De los adolescentes se dice mucho: que no escuchan a nadie, que viven pegados al celular, que creen que lo saben todo. Parece que están en su propio mundo y que lo que dicen sus padres les entra por un oído y les sale por el otro. Sin embargo, para la psicóloga argentina Maritchu Seitún, “las condiciones para que los chicos se acerquen están más en nuestras manos —los adultos— que en las de ellos”.
¿Podemos, entonces, establecer límites claros y al mismo tiempo evitar que se alejen y rehúyan de nosotros? Seitún entiende que sí, por medio de la crianza con empatía. De eso hablará en su conferencia del jueves 14 de agosto en Sinergia Faro de Punta Carretas. El encuentro será a las 17 horas y se compartirán claves para fortalecer los vínculos familiares en una etapa de profundos cambios.
La experta publicó más de diez libros —entre ellos, ‘Adolescencia: Acompañar el proceso y sostener el vínculo’ y ‘Criar con el corazón’— y es referente en temas de crianza respetuosa y desarrollo emocional infantil. Habló con El País acerca de los desafíos y los beneficios de criar con empatía hoy.
— ¿De qué hablamos cuando hablamos de criar con empatía?
— La idea surgió a fines del siglo XX y fue un boom porque nos permitió darnos cuenta de lo fabuloso que es que otro ser humano valide lo que uno siente. No quiere decir que permitamos al adolescente hacer lo que no debe o decidir sobre lo que no debe decidir, sino que tiene que ver con confirmar que lo que siente está bien sentido y que pueda resolver respecto a eso sin tanta culpa, miedo o defensividad. A veces se trata de ayudarlo a resolver; otras, ayudarlo en el dolor frente a algo que no puede resolverse. O ayudarlo a encontrar el camino, que no siempre es el que él o ella hubiera elegido. Los chicos, en general, eligen el camino más corto, reactivo e impulsivo, y los adultos estamos para acompañarlos en la búsqueda de caminos mejores, más largos y menos impulsivos y reactivos.
— ¿Por qué es importante este tema particularmente en la adolescencia?
— En realidad, es igual de importante que en los primeros años, pero lo que pasa en la adolescencia es que los chicos nos hacen creer que no nos necesitan o que no les importa lo que decimos. Entonces, aquello que hacíamos cuando eran más chicos —eso de ‘te entiendo’ y ‘te tengo paciencia’— lo perdemos con mucha facilidad y nos irritamos. Debemos recuperar el valor de lo que hacíamos antes, que era ponernos en su lugar y a partir de ahí responder. No nos olvidemos de que, cuando validamos lo que sienten, los ayudamos a construir su identidad.
— ¿Cómo nos damos cuenta de que falta empatía en la crianza?
— Cuando los chicos no vienen a contarnos las cosas. O cuando apenas empezamos a hablar y ya se cierran como un bicho bolita… Porque la empatía tiene otra virtud: les hace abrir las orejas. Si tienen muchas ganas de ir a una fiesta en un descampado y están enojadisimos con nosotros, como padres, porque no los dejamos ir, pero lo que les decimos les resuena —por ejemplo: sí, cómo no te dará rabia que no te deje ir; tus amigos van, te debés sentir un tonto—, eso hace que abran sus orejas y puedan escucharnos cuando les expliquemos que no queremos que vayan porque es muy arriesgado y no queremos que corran riesgos. La empatía abre cerebros y abre mentes, y eso la hace un excelente recurso en la adolescencia.
— ¿Cuáles son los principales desafíos de criar con empatía?
— Primero, que probablemente nosotros no fuimos criados de ese modo o, al menos, no lo suficiente. Segundo, que, a veces, nos cuesta ser empáticos con nosotros mismos y uno puede ser tan malo o tan exigente con un hijo, un jefe, un empleado o un amigo como lo es consigo mismo. Si me comprendo, me perdono y me acepto a mí mismo, se vuelve más fácil hacerlo con los demás.
— Y al superar esos desafíos, ¿qué beneficios tiene este tipo de crianza?
— Para el adolescente, la gran ventaja es que se sentirá escuchado, comprendido, tenido en cuenta; verá que el adulto lo entiende de verdad porque no es un simple ‘te entiendo’ o ‘te comprendo’ sino que repite lo que dijo, lo pone en otras palabras, encuentra la forma de hacerlo sentir que lo que siente es válido. Eso aumenta la autoestima del adolescente. Se da cuenta de que lo que el adulto restringe es su conducta, sus palabras, sus acciones, pero no su emocionalidad. Y para el vínculo eso es muy importante porque, para que un hijo quiera acercarse a sus padres, debe sentir que será escuchado. Sino, no se acercará y entonces el adulto no podrá protegerlo. Ese es el gran problema.
— ¿Cuáles son las consecuencias de la falta de empatía?
— Autoestima baja, soledad y chicos que se arreglan solos, pero no sabemos para qué lado ni con quién, lo cual es riesgoso. Es decir, en la medida en que no tengan un adulto referente que los ayude a entender qué les pasa y cómo resolverlo, lo harán por su cuenta y con la ayuda de quien encuentren por el camino, que puede ser alguien de una red social, un amigo que está tan perdido como ellos, pero cree que sabe, un youtuber…
— Entonces, ¿qué tipo de cosas podemos decir para hablar con más empatía?
— Lo principal es hablar con palabras que no sean las nuestras adultas, sino con lo que creemos que están pensando ellos. Por ejemplo, ‘sí, qué bronca que da esto’ o ‘sí, qué injusto que te tocaron estos papás…’, como si estuviéramos leyendo su mente. Cuando decimos cosas como ‘comprendo tu frustración’, no se sienten entendidos porque son frases genéricas, que no nos acercan.
— ¿Qué pasa con la empatía hoy, en tiempos de redes sociales y digitalización?
— Se complejiza. Para la empatía hace falta tiempo, y si estamos todo el rato mirando una pantalla, haciendo cosas importantes, sin dejar de trabajar, con el ojo en el teléfono y no en la familia, no hay espacio para ella. Creo que es grave esto que está ocurriendo porque los chicos se sienten solos y los adultos sienten que van perdiendo a sus hijos porque no saben qué les pasa. Ocurre de a poco, pero es muy serio. Siempre digo que los seres humanos somos nativos vinculares, no digitales, y la empatía surge de lo vincular, no de lo digital.
Para criar con empatía, comenzaría por dejar el teléfono de a ratos. Conversar, más que preguntar. Contarles sobre nosotros para que sientan que somos seres humanos y empiecen a interesarse por nuestras experiencias. Escucharlos cuando dicen cosas chiquititas, detener el mundo cuando quieren hablarnos.
Hay una serie llamada ‘Atrapados’ donde la madre es una periodista que tiene un trabajo importantísimo; es muy valioso lo que está haciendo. Pero su hijo adolescente hace una macana y tres veces le dice: ‘Mamá, quiero hablar con vos’. Cada vez, ella responde: ‘Sí, pero ahora no’. Al final, el chico va a la comisaría a contar lo que le pasó porque está preocupado y la madre le dice: ‘Pero, ¿cómo no me lo contaste a mí?’. Él responde: ‘Es que no me escuchás’. Es así: las condiciones para que los chicos se acerquen están más en nuestras manos que en las de ellos.
— ¿A quién está dirigida su charla en Montevideo?
— A padres, docentes y todos aquellos que estén interesados en aprender sobre cómo acompañar en esta etapa que, además, se ha puesto muy compleja por las redes sociales. Hay mucha exposición y mucha pérdida del valor de la familia. En la charla pondremos en valor esta cuestión de la presencia familiar porque los chicos están siendo muy influenciados por el mundo externo. Reflexionaremos sobre cómo acompañar a los adolescentes con empatía, límites claros y una escucha real.
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