Desde que somos niños, buscamos grupos. Primero la familia, luego la escuela, los amigos. Más tarde, nos encontramos identificándonos con un equipo de fútbol, un partido político, una serie o incluso una comunidad en redes sociales. Nos vestimos con los colores de un equipo, compartimos memes políticos o celebramos victorias colectivas en WhatsApp o Instagram. Buscamos sentir que formamos parte de algo más grande que nosotros. Pero, ¿por qué sentimos esa necesidad de pertenecer? ¿Qué le pasa a nuestro cerebro cuando defendemos un equipo, compartimos ideas políticas o celebramos el triunfo de nuestro país en un evento deportivo?
La respuesta empieza en nuestro cerebro social. Los seres humanos somos “animales sociales”. Tenemos regiones especializadas en procesar información social: la corteza prefrontal medial, la amígdala y la ínsula nos ayudan a discernir quién forma parte de nuestro grupo y quién no. Cuando nos identificamos con un grupo, se liberan neurotransmisores como dopamina y oxitocina, que generan placer, sensación de seguridad y conexión con otros que comparten nuestras ideas o pasiones. En otras palabras: pertenecer nos hace sentir bien a nivel biológico, y nos recuerda que estamos hechos para conectar con otros.
Política
Sentirse parte de un partido o movimiento refuerza la identidad personal. Compartir creencias nos hace sentir comprendidos y protegidos socialmente, y puede generar emociones intensas al debatir o defender esas ideas. Participar en una marcha, firmar peticiones online o incluso comentar en redes sobre un tema político activa circuitos de recompensa y refuerza la sensación de pertenencia.
Esta necesidad de pertenencia también explica fenómenos como la grieta política. Nuestro cerebro no solo busca sentirse parte de un grupo, sino también marcar claramente la diferencia con otros grupos. Cuando nos identificamos fuertemente con un partido, sentimos una conexión intensa con sus valores, ideas y comunidad, pero al mismo tiempo, nuestro cerebro activa respuestas de alerta ante quienes pertenecen a un grupo distinto. Esto puede generar rechazo, indignación o incluso hostilidad hacia quienes piensan diferente, porque nuestro sistema de recompensa y nuestras emociones están vinculadas a la defensa del grupo. Por eso, discutir política puede ser tan intenso: no solo defendemos ideas, defendemos la pertenencia y la identidad que hemos construido alrededor de ellas.
Deporte
Apoyar a un equipo activa circuitos similares al “refuerzo social”. Ganar o perder genera emociones fuertes, que nos conectan con la comunidad y nos hacen experimentar alegría o frustración de manera compartida. Los festejos, los cánticos y los colores son símbolos que nos recuerdan que formamos parte de algo más grande. Incluso el simple hecho de usar la camiseta del equipo o ir al estadio nos da sensación de identidad y seguridad emocional.
País y patriotismo
Durante eventos como la Copa del Mundo, Copa América, se activan emociones colectivas muy intensas. Incluso quienes normalmente no siguen deportes sienten la necesidad de celebrar o defender a su equipo. Evolutivamente, esto refleja la importancia de pertenecer a un grupo que nos proteja y nos apoye, ya que nuestra supervivencia dependía de la cohesión social.
Qué le pasa específicamente a nuestro cerebro
Cuando defendemos nuestro grupo, la amígdala se activa, generando emociones intensas, a veces agresivas. Es normal sentir enojo o indignación cuando alguien critica nuestras ideas o nuestro equipo. La corteza prefrontal nos ayuda a regular estas emociones, pero bajo la presión del grupo puede perder fuerza temporalmente. Por otro lado, sentir pertenencia activa el sistema de recompensa, liberando dopamina y generando placer y motivación: por eso celebrar con otros la victoria de un equipo o sentir orgullo por compartir valores políticos nos hace sentir bien y conectados.
Este mecanismo explica también por qué las discusiones grupales pueden ser tan apasionadas. Cuando nuestro grupo “está en juego”, nuestro cerebro responde con fuerza, como si nuestra seguridad personal dependiera de ello. Esto ocurre en la vida cotidiana y también en las redes sociales, donde la identificación grupal se magnifica y las emociones se intensifican al compartir ideas con desconocidos que sienten lo mismo que nosotros. Cada “me gusta”, comentario o meme compartido activa circuitos de recompensa similares a los que se liberan al estar físicamente con otras personas que comparten nuestros intereses.
Incluso en el trabajo o en la universidad, la pertenencia a un equipo o a una comunidad genera bienestar. Formar parte de un proyecto colectivo, un grupo de estudio o un club laboral nos hace sentir útiles, reconocidos y motivados. La falta de conexión, en cambio, puede generar estrés, ansiedad o sensación de aislamiento. Por eso, pertenecer no es solo emocional, sino también un mecanismo de regulación de nuestro bienestar psicológico.
Vivir la pertenencia de manera consciente
Conocer cómo funciona nuestro cerebro nos permite reflexionar y elegir conscientemente nuestra identificación.
Por ejemplo:
• Disfrutar del fútbol sin entrar en peleas interminables y personales con rivales.
• Participar en política sin perder la calma, sin perder el pensamiento crítico
• Compartir ideas con respeto, reconociendo que otros también buscan pertenecer.
• Elegir cuándo y cómo involucrarnos, sin que la emoción nos controle,
• Reconocer la diferencia entre sentirse parte y dejar que las emociones del grupo dominen nuestras decisiones.
Incluso pequeñas prácticas, como festejar una victoria deportiva en comunidad, debatir con alguien que piensa distinto sin ofender, compartir un proyecto cultural o social, ayudan a regular nuestras emociones y disfrutar la pertenencia sin que nos consuma. Reconocer que necesitamos pertenecer es también un paso hacia la autonomía emocional: podemos conectar y sentir, pero decidir conscientemente hasta dónde dejamos que nos afecte.
Necesitamos pertenecer, y eso no es un error ni una debilidad. Es una estrategia evolutiva que nos permitió sobrevivir y prosperar en sociedad. Hoy se manifiesta en equipos de fútbol, partidos políticos, comunidades virtuales y grupos culturales. Nuestro cerebro responde igual: buscamos conexión, seguridad y significado. Comprender esto nos permite vivir la pertenencia de manera saludable: sentirnos parte de algo más grande, disfrutarlo, aprender de los otros y, al mismo tiempo, mantener nuestra calma y autonomía emocional.
La próxima vez que te encuentres defendiendo un equipo, un partido o una idea con pasión, recordá que detrás de esa emoción hay un cerebro que busca seguridad y conexión. Y que vos podés vivir esa pertenencia de forma consciente, disfrutando la alegría de compartir y la calma de mantener tu equilibrio interno. La pertenencia puede ser un motor de bienestar, siempre que sepamos cómo sentirla y cómo regular nuestras emociones.
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