Redacción El País
¿Quién no sintió alguna vez que la cabeza se apaga y no da para más? La fatiga mental es justamente eso: un freno que pone el propio cerebro cuando, tras un esfuerzo prolongado, baja la concentración, la motivación y el rendimiento. No se trata de aburrimiento ni de pereza: es un fenómeno real, que puede medirse en la actividad cerebral y que incide en nuestras decisiones cotidianas.
Investigaciones recientes de la Universidad Johns Hopkins junto con el Instituto Kennedy Krieger mostraron que, cuando se instala este agotamiento, se activan dos áreas clave: la ínsula derecha, vinculada a la percepción del malestar interno, y la corteza prefrontal dorsolateral, relacionada al control de la memoria y la planificación. En conjunto, parecen funcionar como un “centro de control” que define si vale la pena seguir gastando energía mental o detenerse.
No es falta de energía, es una cuestión de recompensa
En el estudio, un grupo de jóvenes adultos realizó tareas de memoria cada vez más exigentes a cambio de recompensas económicas. El hallazgo fue claro: cuando la paga era más alta, los voluntarios lograban superar el cansancio y continuar. Es decir, no se rendían porque se hubiesen quedado sin energía, sino porque el sistema de recompensas del cerebro evaluaba que seguir ya no compensaba.
Esa diferencia entre lo que sentimos y lo que realmente somos capaces de hacer explica por qué la fatiga mental puede ser un obstáculo tan fuerte en cuadros como la depresión o el estrés postraumático, donde el sistema de valoración del esfuerzo aparece distorsionado.
Cómo darle al cerebro un motivo para seguir
La buena noticia es que existen estrategias simples para “convencer” al cerebro de que vale la pena continuar:
- Definir recompensas claras y concretas. Poner metas alcanzables o agendar un descanso después de una tarea ayuda a mantener la motivación.
- Tomar descansos inteligentes. No alcanza con parar: es necesario desconectar de verdad, ya sea con una caminata corta, respiración profunda o música. Las redes sociales no sirven como pausa real.
- Dividir los objetivos. Cuando el cerebro percibe los pasos como alcanzables, se reducen las chances de abandono.
- Cuidar el diálogo interno. La manera en que nos hablamos impacta directamente en cómo interpretamos el esfuerzo que hacemos.
- Activar la dopamina. El ejercicio físico y el contacto social positivo son aliados para restaurar la química cerebral que impulsa la motivación.
En definitiva, la fatiga mental no significa que el cerebro se quedó sin combustible, sino que está evaluando costos y beneficios. Saber cómo ofrecerle “razones” claras para seguir puede ser la clave para atravesar esos momentos en los que todo parece indicar que ya no damos más.
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