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Apertura y firmeza

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No solo para mostrar a un país que puede convivir y canalizar cívicamente sus choques políticos, fue que el presidente Luis Lacalle Pou llevó a dos expresidentes a la asunción de Luiz Inácio (Lula) da Silva como presidente del Brasil. También quiso mostrar a un país consolidado ante el nuevo gobierno de un vecino fuerte, en un momento en que las relaciones en la región evidencian diferencias profundas.

Lacalle Pou, como presidente y además líder de su partido y de la coalición, sumó a la delegación a José Mujica, expresidente y referente del Frente Amplio, y a Julio Sanguinetti, también ex presidente y dirigente del Partido Colorado.

Todavía es temprano para sacar conclusiones respecto a las primeras señales enviadas por Lula desde que asumió. En algunos temas podría generar expectativas positivas para Uruguay, en otros decididamente no.

No es una situación fácil. El Mercosur embretó a Uruguay pero aún así, sigue habiendo un intercambio comercial importante entre ambos países.

Hay empresas que exportan un porcentaje altísimo de su producción a Brasil y por lo tanto les urge que ese comercio siga siendo fluido. El propio Estado exporta electricidad, si bien es cierto que las cifras varían año a año, según las necesidades brasileñas.

Por lo tanto, importa calibrar como Uruguay puede mantener su política de apertura comercial, lograr la flexibilización en el Mercosur y contar con cierta empatía por parte de Brasil. Más cuando todo indica que en este momento buena parte de esa empatía estará volcada de lleno a la Argentina de Alberto Fernández. Lula reconoció que su gobierno necesita una reelección kirchnerista y está dispuesto a darle todo su apoyo. Habrá que ver como concreta esa ayuda y si se vuelve a consolidar la famosa “trenza” a la que tantas veces aludió el excanciller Sergio Abreu.

Una señal positiva es el interés brasileño por buscar acuerdos comerciales con China. En ese sentido, estaría cercano a la postura uruguaya.

El ministro Francisco Bustillo vio con buenos ojos que el Mercosur vaya en esa dirección, aún cuando Uruguay ya tiene, dijo, “un camino trazado” hacia un acuerdo bilateral.

Brasil a su vez, se manifestó proclive a redinamizar el Mercosur y a darle más vitalidad a todo esfuerzo que aporte a la integración regional.

Acostumbrados a esa retórica latinoamericanista repetida durante tantas décadas pero con tantos fracasos, la aspiración de Lula no pasa de ser, por ahora, un mero enunciado.

Una señal preocupante es que, según entiende Lula, una manera de dinamizar al Mercosur es lograr la reincorporación de Venezuela al bloque.

En primer lugar, no tiene sentido hablar de nuevas incorporaciones (Lula también piensa en Bolivia) si antes no se resuelven los serios problemas que tiene el Mercosur tal como está. Invitar a nuevos miembros sin una reformulación previa, solo agudizará sus problemas. Por eso, urge que los actuales cuatro socios reconozcan los problemas y rediseñen otras reglas de juego para un funcionamiento que sirva a todos y no a algunos.

Más grave aún es querer que Venezuela retorne cuando nada cambió desde que se fue. Venezuela no cumple con la cláusula democrática prevista en el acuerdo de Mercosur. Hoy es una dictadura aún más férrea que cuando murió Hugo Chávez, y vaya si lo era entonces.

Una cosa es que Brasil retome relaciones con Venezuela (casi todas las naciones democráticas tienen relaciones diplomáticas y comerciales con dictaduras) y otra es forzar su ingreso a un bloque creado para que lo integren solo países democráticos.

Uruguay no puede, de modo alguno, apoyar esa intención.

Lula también quiere recrear una idea que fue monstruosa en su momento: Unasur.

Los países de la región, incluido Uruguay, no están en condiciones de solventar otro organismo internacional. Ya sobran con los que hay.

Pero la razón para no recrear Unasur, es más de fondo. A partir de una iniciativa del propio Lula, pero en los hechos coptado por Chávez, el organismo no logró configurarse como algo que representara a los estados sudamericanos, sino que terminó siendo un club privado de presidentes amigos y cómplices (algunos en categoría de déspotas), que se cubrían las espaldas unos a otros.

Hoy Unasur sigue existiendo pero solo lo integran Bolivia, Surinam, Guyana y Venezuela. Los demás países lisa y llanamente se borraron.

Uruguay no debería dejarse presionar para retomar esa aventura que logró encumbrar a gobernantes autoritarios y populistas que necesitaban un escenario amigo para alimentar sus egos. No cumplió otra función.

Lacalle confía que tras la reunión de la Celac (otro organismo repetido) el 24 de enero en Buenos Aires, Lula luego cruce a Montevideo.

Si ese encuentro ocurre, Uruguay deberá estar bien preparado y mostrar buena disposición ante aquellos gestos de Lula que alienten la apertura que el país tanto necesita, y firmeza ante todo aquello que solo sea regodeo ideológico, gastos innecesarios y resultados ineficientes.

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Tomás Linn

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