque del 4 de enero en Manantiales, Nicolás Rocca, conductor de un Volkswagen Nivus, y Josefina Ferrero, que falleció junto a una amiga al volante de un Ford Ka, habían consumido drogas.

Según La Nación, de las pericias resultó que la joven Ferrero tenía en el cuerpo cocaína, metanfetamina, ketamina, éxtasis y cannabis al momento de chocar de frente con un Volkswagen Nivus en el que se trasladaban varias personas, todas de nacionalidad argentina. Y en el examen de sangre de Nicolás Rocca se detectó metanfetamina (MDMA). Ambos conductores tenían también alcohol en sangre.

Lo de Paysandú fue una tragedia de jóvenes en barrio modesto. Lo de Manantiales fue una tragedia de jóvenes en zona de abundancias con cruza de jet-set. ¿Diferencias de clases? Las que saltan a la vista más las que quieran los exploradores. Pero por encima de todas las diferencias reales o imaginables, se alza una patética comunión que tiene por altar las drogas.

La verdad es que estamos asediados por la drogadicción, que ha pasado a constituirse en un dato más. En el lenguaje de moda, la hemos naturalizado. En el diálogo con la conciencia, lo que hemos hecho es bajar la guardia, mirar para otro lado y resignarnos.

Se evaporó la promesa de que explotando las propiedades medicinales del cannabis y reglamentando la producción y el consumo de marihuana se iba a combatir mejor a las drogas duras. En los hechos, fue un espejismo calidad Mujica.

El paisaje montevideano se compone hoy con vidas arruinadas, colchones en la calle, excrementos en las veredas. En buena parte, eso es el resultado de haberse expandido las drogas lo mismo entre quienes tienen cómo alimentar su trastorno que entre quienes roban a sus parientes para comprar su poción imbecilizante y alienante.

La solución no podrá ser nunca sólo estatal ni sólo legal ni sólo policial. Deberá provenir de los mensajes espontáneos que genere la educación en familia, en el aula y en los medios de difusión. Requerirá salir del relativismo y afirmar el valor de una filosofía de la salud de los sentimientos, de la mente y del espíritu.

Si tal no hacemos, nuestro proclamado humanismo estará cada vez más sitiado por la barbarie y el descenso a la peor animalidad.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

Leonardo Guzmán

Te puede interesar