Redacción El País
A primera vista, posponer una tarea puede sonar a descanso. Sin embargo, quienes lo hacen con frecuencia saben que la sensación final rara vez es de alivio. En lugar de paz, lo que aparece es culpa, ansiedad y la incómoda sensación de no haber avanzado.
De acuerdo a la psicóloga Valeria Francia, la procrastinación no se explica por simple falta de disciplina o pereza. Es, en realidad, una reacción emocional. Cuando una tarea nos genera aburrimiento, inseguridad o miedo al fracaso, el cerebro activa un mecanismo de defensa: elegir actividades más gratificantes en el corto plazo.
En ese momento, dos sistemas cerebrales entran en tensión. Por un lado, el sistema límbico, impulsivo y orientado al placer inmediato. Por el otro, la corteza prefrontal, encargada de la planificación y el autocontrol. Cuando gana el primero, el “yo del presente” elige la recompensa rápida, aunque el “yo del futuro” se lleve la peor parte.
El peso de las emociones
Detrás de este hábito, lo que suele haber no es falta de motivación, sino un exceso de emociones difíciles: perfeccionismo, inseguridad, cansancio, miedo a equivocarse. Por eso, una agenda bien organizada no siempre alcanza. Si no trabajamos sobre esas emociones, el patrón se repite.
Curiosamente, las personas también procrastinan en cosas que realmente desean hacer. No se trata de desinterés, sino de la carga emocional que implica enfrentarse a la acción.
La buena noticia es que el cerebro también aprende. Cuando logramos dar el primer paso en una tarea que habíamos estado evitando, se activa el sistema de recompensa dopaminérgico. Eso refuerza la conducta productiva y fortalece la conexión entre la corteza prefrontal y las áreas emocionales. En otras palabras: cada vez que elegimos avanzar, aunque sea con algo pequeño, se vuelve más fácil repetirlo.
Este proceso depende de la neuroplasticidad: la capacidad del cerebro de crear nuevas rutas de acción si se le ofrece práctica y un entorno emocional seguro. No es cuestión de fuerza de voluntad bruta, sino de constancia y autocompasión.
Mirar la procrastinación con otros ojos
Postergar es parte de la experiencia humana; todos lo hacemos. Pero cuando se vuelve una traba que interfiere con nuestros proyectos o nuestra autoestima, vale la pena dejar de juzgarnos y empezar a entendernos. Muchas veces, la tarea que evitamos es precisamente la que más deseamos concretar, pero también la que más miedo nos despierta.
Cambiar el enfoque, tratarnos con menos dureza y apoyarnos en estrategias de gestión emocional puede ser la clave para salir del ciclo. Porque lo difícil no es terminar: lo difícil es empezar. Y en ese primer movimiento, por pequeño que sea, ya hay una enorme liberación.