El juego en la infancia, especialmente en las etapas tempranas del desarrollo, siempre se consideró fundamental para el desarrollo sano del niño, por sus múltiples beneficios en aspectos motrices, lingüísticos, sociales y cognitivos. El juegole permite aprender de forma divertida y en directa relación son sus intereses del momento. Paradójicamente, cuanto más sabemos de su importancia menos horas juegan los niños. Padres que trabajan muchas horas, doble jornada en el colegio y agendas cargadas de actividades que dejan poco tiempo y energía para jugar en casa, provocan una alarmante disminución de las horas diarias dedicadas a esta actividad.
Pero el juego no sólo perdió terreno en términos de la cantidad de tiempo que se le dedica. También lo ha hecho cualitativamente en detrimento del contacto con la naturaleza y de la libertad de los niños para desarrollarlo, quedando tan sólo en el recuerdo las anécdotas de nuestros padres y abuelos en las que de niños pasaban horas en la vereda, yendo de una casa a otra, trepando árboles o embarcándose en aventuras de todo tipo que hoy, como padres, nos harían poner los pelos de punta.
Cada día son más las voces de psicólogos y pedagogos que se alzan para recordarnos la importancia de fomentarlo en nuestros hijos, exhortando a padres y educadores a que le facilitemos a los pequeños la oportunidad de jugar, no sólo “cuándo” sino también “cómo” hacerlo.
Uno de ellos, Francesco Tonucci, psicopedagogo italiano especialista en el estudio del pensamiento y desarrollo infantil y gestor del proyecto “la ciudad de los niños” (en el que impulsa cambios en el planeamiento urbano de distintas ciudades con foco en las necesidades de los más pequeños), explica que el desarrollo de la vida moderna y de las grandes ciudades ha ido paulatinamente reduciendo -además del tiempo- otra de las cosas que los niños más necesitan para jugar: espacios verdes donde puedan hacer lo que quieran, donde haya menos hamacas y toboganes y puedan simplemente pisar el pasto, embarrarse, subirse a los árboles, jugar con lagartijas.
Y también, por qué no, donde pueda haber un menor control y supervisión constante de los adultos, porque asegura que lo que un niño hace en presencia de un adulto difiere enormemente de lo que hace sólo: el juego que hacen sin control adulto “es la forma cultural más alta que un niño puede alcanzar”.
Por otro lado, la proliferación de juguetes actual, muchos de ellos tecnológicos y con mil funciones que hacen de todo por sí solos, han hecho que los niños pierdan protagonismo y tengan menos espacio para “inventar”. ¿Por qué el juego libre, sin reglas, no estructurado, afuera y fuera de la vista de los padres, es fundamental para el aprendizaje de la vida?
Creatividad y autonomía
En primer lugar porque ante la ausencia de reglas o propuestas, será el niño quien las cree, quien invente el juego, quien lo defina.
No nos referimos a la ausencia de reglas de conducta, sino a que fomentemos que tengan momentos en que puedan ser los creadores de su propio juego, de su propio universo, y ésta, es la mejor forma de fomentar su creatividad.
De hecho, aburrirse hace que el cerebro haga conexiones para tomar decisiones respecto de lo que realmente le gusta hacer”, explica David Bueno I Torrens, (especialista en genética del desarrollo y neurociencia, y autor de Neurociencia aplicada a la educación), enseñando al niño a salir por sí solo del aburrimiento, aprendiendo a gestionar sus propios recursos para ello.
Protagonistas
Segundo, porque en el juego libre (libre de reglas, de predefiniciones, y de adultos), serán ellos los protagonistas absolutos de la acción y no meros receptores pasivos.
De ahí la importancia de que les facilitemos juguetes poco tecnológicos, que, como siempre decimos “hagan poco por el niño” para que sean ellos quienes hagan todo lo demás así como de que les permitamos jugar solos, sin nuestra intervención.
No se trata de que no juguemos nunca con ellos ni mucho menos. Pero sí de asegurarnos de que en algún momento del día jueguen sin nosotros, para evitar sin querer, como dice Carmen Pascual en su libro Identidad y autonomía, “transformarnos en el protagonistas de sus acciones, anulando la posibilidad de pensar, crear, sentir y generar nuevas metas, convirtiendo al sujeto de aprendizaje en un ser pasivo y dependiente”.
Riesgos
Y tercero y último, porque sólo cuando les permitimos jugar lejos de nuestra vista, es cuando los niños evalúan los riesgos de sus acciones por sí mismos, aprendiendo a asumir las consecuencias de tomarlos, habilidad que los acompañará toda la vida.
Confiar más en ellos nos puede sorprender, haciéndonos descubrir que no son potenciales suicidas sino potenciales bailarines o arquitectos. Claro que esto no significa permitir que corran riesgos graves o exponerlos a riesgos que aún no tienen edad de evaluar, sino a que simplemente, el mejor control que podemos ejercer es el que no se nota, el que se ejerce desde lejos.
Afuera mejor
Si además este juego “fuera de la vista de los adultos” tiene lugar al aire libre, en la naturaleza, el impacto positivo en el desarrollo físico, cognitivo, emocional y social de los niños (cuando se les permite se guíen por su propio instinto y curiosidad) es mucho mayor.
A esta constatación ha llegado un grupo de investigadores el año pasado en la Universidad de Australia del Sur, donde analizaban, entre otros aspectos, el efecto en la salud y el desarrollo de los niños del juego libre y en la naturaleza (bosques, espacios verdes o jardines) y con elementos naturales (barro, arena, piedras, flores, árboles y agua, entre otros). Los resultados, publicados bajo el título de “The impacts of unestructured nature play on health in early chilhood developme”, señalan que el juego en la naturaleza favorece las capacidades cognitivas y de aprendizaje y mejoraba la destreza en los juegos constructivos, sociales, imaginativos y funcionales.
“Se trata de crear pasteles de barro, construir castillos con palos, vivir una aventura al aire libre y ensuciarse, explica Kylie Dankiw, autora principal del estudio, “todas cosas que a los niños les encanta hacer, pero de las que desafortunadamente, a medida que la sociedad se ha vuelto más sedentaria, reacia al riesgo y pobre en tiempo, menos niños tienen oportunidad”.
Más libertad
Los niños aprenden mucho más jugando que estudiando, haciendo que mirando. Pero no es lo mismo hacer lo que te sugiere otro, que lo que se te ocurre cuando algo te llama la atención. Y para ello, es necesario que tengan su cuota de libertad para explorar por sí solos.
En palabras de Tonucci, “dele a su hijo más autonomía, con normas de espacio, de tiempo y sociales, y le sorprenderá cómo mejora la comunicación: correrá a contarle lo que ha descubierto.
Así que la próxima vez que veas a tu hijo jugar, recuerda, el juego no es un descanso del aprendizaje…. es el aprendizaje.
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