Creador de joyas que son verdaderas esculturas hechas en madera y piedra

Taller del viento

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Fernando Páez busca las materias primas especialmente, incluso en el extranjero, y con ellas crea piezas que son como puzles y que se venden muy bien dentro y fuera de fronteras.

"Me enamoré de la madera”, dice Fernando Paéz (42 años) al recordar el momento en el que entró a la Escuela de Artes y Artesanías Pedro Figarien busca de algún curso que saciara su gusto por las manualidades.

Había sido el típico niño que ama hacer cosas con las manos y que por esa razón sus padres enviaron a talleres de plástica. Y, como pasa por lo general, en un momento los estudios “convencionales” se impusieron y lo artesanal quedó de lado.

Pero al cumplir 18 años y tener la necesidad de elegir qué carrera seguir, volvió a su primer amor. “Desde los 16 años tenía un trabajo estable como cadete de OCA Card, pero a los 19, cuando ya estaba en segundo año de la UTU decidí renunciar y dedicarme por entero al tallado en madera”, cuenta.

Ese año también resolvió hacer algo más drástico para marcar su independencia de sus padres y de la casa familiar: se fue de viaje por Latinoamérica. Fueron tres años de recorrida en los que solo hacía una artesanía básica, ya que estar en movimiento le impedía cargar con grandes herramientas.

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“Trabajaba con metal. Cuando fui subiendo por Latinoamérica aprendí tejido y empecé a hacer telares y macramé. De mezclarme un poco con los indígenas hacía tapices de semilla, que es una técnica mucho más variada y más rica que acá por la diversidad biológica que tienen en esos países”, apunta.

De regreso en Uruguay terminó la carrera en la UTU, pero en 2005 se volvió a ir. Esta vez el destino elegido fue Europa, más precisamente España y Portugal. “Ahí me fui acercando cada vez más a la madera, probando esta técnica que al principio era como re-cuadrada y con los años he ido estilizándola. Quizás tuvo que ver con que me asenté en Uruguay, si bien seguí viajando”, explica quien desde 2006 tiene su casa en Neptunia, que comparte con su pareja y su hija de 8 años.

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Cuando Fernando tiene que definir la técnica que emplea, cuenta que tanto en el Mercado de los Artesanos como en las distintas ferias de fin de año o de verano en las que expone lo presentan como joyería en madera.
“Yo digo que es una técnica que mezcla muchas técnicas: carpintería, joyería, piedras y un poco de escultura”, detalla.

Comenta que indefectiblemente necesita un taller porque las materias primas a las que recurre y las herramientas que utiliza no son “para moverte con valijas”.

Si bien el 70% de lo que elabora lo realiza a mano, necesita de instrumentos para preparar la madera y llevarla a tamaños bien pequeños.

Además confiesa que es una técnica que cada día lo desafía más. “No es una cosa de ‘compro los materiales y lo hago’. No, tengo que salir a buscar las maderas porque en mi afán de que sean colores naturales, debo recorrer ferias, buscar muebles antiguos, incluso salir al extranjero… es parte de un todo. Entonces se me juntan las cosas que más quiero y me gustan, que es viajar y la madera”, destaca en diálogo con El País.

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Aclara que las piedras no las trabaja él, sino que se las compra a los que saben porque su manejo es un oficio en sí mismo que requiere de conocimientos y herramientas especiales. Pero está muy contento de haberlas elegido para sus piezas porque descubrió que la frialdad de la piedra hace buenas migas con la calidez de la madera. “Hacen una unión casi perfecta”, acota.

Otra cosa en la que pone mucho énfasis es en que su trabajo no se repite, cada pieza es única y eso tiene mucho que ver con lo que llama “el lenguaje de la madera”.

“La madera tiene particularidades que la hacen irrepetible. Podés trabajar el mismo tipo de madera, pero no siempre es la misma veta, no siempre es el mismo nudo. Eso ya de por sí le da una riqueza que es incomparable”, señala quien además le ha sumado la técnica del tallado con sierras de joyería llamado calado en madera.

Durante un tiempo mechó la carpintería para evitar aburrirse y también para aprender a usar otras máquinas, incluso para elaborar elementos para su casa en la costa.

Destaca especialmente lo aprendido en la UTU y sus docentes. “Realmente te enseñaban a querer la madera, no solo a aprender a manejarla, sino saber conocerla”, subraya y tiene un especial recuerdo para su maestra Mabel Díaz, hoy de 80 años, a la que tuvo muy presente cuando agradeció su tercer lugar en el Premio Nacional de Artesanía (ver recuadro).

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Piezas únicas.

Cuenta con orgullo que los artículos que hace perduran en el tiempo. “He visto personas que hace más de 10 años tienen mis productos y prácticamente se convierten en un amuleto para ellas. Me parece que tiene que ver con el material, que lo están tocando todo el tiempo, es suave, es cálido… fácil de tener en contacto contigo”, afirma.

Algunos le encargan piezas con ciertos diseños, como el símbolo o el escudo de la familia. Comenta que ese intercambio se dio fundamentalmente gracias a las redes sociales (Instagram y Facebook), que permiten un ida y vuelta más extendido en el tiempo que una feria puntual que, por su duración, quizás no lo habilita.

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“Vas intercambiando fotos, acercándote al diseño, preguntando qué piedras quieren o para qué”, detalla.

Las redes también fueron el salvavidas para los difíciles días de la pandemia.

A Fernando le posibilitaron compensar lo que perdió al no existir el contacto cara a cara, pero aún falta para recuperar lo que no entró por la ausencia de turistas.

“A nivel grupal en el Mercado de los Artesanos estamos trabajando para abrir una tienda virtual”, anuncia y enseguida destaca lo importante que es contar con un mercado así porque es un lugar de referencia para la artesanía nacional y que le asegura al visitante que va a encontrar calidad.

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“Cada vez que vienen los turistas te lo hacen valorar por lo que ven. Bien manejado es algo que puede ser un gran potenciador. La gente está cada vez más cerca de lo tecnológico, de lo rápido, y cuando uno ve artesanías tiene que detenerse un tiempo”, apunta.

Tanto como a Fernando le gusta muchas veces detenerse, quedarse parado y solo sentir el viento. “Por eso le puse a mi taller Taller del viento, un nombre súper poético”, confiesa y parece que lo estuviera haciendo.

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Dos collares móviles con premio local

Obtuvo el tercer lugar en el Premio Nacional de Artesanía 2021 por dos collares móviles que concibió como piezas desarmables o puzzles con maderas nativas.

“Es mi obsesión mostrar que hasta en lo microscópico de la naturaleza hay belleza y eso es algo que no me deja de sorprender y me estimula la búsqueda de maderas”, destaca. “Mi hija corre por la casa y me dice ‘¡papá, hay maderas por todos lados!’”, agrega como una anécdota que pinta su vida.

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