Redacción El País
Cuando el estrés se vuelve parte de la rutina diaria, no solo afecta el ánimo: también puede sabotear los intentos de perder peso.
El responsable es el cortisol, hormona que se libera en situaciones de alerta para activar la respuesta de “lucha o huida”.
De acuerdo con los endocrinólogos, cuando el cortisol permanece elevado durante demasiado tiempo, el cuerpo produce más glucosa, reduce la sensibilidad a la insulina y acumula energía en forma de grasa, especialmente en la zona abdominal, donde existen más receptores sensibles a esta hormona. El resultado no es solo estético: aumenta el riesgo de diabetes, hipertensión y enfermedades cardiovasculares.
El estrés también impulsa lo que los especialistas llaman “hambre emocional”. El cuerpo busca alivio rápido en alimentos ricos en azúcar, grasa o sal. Además, dormir mal —otra consecuencia del estrés— empeora el cuadro: altera aún más el metabolismo y ralentiza la quema de calorías.
La nutricionista Tania Alfaro distingue entre hambre real y emocional. La primera surge de manera gradual y se resuelve con alimentos nutritivos; la segunda aparece de golpe, suele dirigirse a comidas ultraprocesadas y deja sensación de culpa.
Aunque no todas las personas reaccionan igual —algunas incluso pierden el apetito—, lo más común es que el estrés sostenido incremente el peso. Para evitarlo, los especialistas recomiendan técnicas de relajación, ejercicio, buen descanso y una dieta equilibrada con proteínas magras, carbohidratos de calidad, frutas, verduras y alimentos ricos en omega-3, magnesio y antioxidantes.
Respiración profunda, caminatas, música o infusiones relajantes como manzanilla y toronjil también ayudan a regular el cortisol.
Como concluye la endocrinóloga Gretell Molina, manejar el estrés no es solo cuestión de apariencia física, sino de cuidar la salud metabólica y el bienestar integral.
En base a El Tiempo/GDA