Redacción El País
En 2007, Uruguay dio un paso histórico al convertirse en uno de los primeros países de América Latina en prohibir por ley el castigo físico y los tratos humillantes hacia niños, niñas y adolescentes. Casi dos décadas después, la conversación sobre cómo educar sin violencia está más vigente que nunca: entre padres, docentes y profesionales de la salud mental, el debate se centra en cómo criar desde el respeto y la empatía.
La Ley N.º 18.214 incorporó al Código de la Niñez y la Adolescencia la prohibición del castigo físico y cualquier trato humillante como forma de corrección o disciplina para niños, niñas y adolescentes. En la misma línea, la psicología contemporánea impulsa la crianza positiva, un enfoque basado en el respeto mutuo, la comunicación y la regulación emocional de los adultos.
Qué es la crianza positiva
La crianza positiva es un enfoque basado en el respeto mutuo, la comprensión y el acompañamiento emocional. Parte de la idea de que los niños aprenden mejor cuando se sienten escuchados y seguros, no cuando son castigados o humillados.
Según los especialistas, este modelo busca promover la autonomía, la empatía y la responsabilidad, ayudando a los niños a desarrollar habilidades sociales y emocionales que los acompañarán toda la vida. Entre sus principales beneficios se destacan:
- Favorece un vínculo más fuerte y de confianza entre adultos y niños.
- Disminuye los comportamientos agresivos o desafiantes.
- Mejora la autoestima y la capacidad de autorregulación emocional.
- Crea un entorno familiar más estable, basado en el diálogo y la cooperación.
Cómo aplicar la crianza positiva en casa
Llevar la crianza positiva a la práctica no requiere fórmulas complicadas, sino cambios sostenidos en la forma de comunicarse y establecer límites. Los especialistas recomiendan:
- Poner nombre a las emociones. En lugar de decir “no llores”, se puede decir “veo que estás triste porque no te salió como querías”. Esto enseña a reconocer y expresar sentimientos.
- Pausar antes de reaccionar. Cuando el adulto se siente frustrado, respirar antes de responder evita recurrir al grito o al castigo impulsivo.
- Establecer rutinas claras. Los niños se sienten más seguros cuando saben qué esperar. Tener horarios fijos para dormir, comer o jugar ayuda a reducir conflictos.
- Dar opciones en lugar de órdenes. Por ejemplo: “¿Querés bañarte ahora o después de cenar?” Esto refuerza la autonomía y la cooperación.
- Reforzar lo positivo. Reconocer el buen comportamiento (“Me gustó cómo compartiste tus juguetes”) refuerza la conducta deseada más que el castigo por el error.
A casi 20 años de la ley, la transformación se mide en gestos cotidianos: padres que piden perdón, docentes que escuchan antes de sancionar y niños que crecen entendiendo que el amor y la autoridad pueden convivir sin miedo.
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