Redacción El País
Hoy, como marca la tradición, muchas familias arman el arbolito de Navidad, un ritual que inaugura la temporada y llena la casa de espíritu festivo. Más allá del costado simbólico, lograr un árbol equilibrado y con buena presencia requiere paciencia, método y un orden que va de la estructura a los detalles finales.
La regla general: primero la base y el volumen, luego las luces y por último los adornos.
Primero, la estructura: base firme y volumen bien distribuido
El primer paso para un árbol que luzca frondoso y parejo empieza por asegurarse de que la base quede firme, algo clave en los modelos altos o muy cargados. En los artificiales, conviene montar las piezas desde la parte superior hacia abajo —como indican muchos fabricantes— y revisar que encajen sin juego.
Después llega el despliegue total de las ramas, una tarea que demanda un poco de paciencia: abrir cada punta en distintos ángulos evita huecos y genera la clásica silueta cónica que todos buscamos. Este “esponjado” inicial define el volumen real del árbol y previene esos espacios vacíos que se notan enseguida cuando se prenden las luces. También es buen momento para ajustar el tronco y decidir si las ramas inferiores irán al ras del piso o ligeramente elevadas, según el estilo de cada hogar.
Las luces van antes: cómo colocarlas para que queden parejas y profundas
Con la estructura pronta, llega la etapa de la iluminación, que siempre debe ir antes de los adornos. Las luces LED, además de seguras, aportan un brillo más parejo y no levantan temperatura. La recomendación es comenzar desde la base —cerca del enchufe— y avanzar hacia arriba, metiendo el cable hacia el interior de las ramas para generar mayor sensación de profundidad.
La técnica del zigzag funciona muy bien: se entra y sale de la estructura, evitando rodear el árbol como un espiral continuo. Una vez colocadas, conviene encenderlas para revisar que no queden sectores oscuros o zonas sobrecargadas. Esa prueba rápida permite corregir a tiempo sin tener que desarmar toda la vuelta.
Cintas, guirnaldas y adornos: el orden que asegura armonía
Recién después se pasa a la decoración, que también tiene su estrategia. Las cintas y guirnaldas van primero, colocadas en espiral suave y sin tensarlas para que acompañen la caída natural de las ramas. Luego llega el turno de los adornos grandes, que suman volumen y conviene ubicar hacia el interior para que la estructura gane profundidad visual.
Sobre las puntas se distribuyen las piezas protagonistas —esferas, figuras o adornos temáticos— siguiendo la llamada “regla de la pirámide”: más cantidad en la base, menos en la cima, para mantener equilibrio. Al final se colocan los detalles pequeños y, como broche, la clásica estrella o figura elegida para la cúspide. El faldón que cubre la base completa la escena y aporta prolijidad.
En base a La Nación/GDA