Redacción El País
Algunas personas no toleran pasar tiempo a solas. Basta una visita improvisada o un simple encuentro social para escapar del silencio. Lo que a primera vista parece un rasgo extrovertido muchas veces esconde algo más profundo: la dificultad de disfrutar de la propia compañía y el miedo a la soledad.
La psicología señala que detrás de esa búsqueda incesante de interacción suele estar la soledad no deseada, un malestar cada vez más extendido en las sociedades modernas y con impacto directo en la salud emocional y la manera en que se construyen los vínculos.
Redes sociales: conexión aparente, vacío real
Las plataformas digitales prometieron acercar a las personas, pero no siempre cumplen ese propósito. Las conversaciones virtuales difícilmente alcanzan la profundidad del encuentro presencial, y el exceso de tiempo en línea puede generar vínculos superficiales. A esto se suma la comparación constante con vidas idealizadas, que refuerza sentimientos de insuficiencia y vacío.
No se trata de cuántos contactos se tienen, sino de la calidad de esas relaciones. La soledad se vuelve problemática cuando faltan lazos capaces de sostener en momentos de necesidad. En las grandes ciudades, el aislamiento suele intensificarse: rodeados de multitudes, muchos viven una desconexión invisible.
Huellas de la infancia
El modo en que aprendemos a relacionarnos se gesta en la niñez. Un apego seguro otorga confianza y autonomía; en cambio, un apego ansioso deja una herida que más tarde se traduce en miedo al abandono y en la imposibilidad de estar a solas. Así, las primeras experiencias marcan también la forma de vivir la soledad en la adultez.
No toda soledad es negativa. Cuando se elige, puede convertirse en solitud: un espacio de calma, introspección y creatividad. La soledad impuesta, en cambio, se vive como carga, con sensaciones de vacío, apatía y desconexión. La diferencia está en la posibilidad de elegir: una fortalece, la otra desgasta.
La soledad no deseada puede surgir tras rupturas, pérdidas o cambios vitales, e incluso asociarse a trastornos como el límite de la personalidad, donde el temor al abandono se vuelve central. En esos casos, el vacío se experimenta como un obstáculo para el bienestar cotidiano.
Cuándo pedir ayuda
El aislamiento deja de ser pasajero cuando interfiere en la vida diaria. La falta de interés por actividades habituales, la ansiedad persistente o los síntomas de depresión son señales de alerta que requieren acompañamiento profesional. La terapia puede ofrecer estrategias para resignificar la soledad y recuperar el equilibrio emocional.
La soledad tiene dos caras: puede vivirse como prisión o como oportunidad. Aprender a distinguir entre estar solo y sentirse solo abre la puerta a una vida más plena, en la que el encuentro con otros se da desde la libertad y no desde la necesidad.
En base a El Tiempo/GDA
-
Un hábito cada vez más común en la infancia que puede cambiar la forma en que los niños comen y se relacionan en familia
Hermanos y cambios familiares: cómo acompañar la llegada de un nuevo hijo y fortalecer vínculos
El efecto negativo de las plantas artificiales en la energía del hogar, según el Feng Shui