Redacción El País
Beber agua fría es una forma popular de calmar la sed, especialmente en climas cálidos, pero surge la duda sobre sus efectos cuando se consume junto con las comidas.
Según el nutricionista Vicente Clemente, profesor de la Universidad Europea, entrevistado por CuídatePlus, el consumo de agua muy fría provoca un descenso brusco de la temperatura en las paredes del estómago e intestinos. Esto genera una contracción temporal de los vasos sanguíneos, ralentizando el inicio de la digestión y afectando la actividad de las enzimas digestivas, que funcionan mejor a temperatura corporal.
En la mayoría de la población sana, este efecto es pasajero y no genera problemas significativos. Sin embargo, en personas con reflujo, gastritis o colon irritable, la reacción puede intensificar síntomas, causando pesadez, calambres o sensación de inflamación abdominal.
Clemente aclara que el llamado “corte de digestión” no se debe únicamente al agua fría, sino a un cambio brusco de temperatura corporal que puede afectar la circulación y el bienestar general.
Respecto a la ingesta durante o después de las comidas, no existe evidencia científica que indique un riesgo para la mayoría, pero quienes sufren digestiones lentas o problemas gastrointestinales deberían moderar su consumo. En estos casos, lo recomendable es beber agua a temperatura ambiente o ligeramente fresca para evitar contrastes térmicos pronunciados.
En términos de hidratación, tanto el agua fría como la caliente cumplen la misma función: reponer líquidos. No obstante, la fría aporta sensación de frescor y ayuda a bajar la temperatura corporal, resultando más agradable tras ejercicio o en días calurosos, según Clemente.
La elección del agua depende de la tolerancia personal y el contexto: para la mayoría es seguro beberla fría, pero quienes presentan sensibilidad digestiva deberían preferirla templada.
En base a El Tiempo/GDA