En un mundo en el que los motores, bocinas, conversaciones superpuestas y la música de fondo parecen nunca apagarse, hablar de silencio suena casi a rareza. Sin embargo, cada vez más investigaciones demuestran que se trata de un recurso vital para el bienestar físico y emocional. La Organización Mundial de la Salud considera al ruido ambiental una de las principales amenazas para la salud pública en Europa y América, al advertir que su exposición crónica puede provocar trastornos del sueño, aumento del estrés, dificultades de concentración y enfermedades cardiovasculares.
“Vivimos rodeados de estímulos sonoros constantes. El cerebro nunca termina de desconectarse y eso, con el tiempo, genera fatiga mental y un aumento de la hormona del estrés, el cortisol”, explica la neuropsicóloga española Laura Fuentes. La especialista sostiene que el silencio no debe pensarse solo como ausencia de ruido, sino como un espacio reparador que permite al sistema nervioso “resetearse”.
Lo que dice la ciencia
Un trabajo de la Universidad de Múnich demostró que las personas expuestas a niveles continuos de más de 65 decibeles presentan un riesgo mayor de hipertensión y alteraciones en el ritmo cardíaco. Otra investigación, realizada en Estados Unidos por el National Center for Biotechnology Information, señaló que pequeños intervalos de silencio diarios favorecen la neurogénesis.
“El silencio activa el sistema nervioso parasimpático, que es el encargado de bajar la frecuencia cardíaca y generar una sensación de calma. Por eso incluso lapsos cortos de quietud, de apenas diez o quince minutos, pueden marcar la diferencia en los niveles de ansiedad”, sostiene el cardiólogo argentino Marcelo Ríos, especialista en medicina del estrés.
Islas de calma
La buena noticia es que no hace falta viajar a un paraje remoto para acceder a sus beneficios. Existen gestos sencillos que pueden incorporarse en la rutina. Una opción es establecer un “rincón de silencio” en casa: un sillón junto a una ventana, un espacio en el jardín o incluso una habitación a la que se le quite, por un rato, todo tipo de estímulo tecnológico. Bastan diez minutos en ese entorno para generar un efecto reparador.
Otra estrategia es practicar la “higiene sonora”. Consiste en regular la cantidad de ruido que ingresa a lo largo del día. Bajar el volumen del televisor, elegir momentos sin música de fondo, dejar el celular en modo avión por media hora o practicar técnicas de respiración consciente son recursos que reducen la carga auditiva y ayudan a calmar la mente.
En paralelo, crece en distintos países el llamado “turismo de silencio”: retiros en entornos naturales, hoteles rurales que promueven el descanso libre de pantallas y hasta circuitos de viaje diseñados para reducir al mínimo los estímulos.
El desafío, en definitiva, no pasa únicamente por viajar a un entorno sin ruido, sino por aprender a valorar y generar instancias de quietud en la rutina. En un mundo donde el sonido constante se convirtió en norma, elegir el silencio se vuelve un acto de autocuidado. Y, como subrayan los especialistas, ese “lujo” de callar es mucho más que una moda: es una herramienta concreta para cuidar la mente, el corazón y la calidad de vida.
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