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El Palomar apadrina a niños con discapacidad para que estudien dentro del sistema

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INCLUSIÓN

Creada hace un año esta ONG se ocupa de todos los detalles para que dos niños, de 8 y 4 años de edad, tengan todo lo necesario para concurrir a clase. La idea es seguir sumando niños.

¿Cómo ayudamos a Franco? ¿Qué pasa con la silla si se traba? Fueron las preguntas que aparecieron en junio, cuando en el Colegio Belén comenzaron las clases presenciales. Las inquietudes provenían de los compañeros de un niño de 8 años con parálisis cerebral que no puede mover la parte izquierda de su cuerpo. En noviembre, la mención a la silla de ruedas ya había desaparecido, como si no existiera.

Thiago, de 4 años, tiene espina bífida y comenzó educación inicial en andador. Al poco tiempo le planteó a sus padres que si sus compañeros no usaban andador, él tampoco iba a hacerlo. Se sintió integrado al grupo mucho antes de lo esperado.

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Thiago comenzó educación inicial con andador, hoy ya no lo usa y está totalmente integrado.

Fiorella Rovascio, directora Ejecutiva de El Palomar, cuenta con orgullo los logros que esta ONG ha conseguido en materia de educación inclusiva con apenas un año de existencia. Comenzó a funcionar oficialmente el 15 de noviembre de 2019, pero ya desde julio de ese año sus integrantes estaban trabajando en el proyecto de Gustavo Sáenz.

Cuando Gustavo tenía unos 20 años tuvo un accidente jugando al rugby que lo dejó cuadripléjico. Hizo tratamientos en Norteamérica y en Uruguay y hoy tiene una discapacidad motriz no severa. A los 25 años fue a hacer un posgrado a España y con un grupo de amigos armó el Programa de Ayuda al Estudiante con Discapacidad (PAED) porque, como siempre le gusta decir, “estoy y estuve en los dos lados”. El PAED se aplicaba a nivel universitario, cosa que Gustavo quiso replicar en Uruguay, pero se dio cuenta de que los estudiantes con discapacidades no llegaban al nivel terciario. Había que arrancar desde cero, así que la idea fue empezar con nivel inicial y primaria.

“El objetivo es trabajar la educación inclusiva en todo lo que implica. Es el niño, el grupo, los profesores, los maestros, las talleristas, el personal de la cantina o lo que fuere”, detalló Fiorella.

Lo primero que hay que tener presente es que hay una gran diferencia entre inclusión educativa y educación inclusiva. La primera es que el niño se incluya en la escuela, no importa si está o no preparado; la segunda procura que todo esté preparado para que el niño vaya a estudiar. En esta última es que trabaja El Palomar.

Un equipo con experiencia y dos padrinos famosos

El Palomar es una organización sin fines de lucro presidida por su fundador, Gustavo Sáenz. La dirige un consejo directivo y su directora ejecutiva es la licenciada en comunicación Fiorella Rovascio. Trabajan con la licenciada en psicología Mariana Verdún. Cuentan con una Comisión Asesora de Discapacidad e Inclusión (CADI) integrada por siete personas de las cuales seis tienen discapacidades severas, “porque trabajamos bajo el lema mundial de las personas con discapacidad que es ‘nada sobre nosotros sin nosotros’”, explicó Rovascio. La séptima integrante es una madre de una chica con discapacidad motriz severa que hoy en día está en la universidad. “Siempre apostó por que su hija fuera al mismo colegio que sus hermanos mayores. Tuvo que luchar casi todos los días porque permaneciera allí; todo Primaria y todo Secundaria”, contó Robascio. El Palomar tiene además dos padrinos: el cura Juan Andrés “El Gordo” Verde y el ex futbolista Alexis “El Pulpo” Viera.

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Gustavo Sáenz, presidente de El Palomar, junto a los padrinos Alexis Viera y "El Gordo" Verde.

Educación inclusiva para niños con discapacidad.

El objetivo del PAED es la inclusión de niños y adolescentes/jóvenes en situación de discapacidad que requieran apoyo educativo. Para ello se trabaja en tres ejes fundamentales: niño PAED, familia e institución.

“Estos tres pilares serán esenciales para garantizar la igualdad de oportunidades y equidad en su edad adulta, promover su inclusión y participación en la sociedad, favorecer su desarrollo académico y de aprendizaje”, establece este programa que tiene en cuenta ajustes arquitectónicos, de comunicación o refuerzos técnicos para alcanzar sus objetivos.

El Palomar se propuso comenzar con tres niños, pero las características de este año pandémico determinaron que quedara en dos. “Para elegirlos rastrillamos Montevideo en todo lo que tuviese que ver con discapacidad, ya fuese fundaciones, centros de rehabilitación, lugares donde daban talleres”, recordó Fiorella.

El sitio web también acercó muchas consultas porque, según la directora ejecutiva de El Palomar, en Uruguay hay un gran debe con la educación inclusiva. Muchos colegios se amparan en “el cupo ya lo tengo” y no aceptan alumnos nuevos, cuando, en realidad, no existe una reglamentación específica al respecto.

Franco llegó gracias al llamado de su maestra de la escuela pública a la que iba. “Ella veía que la escuela no lo estaba ayudando para que pudiese aprender y nos dio permiso para hablar con su madre. Cuando fuimos al Colegio Belén para plantear el tema de Franco, la familia de Thiago estaba averiguando para entrar pero no podía hacer frente al gasto económico. Así que nos hicimos cargos de los dos”, contó Fiorella.

La COVID-19 distorsionó un poco los planes porque hubo que adaptar el PAED a la virtualidad. En el caso de Franco no tenía computadora ni conexión a internet. “Hubo que adaptar materiales para que pudiese, durante esos meses, lograr sostener el primer año de clase”, dijo.

A eso hay que sumar que las dos familias se quedaron sin empleo, por lo que El Palomar debió brindar, además, otro tipo de apoyo a través de su psicóloga.

La contrapartida es exigir el compromiso familiar y de la institución educativa hacia el programa y El Palomar. Se pide que el niño estudie y que llegue a un nivel mínimo para seguir adelante el año siguiente, todo lo cual se viene cumpliendo hasta ahora.

Hoy Franco y Thiago están por terminar el año y, si bien la evaluación general del proyecto aún no se hizo, Fiorella ya puede adelantar que será muy positiva y que se seguirá en 2021.

Este año también comenzaron con otra pata del programa que es el apoyo a las instituciones que ya tiene un camino transitado en la educación inclusiva y que a veces no tienen todas las herramientas necesarias. “Empezamos a trabajar hace un mes con el Colegio Imagínate y el Liceo Espiga de la Fundación Retoño. La idea es el año que viene avanzar un poco más y tener otros colegios”, adelantó sobre un proceso que va lento por la pandemia.

Además quieren sumar la discapacidad intelectual que, junto con las personas ciegas, es el gran debe de este país. El problema es que demanda un trabajo más profundo con la institución, que incluye adaptaciones curriculares y tener personal especializado.

Son objetivos que van quedando para más adelante, como la muy posible incorporación de un tercer niño que sume su historia a la de Franco y Thiago.

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Franco se mueve en silla de ruedas y se le han adaptado algunas actividades especialmente.

El Colegio Belén reunía las condiciones

Ubicado en Aeroparque, sobre la Ruta 101, el Colegio Belén tiene su nombre en homenaje a la primera Niña Teletón, fallecida ya hace muchos años. Cuando la pequeña estaba en nivel 2, la directora y fundadora de este colegio la tuvo como alumna, provocando que la docente se iniciara en el camino de la discapacidad.
“Belén no dejaba que la maestra la ayudara en nada. Era una niña que ni siquiera caminaba, se manejaba arrastrándose o gateando. Y siempre le decía a su maestra: ‘Silvana, yo puedo, yo puedo’”, contó Fiorella Rovascio, directora ejecutiva de El Palomar al referirse a lo que llevó a elegir el Colegio Belén para empezar con el PAED.
“Cuando tenemos el niño, una de las cosas que hacemos es buscar un colegio cercano al lugar en que vive para cumplir con la inclusión social, que es algo que abarcamos dentro de la educación. No puede ser que si hay un cumpleaños el chico no pueda ir porque es lejos o no se sienta parte del barrio”, explicó Fiorella.
Coincidió que tanto Franco como Thiago eran de la zona. A esto se se sumó que la institución educativa ya tenía un camino transitado en el tema discapacidad.
“Este colegio cumplía con todo. Cuando se diseñó ya fue pensado para recibir sillas de rueda y tener baños accesibles, rampas, senderos. Solo hubo que hacer pequeños ajustes”, detalló.
También es una institución abierta a realizar cambios curriculares. “Por ejemplo, Franco es un niño que todavía no puede escribir plenamente por un tema de motricidad fina y está terminando primer año. Entonces hubo que adaptarle las pruebas y algunos deberes para trabajar más con pictogramas que con la escritura o la oralidad”, agregó la directora de El Palomar.

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Thiago empezó el programa con 3 años, como alumno de educación inicial en Colegio Belén.

¿Por qué se llama El Palomar?

Al elegir el nombre de la ONG, Gustavo Sáenz buscó homenajear a su padre, que criaba palomas y murió cuando él tenía 4 años.

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