EFE
El agujero de la capa de ozono sobre la Antártida ha sido especialmente grande y duradero en los últimos cuatro años, e investigadores de la Universidad de Otago, Australia, consideran tras realizar un estudio que los clorofluorocarbonos (CFC) no son los únicos responsables de esto.
El equipo, encabezado por la investigadora Hannah Kessenich, analizó los cambios diarios y mensuales del ozono en diferentes altitudes y latitudes dentro del agujero de ozono antártico, desde 2004 hasta 2022.
El resultado es que hay mucho menos ozono en el centro del agujero en comparación con hace 19 años. Esto significa que no solo es mayor en área, sino también más profundo durante la mayor parte de la primavera.
"Establecimos conexiones entre este descenso del ozono y los cambios en el aire que llega al vórtice polar sobre la Antártida. Esto revela que los recientes y grandes agujeros de ozono pueden no estar causados solo por los CFC", afirmó la autora, sino que hay otros factores complejos que también contribuyen a esto.
La investigación contiene datos hasta el año pasado, pero, a día de hoy, el tamaño del agujero de la capa de ozono ya es mayor que el de los tres años precedentes: a finales de octubre, superaba los 26 millones de kilómetros cuadrados, casi el doble de la superficie de la Antártida.
La líder del estudio indicó que, aunque el Protocolo de Montreal mejoró "enormemente" la situación de los CFC, "el agujero ha sido uno de los mayores registrados en los últimos tres años, y en dos de los cinco años anteriores".
Comprender la variabilidad del ozono es importante por el papel que desempeña en el clima del hemisferio sur. Los recientes incendios forestales y ciclones en Australia y Nueva Zelanda, y el agujero de ozono antártico forma parte de este panorama, apuntó Kessenich.
Aunque independiente del impacto de los gases de efecto invernadero sobre el clima, el agujero de ozono interactúa con el delicado equilibrio de la atmósfera.
Dado que el ozono suele absorber la luz ultravioleta, un agujero en esa capa no solo puede provocar niveles extremos de radiación ultravioleta en la superficie de la Antártida, sino que también puede afectar drásticamente al lugar de la atmósfera donde se almacena el calor.
"Los efectos posteriores incluyen cambios en los patrones de viento del hemisferio sur y en el clima de superficie, que pueden tener un impacto local", destacó la investigadora.