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Naturaleza e historia en Misiones: conocé Puerto Bemberg, entre las Cataratas y Posadas

Este sitio turístico repleto de flora y fauna nativa de Argentina es ideal para unas vacaciones tranquilas y en conexión con la naturaleza.

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Posada Puerto Bemberg
Posada Puerto Bemberg.
Foto: @puerto_bemberg.

Paula Rossi, La Nación/GDA
En Misiones, a casi 50 kilómetros de Puerto Iguazú y a 267 de Posadas, por la ruta nacional 12, Puerto Bemberg aparece como un destino que vale la pena conocer. Aquí todo es colorado y selvático. Pero la noche se hace de golpe y lo oculta. Llegar a la Posada Puerto Bemberg requiere atravesar un camino de ripio rodeado de árboles, a nueve minutos de Puerto Libertad. Un cartel de madera marca la entrada y, ya adentro, unas luces tenues y cálidas dispuestas entre la vegetación dan algunas pistas de aquello que se esconde en la oscuridad. Dos jóvenes amables, de pantalones color caqui y de chomba y gorra verdes, reciben a los huéspedes y los guían hasta las habitaciones, amplísimas. No se despiden sin hacer antes la primera aclaración: solo hay WiFi en la recepción y en la sala.

Este lugar en el corazón de la selva implicará una desconexión para inmiscuirse de lleno en un sitio que con las primeras plantaciones de yerba mate a principios de 1900 tuvo un esplendor inusitado para el momento en dicha región; que por la expropiación peronista quedó en la debacle; y que ahora por su paz, sus sabores, la calidez de su gente, la articulación con la historia y la preservación de la naturaleza dejará huella entre sus visitantes sobre lo que es la vida despojada.

La cava y un palmito gratinado.

Por un pasillo se llega a la bodega que tiene 1600 botellas y, aunque en el tramo hay algunos escalones, da vergüenza prender la luz del celular para no tropezar porque eso rompería la mística. Son las 20 y es Jonathan quien guía una cata de vinos intercalada con bocaditos exquisitos que preparan en Puerto Bemberg, como un convite inicial a la gastronomía de este lugar que con sus sabores se enraíza en lo más propio de la flora y la fauna de Misiones.

Esta actividad puede ser interesante incluso para alguien que jamás haya probado un vino en su vida, ya que sirve para adentrarse en el clima acogedor de Puerto Bemberg, entre velas, flores rosas y el silencio exterior. La noche culmina con una cena que incluye comida misionera autóctona. Un palmito gratinado como entrada marca a fuego el paladar.

La llegada del sol muestra todo aquello que la noche tapó. La ventana del cuarto estalla en verdes y se distingue una planta de flores fucsias que sería la envidia de cualquier patio capitalino. El desayuno aguarda en la galería exterior de la sala rodeada de palmeras, lianas que emanan del suelo y el sonido del río que corre en algún lugar. Mientras las urracas con sus destellos azules sobrevuelan en el intento de quedarse con algún resabio, llega Gastón, el guía que porta un woki-toki y que es el encargado de desentrañar cada detalle que resta por conocer.

En el mirador, un mate cocido con sabor ahumado.

En el mirador donde aparecen los primeros codos del Río Paraná está Marcos, que cuenta la historia de Safac, la compañía yerbatera que la familia Bemberg, oriunda de Alemania, creó en 1925 y que propició la fundación del pueblo Puerto Bemberg al calor del crecimiento productivo de la zona. A las viviendas, escuelas y hospitales de ese entonces se los deglutió la selva después de que a comienzos de la década del 50 los problemas políticos pusieron fin a los años de esplendor. Ahora, la población más cercana a la Posada está en Puerto Libertad.

A pesar de que la versión oficial mencionó deudas de la familia alemana, aquí las voces cuentan que la expropiación de las tierras que decidió Juan Domingo Perón podría tener un trasfondo vinculado a su esposa Eva. Es que cuando la primera dama viajó a París, Rosita Bemberg, la hermana de Otto y Federico -referentes de la familia fundadora- que vivía allí, se habría negado a recibirla por no considerarla de la élite y, en venganza, el entonces presidente se habría desquitado a través de la estatización en la década del 40.

Un mate cocido con sabor ahumado que Marcos prepara con yerba, una pava gigante y carbón anexa a los visitantes con aquellos años, ya que esa era la forma típica que allí se servía.

La navegación por la frontera y el Salto Yasy.

El Río Paraná que se ve desde el mirador también se navega en lancha. Divide la Argentina y Paraguay, y muestra esos gajes típicos de los pasos fronterizos. Como el agua está baja, hay que adentrarse en un estrecho camino que cruza entre la vegetación para derivar en el Salto Yasy, que en guaraní es “luna”. Hilos de agua cristalina caen pegados a las piedras hasta una pileta natural poco profunda que si hace calor, permitirá hasta nadar.

En la barranca más elevada de la costa del río está la mansión de los Bemberg -denominada Casa 72- que ahora también se alquila. Pintada de amarillo, tiene cinco habitaciones para hasta diez huéspedes y una piscina infinita que se introduce visualmente en el Paraná.

En las 300 hectáreas de la Reserva, a la vera del río -y entre plantaciones de pino- se encuentra la capilla construida en la década de 1930 por Alejandro Bustillo, uno de los arquitectos más importantes del país, que también diseñó el Hotel Llao Llao en Bariloche o el Hotel Provincial en Mar del Plata. En un vitraux de la iglesia se estampa la Virgen de Itatí que mira al río, donde también desembocan las escaleras. La leyenda cuenta que, debido al silencio, los paraguayos llegaban hasta las costas fronterizas para oír las misas.

Alcanzar Puerto Bemberg desde Posadas es una opción que amortiza desde lo turístico, ya que el viaje por la ruta 12, de tres horas y media, llama a detenerse en varias paradas como el Parque Temático de la Cruz, sobre el cerro Santa Ana -donde se puede hacer senderismo en el monte nativo, contemplar el paisaje en la altura desde la cruz, visitar la capilla, y apreciar las distintas especies del mariposario- o entrar en las ruinas de San Ignacio Miní -un punto tradicional no solo para conocer los detalles de las misiones jesuíticas de los siglos XVI y XVII, sino también para ver las construcciones aún en pie.

Posadas: una ciudad capital con playas de arenas rojas.

La tarde en Posadas no puede transcurrir sin visitar las playas de arenas rojas localizadas sobre la avenida frente a las costas del Paraguay, que en su fluido tránsito ofrece bares y cervecerías de las franquicias más conocidas.

Un café y un tostado cerca de la Plaza 9 de Julio, en el centro de la ciudad capital, pueden servir como preludio a la tardecita, antes de conocer los edificios históricos iluminados de colores, como la Casa de Gobierno y la Catedral de San José.

Las Cataratas del Iguazú: más de todo lo que se puede decir.

El último punto son las Cataratas, patrimonio natural de la humanidad y una de las siete maravillas naturales del mundo. La representación visual que emana de ello ayuda para describir un lugar para el que faltan palabras.

También con la atención precisa de los guardaparques como Denis, que conoce el terreno como nadie y que puede distinguir cada especie que se esconde en la jungla, este paseo es más de todo aquello que promete en cientos de gacetillas y sitios en Internet.

Al bajar del tren ecológico, caminar por la última pasarela a recorrer es ver el río fluir bajo los pies. Tanto río que parece infinito. Chocarse con el agua que cae con vigor en la Garganta del Diablo tiene la potestad de que todo lo demás se sienta minúsculo. Hasta uno. Genera una emoción inaudita y hasta cierto nervio.

Vale sacar la foto, pero hay que detenerse a mirar. Se tiñe un arcoíris, sobrevuela alguna mariposa y están también los vencejos, estas aves que se meten de cabeza dentro de la cascada y desaparecen. Es atónito el segundo en que uno advierte la posibilidad de que mueran. Pero al instante salen, entre el agua, y aletean. Solo se zambullen para estar más vivos.

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