Redacción El País
A la mayoría de las personas el primer café del día les funciona casi como un ritual: se levantan, ponen la jarra o la cápsula, y recién entonces sienten que pueden arrancar. Sin embargo, nutricionistas y expertos en sueño insisten en que no es solo qué café se toma, sino cuándo. Ajustar ese horario, dicen, puede potenciar la energía durante muchas más horas sin necesidad de duplicar la dosis ni depender de tazas extra.
La explicación está en cómo actúa la cafeína en el cuerpo. Esta molécula bloquea la adenosina —la sustancia que acumula el cansancio— y, al mismo tiempo, estimula ligeramente la producción de dopamina y adrenalina. Así genera más foco y un pequeño subidón de ánimo. Su efecto máximo aparece entre la media hora y las dos horas después de ingerirla. Pero ese impulso no siempre se aprovecha del mismo modo a lo largo del día.
Justo al despertar, el cortisol —la hormona que nos “prende el motor”— está en su pico natural. En ese momento, el bloqueo de adenosina es menos eficiente y la cafeína no produce el mismo efecto de “despertar” que sí se obtiene más tarde. Por eso, los especialistas recomiendan esperar entre 60 y 90 minutos antes de tomar la primera taza y ubicarla hacia media mañana, cuando el cuerpo ya pasó ese primer encendido biológico.
Además, tomar café apenas abrir los ojos tiene un componente psicológico fuerte: por hábito, la persona siente que se activa incluso antes de que la cafeína haga efecto. Ese “placebo matinal” funciona como sensación subjetiva, pero no se compara con el beneficio fisiológico que se obtiene al demorar la ingesta.
El otro punto clave es cuidar el sueño. Estudios recientes muestran que incluso 200 mg de cafeína cerca de la hora de dormir pueden alterar patrones cerebrales durante la noche y generar un descanso más ligero, con impacto en el rendimiento del día siguiente. Por eso, evitar el café nocturno —incluso el “descafeinado” si se es muy sensible— sigue siendo una regla de oro.
Para que la energía dure más, los expertos también recomiendan desayunar antes. Un plato que combine proteínas, fibra y grasas saludables mantiene estable el azúcar en sangre y evita esos altibajos bruscos que anulan el efecto de la cafeína. En esa línea, algunas nutricionistas aconsejan sumar péptidos de colágeno o integrar el café a un batido proteico, una estrategia útil para quienes experimentan molestias gástricas o picos de nerviosismo.
En el terreno de las tendencias, el café con hongos funcionales —como la melena de león— gana espacio entre quienes buscan un empujón cognitivo más parejo a lo largo de la jornada. No reemplaza a la cafeína, pero puede complementar su efecto en personas que priorizan claridad mental sin tanta excitación.
Al final, el “mejor café” no es necesariamente el más fuerte ni el más sofisticado, sino el que se toma en el momento adecuado. Retrasar la primera taza, acompañarla de un desayuno nutritivo, evitar el azúcar y reservar la noche para infusiones sin estimulantes puede hacer que la bebida más popular del mundo rinda mucho más y con menos desgaste.
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