Un pavo real que camina suelto e indiferente, un mono que juega en una jaula en las alturas. Dos ñandúes, un grupo de flamencos, una jaula con loros, unas llamas, los senderos de cemento, las piedras que marcan el camino, los árboles que están por todas partes, las hojas que no se cayeron, las ramas entrelazadas, la sombra, el viento, el calor de primavera en esta tarde de pleno invierno, el sol que busca espacio, los tres hombres que conversan sentados en un banco, los bancos, la mujer que pasea a un niño en un coche, las estructuras que alguna vez fueron jaulas, los carteles que enseñan sobre animales domésticos y animales silvestres, sobre hormigas y sobre abejas y, al final, un castillo de paredes amarillas donde, alguna vez, estuvieron las jirafas.
No hay nada, allí, que indique lo que sucede del otro lado de las paredes de esa estructura en el Parque Villa Dolores.
Lo primero que se ve, al ingresar, es un espacio circular. Sobre las paredes, escrito en unas letras negras, se anuncia: Escuchame una cosa. Pau Delgado Iglesias. Y, al lado, un texto escrito por Andrea Giunta que termina así: “Escuchame una cosa capta el momento interespecie en el que la cercanía, el silencio, la mirada detenida, nos conecta con el afecto que impregna esta convivencia y logra ponernos en contacto con una emocionalidad que conmueve”.
Alguien entrega un par de lentes para ver en 3D, y, después de atravesar dos cortinas, se ingresa a una caja negra en la que hay cinco lugares para sentarse y una pantalla gigante.
El video comienza sin aviso. Y entonces, de a poco, sin ninguna explicación, sin ninguna palabra, sin nada más que esa pantalla en la que se suceden imágenes, una va entrando en un estado que oscila entre el reposo, la lentitud, la calma, la incomodidad, la inquietud.

Escuchame una cosa es una instalación artística creada por la artista Paula Delgado con curaduría de Andrea Giunta que se encuentra en Villa Dolores y se puede visitar de miércoles a domingos de 12:00 a 17:00 horas. Es parte de un proyecto de investigación que empezó hace dos años en el que la artista aún está trabajando y con el que se propuso investigar la comunicación entre los seres humano y otros animales.
“Siempre me gusta pensar que el mundo es más amplio de lo que somos capaces de ver, o que hay muchas más capas de las que a veces creemos”, cuenta Paula.
Todo empezó cuando, haciendo una maestría en Inglaterra de Industria cultural, en un curso - Embodiment and experience- alguien habló sobre el vínculo con otros animales y sobre cómo “devenimos con otras especies animales e incluso con objetos inanimados”. El tema quedó en su cabeza. Y, cuando regresó a Uruguay, ella, que siempre había vivido en la capital, que nunca había tenido demasiado contacto con animales, empezó a vivir con Oliver, un gato. Y entonces, ya no pudo dejar de pensar, leer, investigar.
“Empecé a pensar en qué pasa con los otros animales. Están ahí, pero no los vemos como seres vivos iguales a nosotros, con derecho a vivir, con sentimientos, con una forma propia de comunicarse. Hay un montón de gente que habla de comunicarse con animales, en prácticas que vienen de lo chamánico”.
Comenzó, entonces, un proceso de hacerse preguntas, de acercarse a distintas especies animales, a pasar tiempo con ellos, a registrar con su cámara lo que sucedía, a leer libros -como el de la filósofa de la ciencia belga Vinciane Despret, ¿Qué dirían los animales si les hiciéramos las preguntas correctas?- y autores que hablan del tema, a involucrarse con grupos que investigan, a conversar con personas de distintas corrientes y creencias.
“Se me planteó un desafío maravilloso: ¿qué tienen para decirnos los otros animales? Estoy en ese proceso, que implica derribar un montón de trabas mentales de la razón. Vengo haciendo cursos, haciendo esta práctica de ir a un lugar donde hay animales, quedarme, compartir tiempo, y en eso se me van abriendo un montón de preguntas, he ido cambiando cosas que pensaba, me han ido pasando cosas”.

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Un carpincho que mira a la cámara, una mona bebé que vive en una casa, un caballo que quiere montar a una yegua, un burro que come sin mirar alrededor, un zorro, unas llamas, una mano que acaricia a un caballo, el caballo que se aleja, el caballo que se queda en la caricia, las patas, la cercanía, la presencia, el sol cubriendo todas las cosas, el campo, el cielo, las nubes que reposan sobre los árboles, el hocico, la mona que mira a cámara, los ojos que brillan, la mano que insiste, el pelo de un animal que atraviesa los dedos, que se percibe suave, el sonido de la naturaleza, la música de Sylvia Meyer, el olor a bosque y a campo y a animal y las preguntas -¿qué es esto?, ¿qué está pasando?, ¿qué sienten esas gallinas mientras son filmadas?, ¿por qué esa mona abraza a un peluche?, ¿cómo es que se me parece tanto?- sobre todo, las preguntas.
“Esto es un intento de cortar la distancia con el otro animal. El animal en nuestras culturas es un bien de propiedad. Si pensamos hacia atrás, es lo mismo que antes sucedía con los esclavos o con las mujeres. Ahora pensamos que eso es una locura, quizás en algún momento suceda lo mismo con los animales”.
Hay algo, en la experiencia de ese video en esa caja negra en el medio deun predio que fue un zoológico, que interpela, que incomoda, que genera ruido, que mueve algunas piezas.