Redacción El País
La odontóloga miofuncional e integrativa Núria Noguerón advierte desde hace años que la boca no es un compartimento aislado del organismo. Por el contrario, es una de las principales puertas de entrada al cuerpo: cuando existen infecciones crónicas —como caries o bacterias—, estas pueden acceder al torrente sanguíneo y repercutir en otros órganos.
Un gesto que suele pasar inadvertido en la infancia puede ser clave: los niños que pintan, miran televisión o permanecen tranquilos con la boca abierta podrían estar mostrando señales de que algo no anda bien. Según Noguerón, este hábito puede relacionarse con un mal desarrollo de los maxilares, problemas respiratorios o dificultades para descansar correctamente, lo que repercute también en la concentración y el rendimiento diario.
Dormir con la boca abierta no es un detalle menor. El aire reseca la saliva, vuelve el ambiente bucal más ácido e irrita las mucosas, aumentando el riesgo de caries, gingivitis o periodontitis. Pero el impacto va más allá: las vías respiratorias también se resecan y el aire ingresa sin la filtración natural que aporta la nariz, obligando al sistema inmunitario a mantenerse en alerta.
Respirar por la boca, explica la especialista, mantiene activado al sistema nervioso simpático, lo que equivale a vivir en un estado de tensión, como si el cuerpo estuviera corriendo o defendiéndose de un peligro real todo el tiempo.
Noguerón también remarca la conexión entre la forma del paladar, la posición de la lengua y los trastornos del sueño. Un maxilar pequeño suele asociarse a la respiración oral. En estos casos, la lengua queda baja dentro de la boca y, al dormir, tiende a caer hacia atrás, obstruyendo el paso del aire. Esto puede provocar ronquidos y episodios de apnea del sueño, es decir, pausas momentáneas en la respiración nocturna.
Muchos padres no reparan en estos comportamientos, pero deberían prestar atención. Ver a un niño tranquilo, sentado frente a la televisión o pintando con la boca abierta es una señal clara de que algo no está funcionando como debería. Existen además otros indicadores a los que conviene estar atentos:
- Mostrar exceso de encía al sonreír.
- Sacar la lengua al hablar.
- Tener mocos y resfríos frecuentes.
- Sufrir ronquidos o terrores nocturnos.
- Orinarse de noche más allá de los 5 o 6 años.
- Tardar demasiado en comer o rechazar alimentos.
- Presentar ojeras, hiperactividad o infecciones respiratorias recurrentes.
La especialista insiste en que la boca no solo define la salud oral: su estado impacta en la postura, el rendimiento deportivo e incluso en enfermedades crónicas como hipertensión, obesidad o diabetes. Por eso, estar atentos a estas señales desde la infancia puede evitar complicaciones en la vida adulta.
En base a El Tiempo/GDA