Experto argentino: "Todavía no vemos el fin de la pandemia"

Juan Antonio Mazzei neumólogo

ENTREVISTA

Juan Antonio Mazzei, neumólogo, internista y presidente electo de la Academia Nacional de Medicina de Argentina, habla sobre los desafíos de su profesión en estos tiempos

Hay una forma de interés científico que lleva a los médicos, en un plano intelectual altísimo, a no ver más que la faz científica de las enfermedades, o el interés que puedan tener para la ciencia, prescindiendo de la realidad, prescindiendo del enfermo y del dolor”. Estas palabras de Carlos Vaz Ferreira, agrupadas en Moral para intelectuales, conservan una vigencia temible.

Temible, porque pocas veces la humanidad dependió tanto de los dictámenes que sobre la suerte de su vida cotidiana arrojan, con sus actos de heroísmo, pero también con errores a los que se ha referido valientemente Conrado Estol, los encargados de ejercer la profesión médica.

No es de extrañar: la covid-19 ha provocado una confusión entre salud individual y salud pública, entre medicina y ciencia dura, entre derechos individuales y preservación del bienestar del prójimo, entre intereses corporativos de la industria farmacéutica y de los organismos burocráticos internacionales y el cuidado real de los ciudadanos.

Tal vez por eso el ex presidente Julio María Sanguinetti haya opinado: “No hay nada más provisorio que el saber científico… Así como la ciencia ha sido un extraordinario auxiliar que se ha convertido en la chispa incendiaria para impulsar el progreso de la humanidad, por sus propias características debe ser administrada. Si el poder político no logra administrar la ciencia, terminamos en el máximo absolutismo posible. Y es tan insensato ignorarla como ingenuo no advertir su poder”.

Juan Antonio Mazzei neumólogo
Juan Antonio Mazzei. Foto. R. Figueredo

Acaso esa también sea la razón por la que resulta tan gratificante conversar con el neumólogo Juan Antonio Mazzei, referente de la medicina latinoamericana, profesor titular consulto de Medicina Interna de la Universidad de Buenos Aires, presidente electo de la bicentenaria Academia Nacional de Medicina de la Argentina y humanista que no por casualidad desciende indirectamente de Filippo Mazzei –un doctor, amigo cercano de Thomas Jefferson y revolucionario del proceso independentista norteamericano– y directamente de un padre cuya nobleza sorbió a través de una serie de valores que se reflejaron en esta entrevista con El País, donde el médico gracias al cual Sandro regresó a los escenarios habló de este modo.

—“Fue la nuestra la promoción que creía en los valores morales y espirituales, que estuvo identificada con su profesión; creía asimismo que la medicina era un apostolado, no una profesión comercial, un estilo de vida y de actuar, y que veía en cada enfermo un alma doliente”. ¿En qué medida estas palabras de su padre, el profesor Egidio Mazzei, siguen conmocionándolo?
—Hay una frase que leí hace poco en Habla Julio, tu libro sobre Sanguinetti, que escribió Santiago Kovadloff y que voy a transcribir textualmente: “Seamos conscientes o no, procedemos en todo lo que emprendemos con los recursos que provienen de nuestra educación”. Bueno: yo he sido un privilegiado, porque tuve un padre con esos valores y una madre que era hija de un gran educador. Mi abuelo, a quien no conocí, se llamaba Antonio Epifanio Díaz, fundó la Escuela Normal 25 de Mayo, trabajó con las maestras americanas que trajo Sarmiento y estaba imbuido de los valores de la educación popular. Eso fue lo que hizo que en determinado momento Argentina tuviera menos analfabetismo que Francia, Alemania y Gran Bretaña. Además, mi madre, María Leticia Díaz Soto, estudió Filosofía y Letras y me leyó desde muy temprano esos clásicos que todo el mundo cita pero que nadie ha leído verdaderamente, como decía Mark Twain (risas). Con ella, una mujer realmente exigente, aprendí mucha historia. Pero hay algo más: mi padre fue un gran agradecido a sus maestros, sobre todo a Mariano Rafael Castex, un clínico, académico y docente universitario excepcional. Es curioso: Castex fue profesor titular de la primera cátedra de Medicina Interna de la Universidad de Buenos Aires, y luego ocupamos ese lugar, primero, mi padre, y luego, yo. Ahora, respecto a los valores morales, pienso lo mismo que escribió hace poco Alejandro Borensztein: la moral es como andar en bicicleta, porque se aprende de chico (risas). Más allá de eso, siempre supe que mi vida iba a estar dedicada al estudio, y que el mérito, el esfuerzo y la seriedad debían ser valores fundamentales. Y también era consciente de que tenía que estudiar en la universidad pública que fundó Rivadavia, que no es gratuita porque la pagan los contribuyentes, y que lamentablemente tiene la plusvalía de contar con docentes mal pagos de muy buen nivel. Así fue desde que recibí la Medalla de Oro al comienzo de mi vida médica hasta hoy, pasando por una época en la que tuve el privilegio de trabajar con mi padre, un hombre cordial y cariñoso pero muy comprometido con lo que hacía.

Juan Antonio Mazzei neumólogo
Juan Antonio Mazzei. Foto. R. Figueredo

—Hablando de compromiso, ¿qué significa para un neumólogo tener que lidiar con tantas enfermedades que se derivan de un producto evitable como el cigarrillo?
—Cuando me incorporó René Favaloro a su fundación, lo primero que organicé fue un curso para dejar de fumar. Hoy no cabe ninguna duda de que el tabaquismo es la causa de muerte evitable más importante que existe. En ese sentido, la posición de Uruguay ha sido admirable, con la paradoja que supone que quien más impulsó la lucha antitabaco haya muerto de cáncer de pulmón. Fijate lo siguiente: los mormones que viven en Utah no fuman y tampoco hay cáncer en no fumadores, lo cual te muestra lo peligroso que es el cigarrillo para el fumador pasivo. No hay excusas para no emprender la lucha anti tabaco, y el cigarrillo tiene al menos 4.000 tóxicos reconocidos. La sustancia adictiva es la nicotina, aunque otras sustancias producen varios tipos de cáncer: de pulmón, de vejiga, de esófago, de estómago, de laringe… El 85% de los cánceres tiene algo que ver, así sea como factor coadyuvante, con el cigarrillo. Entonces, respecto a tu pregunta, ¿qué es lo que uno quiere saber? Por qué falló la educación en las personas que empiezan a fumar. Por suerte, no vemos más a cowboys ni a modelos fantásticas asociando el cigarrillo con la belleza, el status o el glamour.

—Después de los muchos pacientes que usted ha tratado junto a su hijo, el doctor Mariano Mazzei, ¿cómo caracterizaría el covid y en qué medida podría afirmar que la pandemia ha terminado?
—Hemos tratado a mucha gente, pero lo que ha sido terrible es que se nos han muerto pacientes que tenían 50 años y ningún factor de riesgo. ¿Cuál será la predisposición genética que lleva a que esta enfermedad sea más severa? ¿Qué otros factores influyen? Aún no lo sabemos. Pero si tuviera que caracterizar la enfermedad, diría que hay dos cosas: la infección viral y, por otro lado, la tormenta de citoquinas. A través de los macrófagos y de los linfocitos se produce la liberación de sustancias inflamatorias, que son las que determinan el curso de la enfermedad, y que se pueden manifestar tanto en los pulmones como en el corazón y el cerebro. Eso sin excluir trastornos renales, gastrointestinales y cutáneos. Además, el covid es una enfermedad que nos interroga respecto a cómo va a ser el futuro, porque todavía no vemos en el horizonte el fin de la pandemia. Cada vez que parece que va a terminar, aparece una nueva variante, a veces de preocupación. Y la patología sigue teniendo una tasa de mortalidad nada despreciable.

—¿Es equivocada la costumbre, bastante extendida en algunos países, de tratar el covid en pacientes no internados solamente con paracetamol?
—Hay dos tipos de tratamiento. En primer lugar, el sintomático, que, dependiendo del caso, puede incluir medicamentos antifebriles, analgésicos y descongestivos. Luego, cuando se produce algún dato que hace pensar en la tormenta de citoquinas, se puede recurrir a los anticuerpos monoclonales, que han producido resultados espectaculares en algunos pacientes. Pero también ha resultado ser efectiva la dexametasona, en dosis no demasiado altas, para cuadros moderados a severos, así como el oxígeno de alto flujo, que en muchos casos ha evitado la intubación del paciente.

“La medicina se ha contaminado de burocracia”.

—En un contexto en que los laboratorios tienen enormes cuotas de poder, ¿es especialmente difícil ejercer la medicina?
—Es difícil, pero no imposible. La industria farmacéutica es una parte importante de la medicina, porque la investigación y el desarrollo de determinados fármacos no hubieran sido posibles sin que mediara la inversión privada. Por supuesto, esa inversión después trae un rédito económico fenomenal, y no por casualidad dos de las personas más ricas de Alemania son los gemelos Strüngmann, dueños del laboratorio BioNTech. Después está la otra parte, que es la presión de la industria para que el médico prescriba tal o cual medicamento. Y ahí creo que el Estado ha tenido una carencia en las líneas éticas necesarias para la aprobación de determinados fármacos. En la Argentina, por ejemplo, hay medicamentos que cuestan una fortuna, pero cuya eficacia no está comprobada. Los laboratorios tienen un poder importantísimo, y algunos siguen normas éticas y otros, no. Ya hemos visto cómo se dijo que ciertos medicamentos eran inocuos, lo cual provocó la terrible crisis de los opiáceos en Estados Unidos. Corrupción hay en todos lados, aunque en los países desarrollados funcionan mejor los mecanismos de control.

—¿Y cuál es, hoy, la diferencia entre medicina y burocracia?
—Es una diferencia importante pero, desafortunadamente, en los últimos tiempos el ejercicio de la medicina se ha contaminado de burocracia.

—¿No cree que la intuición, el conocimiento semiológico y la calidad clínica han entrado en decadencia, en favor de una medicina mecanicista, fría y demasiado tecnologizada, que reproduce de modo acrítico lo que los profesionales leen en los papers?
—Te voy a referir a un pensamiento de Hipócrates: “Hay personas que, aun gravemente enfermas, recuperan la salud por la confianza que tienen en el médico”. Por supuesto, esto no va en detrimento de la tecnología, que es muy importante, aunque accesoria. Lo fundamental, incluso para personas incurables, es la relación médico-paciente. La calidez del médico es excepcionalmente valiosa, al punto de que, a mi juicio, los sistemas informáticos de diagnóstico automatizado nunca van a poder reemplazar al ser humano.

—Hablando de calidez, Favaloro siempre repetía: “Lo más importante es el paciente, y este es el único privilegiado”. ¿Cómo era ese genio, que confió en usted personal y profesionalmente?
—En primer lugar, era un cirujano con una capacidad clínica fenomenal, que revisaba a todos los pacientes minuciosamente, que los miraba a los ojos y les decía lo que pensaba. Nunca más conocí a alguien que fuera visto con tanta devoción. Y no es casualidad: Favaloro, uno de los pocos argentinos que figura en la historia mundial de la medicina, era un gran humanista y lograba una extraordinaria empatía. Aquella frase de José de Letamendi le calzaba muy bien: “El hombre que solo sabe de medicina, ni medicina sabe”. El padre de Favaloro era ebanista, y tanto él como la madre tenían principios claros. Todavía recuerdo cuando dejé la fundación porque gané el concurso de oposición como profesor titular en la cátedra del Hospital de Clínicas donde había actuado mi padre, tras lo cual fui a visitarlo, le pregunté cómo andaba y me dijo: “Muy mal”. Entonces, le contesté: “Cuando usted se recibió de médico, creó en Jacinto Aráuz un foco de atracción para toda la medicina de la zona. Cuando viajó a Estados Unidos, se fue a aprender, pero terminó enseñando. Y cuando eligió el camino incómodo de dejar Estados Unidos y volver a la Argentina, la cirugía cardíaca era una aventura de altísima mortalidad, pero usted la convirtió en una disciplina predecible. Además, cambió definitivamente la atención de la cirugía cardíaca y de otras áreas, como el trasplante hepático, a través de la fundación. Así que si la fundación quiebra, no es su culpa”.

—¿Entonces?
—Me dijo algo que me dejó grabado: “No, yo antes me muero”.

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