Redacción El País
La creatividad es la capacidad que distingue a la humanidad frente al avance de la inteligencia artificial. A lo largo de la historia permitió inventos trascendentales como la imprenta de Gutenberg, el modelo T de Henry Ford o el primer vuelo controlado de los hermanos Wright.
Lo que ellos compartieron fue la capacidad de ver soluciones donde otros solo encontraban obstáculos.
Según especialistas, la diferencia no está tanto en la genética como en la flexibilidad cognitiva. Los cerebros creativos conectan con mayor facilidad lo lógico y lo imaginativo, y dejan entrar ideas que muchos descartarían.
Universidades como Yale, Oxford y Harvard ofrecen programas para estimular esta habilidad, mientras que la ONU la considera tan esencial que instituyó el 21 de abril como el Día Mundial de la Creatividad y la Innovación.
La creatividad no es patrimonio exclusivo de artistas ni genios, puede aparecer en cualquier persona: en fórmulas matemáticas, en la cocina o en la vida cotidiana. Se apoya en tres grandes redes cerebrales —imaginación, control ejecutivo y prominencia— y se ve favorecida por la curiosidad, la observación, la emocionalidad positiva y los contextos que toleran el error.
Aunque cambia con la edad, no tiene un límite biológico: puede entrenarse como un músculo. Rodearse de estímulos, exponerse a experiencias nuevas, practicar mindfulness o actividades artísticas son caminos posibles. Lo que sí bloquea la creatividad es la rigidez, el miedo al error o el aislamiento.
Incluso estudios recientes muestran que la IA puede potenciar la creatividad humana si se la usa con reflexión crítica, pero nunca reemplazarla. Como explican los expertos, la tecnología procesa datos, pero solo las personas pueden darles sentido, contexto y emoción.
De Einstein a Dalí, de Steve Jobs a Hemingway, distintos genios desarrollaron rituales para cultivar sus ideas. Y todos coinciden en algo: la creatividad es el último bastión humano, la llave maestra para crear lo inesperado.
En base a La Nación/GDA