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El antisemitismo que no pasa

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Los cánticos de sectores de la hinchada del Club Aguada, denostando a la colectividad judía, una vez finalizado el partido con Hebraica Macabi, no admiten dos interpretaciones.

Los cánticos de sectores de la hinchada del Club Aguada, denostando a la colectividad judía, una vez finalizado el partido con Hebraica Macabi, no admiten dos interpretaciones.

Menos aún comentarios que rebajen su significación. El fenómeno ocurrió allí, televisión mediante, a la vista de todos. El Uruguay, avanzado el siglo XXI, sigue persistiendo en un antisemitismo colectivo sibilino, larvado, presto a expresarse tan pronto la ocasión lo permita, por más nimia que ella sea. Una vez más queda claro que no somos una excepción en un fenómeno discriminatorio que atraviesa limpiamente la historia de Occidente, y que en su contemporáneo formato racista, también dominante en nuestro país, tuvo en el siglo pasado su más terrible expresión genocida. La peor matanza, aunque no la única, que por motivos étnicos registran los anales de la humanidad.

No se trata de un episodio singular. Considerando los últimos meses, en el país se sucedieron manifestaciones públicas que, utilizando la facilidad e irresponsabilidad que inducen los medios electrónicos, expresaron una y otra vez un profundo desprecio a la colectividad judía, reproduciendo patrones ajustados al antisemitismo tradicional. El habitual en el mundo. En algún caso intervino la justicia y se registraron procesamientos. La escalada continuó y recientemente en el departamento de Paysandú, David Fremd, un vecino de la localidad, resultó asesinado. Única y exclusivamente por su condición de judío.

Por su parte, ciertos grupos de izquierda, validos unos de un antisionismo extremo y otros de su rechazo a la política del actual gobierno israelí hacia los palestinos -o de ambas estimaciones unidas-, cultivan de un modo implícito un antisemitismo vergonzante, que no reconocen, pero que al no distinguir planos, tensa aún más el panorama. En ese contexto la presente algarada no fue una expresión aislada ni menor: se trató de un estallido colectivo donde, en el propio estadio, más de un centenar de personas en un coro jubiloso, motivado en el triunfo deportivo, celebró la matanza de millones de seres humanos para utilizar como jabón la grasa de sus cuerpos, anunciando, festivos, que lo mismo le ocurriría a sus rivales locales. Luego, con agregados lo repitieron en las redes.

Se ha argumentado que, como suele ocurrir en las manifestaciones colectivas de este tipo, los intervinientes no midieron el alcance de sus expresiones, y en consecuencia el tema no trasciende a una mera expresión de irresponsabilidad mayormente juvenil. También que la inmediata reacción de las instituciones involucradas quitó relevancia a lo ocurrido. Pero eso, más allá de la corrección de esa actitud institucional, no es lo que importa en el caso. La referencia de los cánticos, los destinatarios del ataque, fueron tanto la memoria de las víctimas de una indescriptible tragedia histórica ocurrida hace escasas décadas, como los actuales miembros del colectivo étnico que ellas integraron. Sin que a sus autores les importara que con ello se aludía a un hecho dantesco como la Shoa, sin parangón en términos civilizatorios, que de un modo simbólico pero inequívoco se insta a reiterar. Sin embargo, tanto el irónico e irresponsable disimulo de la gravedad del genocidio como el directo menosprecio a sus descendientes concurrieron en el caso, plasmando un suceso que constituye una afrenta para los valores nacionales y una agresión injustificable a un grupo de nuestros compatriotas.

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Hebert Gatto

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