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Profesora de matemáticas y didáctica enseña cómo contar cuentos a viva voz

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Ana Martínez

HISTORIAS

Ana Martínez se acercó a la narración oral por curiosidad y hoy da clases que sirven tanto a aquellos que se dedican a actividades vinculadas a la narrativa como a los que buscan perder la timidez.

"Nosotros no leemos, nosotros contamos a viva voz”, aclara Ana Martínez sobre la actividad que desempeña hace 10 años. “Nos llaman narradores orales o cuentacuentos; hay muchas formas de nombrarnos”, amplía sobre el arte de contar cuentos en voz alta.

“Son cuentos contados, no cuentos leídos. La gente que no conoce del tema piensa que les vamos a leer un cuento y no es así, nosotros narramos con el cuerpo, con los gestos, con la mirada”, explica sobre un arte que en Uruguay, por lo general, se reduce a cuentos literarios que escribieron otros y no a cuentos de tradición oral y populares, que circulan históricamente de boca en boca, como sí ocurre en otros países.

Lo que hacen los cuentacuentos es una traducción del lenguaje escrito al lenguaje oral, “porque el autor lo escribió para ser leído, no para ser contado a viva voz, entonces tenemos que hacer como una adaptación a la oralidad”, apunta Ana.

Talleres durante todo el año

Los cursos se brindan varias veces al año. Este sábado se dictará el taller unitario Contar desde los objetos a cargo de la docente Cristina Ochoviet.

Ana Martínez

¿Cómo se hace?

Son varias las herramientas de las que se dispone para realizar esa “traducción”, herramientas que Ana enseña a través de distintas dinámicas en la Escuela de Narración Oral que tiene junto a su socia Helena Yannicelli dentro del espacio Implosivo Artes Escénicas.

“Lo principal es apropiarse del cuento, hacerlo de uno”, explica como el primer paso. “En los cursos siempre digo que nosotros contamos con la memoria, pero no de memoria. No nos aprendemos el cuento de memoria, sino que hacemos una adaptación viendo qué cosas se pueden quitar o qué cosas se pueden agregar con muchísimo cuidado y con muchísimo amor, porque principalmente tenemos que ser respetuosos de lo que escribió el autor, no podemos cambiar el cuento”, agrega.

Sí tienen permitido cambiar de lugar las cosas que se van contando, pero siempre respetando el esqueleto y la esencia de la historia. También se pueden cambiar palabras.

“Variamos la forma de decirlo porque una cosa es leer y otra cosa es hablar. Nosotros no hablamos como está escrito, hablamos de otra manera”, acota.

Por ejemplo, si el cuento dice ‘Pedro le dijo a Juan con mucha congoja...’, no se menciona la congoja sino que se la traslada a la expresión de la voz, a la mirada, a la corporalidad del que narra.

“Tenemos el elemento cuerpo y el elemento voz para poder expresar lo que el autor dijo con palabras. Pero es algo que está escrito, no estamos deduciendo que lo quiso decir así”, aclara.

No hay límites ni requisitos para tomar un taller de narración oral. Ana cuenta que los que se acercan al curso de iniciación generalmente lo hacen por curiosidad o para hacer una actividad diferente. Están los que lo hacen porque se vincula con su trabajo, como ser docentes, gente del arte o bibliotecólogos. Pero también los que no tienen ninguna relación directa con la narración escrita ni con los cuentos, pero quieren aprender para contarle cuentos a sus nietos o hacerlo en hospitales, cárceles o jardines de infante.

También aparecen quienes quieren perder la timidez o saber cómo dirigirse al público sin miedos y con mayor soltura.

“El pánico escénico no es algo que solo le pasa a los actores, sino que te viene cuando querés dar una charla o enfrentar algo que involucra a la oralidad”, detalla Ana en diálogo con El País.

Obviamente que les sirve a los actores o a quienes realizan narración oral escénica, que es la que se hace en espectáculos teatrales de los que la docente también ha participado en estos años.

Ana relata que las devoluciones que le hacen al final de los talleres son en general muy buenas. “La gente va a los cursos contenta, entusiasmada; dicen que es un espacio donde disfrutan. Es una actividad para eso”, afirma.

Ella también lo disfruta mucho. “Es una actividad que, desde que la empecé, me ha llenado el alma y me la sigue llenado. La disfruto muchísimo no solo dando las clases sino también tomándolas o narrando”, destaca.

Se define como una comunicadora nata, una cualidad que le sirve tanto a la docente de matemáticas que es como a la profesora que enseña a los demás a apropiarse de un cuento.

“Es el encanto de poder hacer volar a la gente, sacarla un momento de su entorno para irse a otros lugares, a otros mundos, a otras historias... Si uno logra eso puede sentirse satisfecho”, sostiene convencida.

Para sacarle miedo a las matemáticas

“Hace unos 10 años empecé a tomar talleres de narración oral para ver qué era, para hacer algo diferente, y no me quise ir más porque me apasionó. No lo dejé nunca más”, recuerda Ana Martínez de su primer contacto con este arte de contar cuentos a viva voz. Fue así que comenzó a alternar su profesión de profesora de matemáticas y didáctica de Secundaria, con clases de narración oral que tomó con diferentes maestros.

“Empecé con un grupo que se llamaba Cuenta Conmigo, que ya no existe más; ahí fueron mis primeros pasos. Luego me formé en el ECuNHI (Espacio Cultural Nuestros Hijos), en Buenos Aires. He hecho cursos en España y con narradores de distintos países, como Argentina o Colombia, y sigo haciendo porque considero que el aprendizaje es permanente”, destaca. Es así que hoy, si bien es ella la que dicta los cursos, también continúa tomando talleres con otros narradores.

Ana sigue dando clases de matemáticas, clases en las que incluye los cuentos porque le dan mucho resultado para sacarle a sus alumnos el miedo que, por lo general, provoca esta materia. “Como docente y profesora de didáctica busco muchas herramientas para tratar de acercar a los estudiantes a la materia y que no sea el cuco que para todo el mundo es generalmente”, dice.

Como narradora oral ha contado cuentos en todos lados menos en hospitales. “He narrado en cárceles de madres con niños, en liceos, escuelas, CAIF, residencias de ancianos y también arriba de un escenario en espectáculos de narración oral”, apunta.

Confiesa que cada público tienen su encanto. “Narrar a los niños chiquititos es algo fabuloso, verles las reacciones es maravilloso; a los adolescentes también; a los viejitos ni que hablar y en la cárcel es una experiencia totalmente diferente”.

Ana Martínez

Tres niveles de cursos, presenciales y virtuales

La Escuela de Narración Oral funciona en el espacio Implosivo Artes Escénicas (Isla de Flores 1438). Allí Ana Martínez dicta tres niveles de cursos. Uno inicial de dos meses, que sirve como introducción y que se reparte en ocho encuentros de dos horas cada uno, una vez por semana. Si se quiere profundizar están los otros dos niveles, de tres meses cada uno.

La idea es que sean presenciales, pero debido a la pandemia se incorporó la modalidad virtual. Más allá de la COVID, son grupos de poca gente, entre cinco y 10 alumnos. “Considero que para poder trabajar bien con todos y que aprovechen no tienen que ser muchos”, explica la docente.

En los cursos presenciales los alumnos tienen también clases de expresión corporal con el actor y profesor de teatro Martín Abdul.

A los cursos online les falta todo el trabajo corporal que es fundamental, pero de todas formas son una buena alternativa mientras siga la pandemia.

También han sumado talleres unitarios presenciales a cargo de la docente Cristina Ochoviet.

Por más información: 098 695403/ 099 681179.

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