El Premio Nobel de Medicina 2025 fue otorgado a los investigadores Shimon Sakaguchi, Alexander Rudensky y Ethan Shevach, por sus descubrimientos sobre las células T reguladoras, un tipo de linfocito que desempeña un papel esencial en el equilibrio del sistema inmunológico. Este hallazgo permitió comprender uno de los mecanismos más complejos y fundamentales de la biología humana: cómo el organismo logra defenderse de virus, bacterias y hongos sin atacar sus propios tejidos. El reconocimiento, anunciado este lunes por el Instituto Karolinska, destacó que sus aportes abrieron un nuevo campo en la investigación de enfermedades autoinmunes, cáncer y trasplantes de órganos.
El doctor Eduardo Osinaga, doctorado en Ciencias Biológicas, máster en Biotecnología, exprofesor titular del Departamento de Inmunobiología de la Facultad de Medicina y miembro de la Academia Nacional de Medicina, explicó en diálogo con El País la relevancia de este descubrimiento y los principios que lo sustentan. “El sistema inmune es fundamental para protegernos de los microorganismos, sean virus, bacterias u hongos. Nosotros nos podemos defender porque tenemos un sistema inmune que reconoce y destruye a los patógenos. Pero ese sistema debe estar finamente regulado: no puede estar activado permanentemente, porque si se mantiene en un estado de ataque constante puede volverse contra nosotros mismos y generar lo que se conoce como autoinmunidad”, señaló el investigador.
Durante gran parte del siglo XX, la inmunología se enfocó en los mecanismos de ataque del cuerpo frente a las infecciones. Sin embargo, en 1995, el inmunólogo japonés Shimon Sakaguchi postuló que existían células del sistema inmune cuya función no era atacar, sino todo lo contrario: regular, suprimir y frenar la respuesta inmunológica. Ese planteo cambió la forma de entender el sistema de defensa del organismo. “Hasta ese momento se conocían los mecanismos de agresión, pero no los de control. Sakaguchi identificó por primera vez a los linfocitos supresores o reguladores, y demostró que el sistema inmune tiene su propio freno interno”, explicó Osinaga.
Años después, en 2001, un grupo de investigadores en Estados Unidos descubrió que una molécula llamada FOXP3 era clave en ese proceso. Cuando FOXP3 estaba mutada o alterada, las personas desarrollaban graves enfermedades autoinmunes. “Eso fue una pista fundamental, porque indicaba que cuando esa molécula no funcionaba correctamente, el cuerpo perdía la capacidad de tolerarse a sí mismo”, detalló Osinaga.
En 2003, el propio Sakaguchi confirmó que FOXP3 era esencial para el desarrollo y la función de las células T reguladoras, uniendo así las piezas del rompecabezas. “Ahí se cerró el círculo”, dijo el científico uruguayo. “Las células T reguladoras, que suprimen las respuestas inmunes, utilizan FOXP3 como molécula fundamental. Ese descubrimiento dio una base celular y molecular precisa al concepto de tolerancia inmunológica”.
Esa tolerancia, añadió Osinaga, es uno de los pilares de la vida. “El sistema inmune tiene que aprender a tolerar lo que somos, nuestras propias células y tejidos. Cuando esa tolerancia se pierde, aparecen enfermedades autoinmunes, como la diabetes tipo 1, la esclerosis múltiple o el lupus. En esencia, el cuerpo deja de reconocerse y empieza a atacarse”. El investigador explicó que este equilibrio entre ataque y freno es vital. Si el sistema inmune no responde, quedamos indefensos ante los patógenos; pero si responde en exceso, nos daña. “No podemos estar siempre en guerra. Mientras esté el agente agresor, hay que defenderse, pero una vez que desaparece, la respuesta debe detenerse. Y para eso están las células T reguladoras”, dijo.
Osinaga señaló que el descubrimiento de estas células también abrió nuevas líneas de investigación clínica y terapéutica. En la actualidad existen ensayos avanzados que evalúan el uso de las células T reguladoras en dos contextos principales: los trasplantes de órganos y las enfermedades autoinmunes. “En el caso de los trasplantes, se está estudiando la posibilidad de administrar estas células después de la operación para inducir una mayor tolerancia al órgano trasplantado. Los resultados son muy prometedores, porque permitirían reducir el riesgo de rechazo sin necesidad de inmunosupresión excesiva”, explicó. “También se investigan aplicaciones en enfermedades autoinmunes, donde se busca restaurar la tolerancia perdida al introducir nuevamente estas células reguladoras. Todo está aún en etapa de investigación clínica, pero los avances son alentadores”.
Investigaciones en Uruguay
El científico destacó que en Uruguay también hay grupos de investigación de referencia en este campo. “El grupo del profesor Marcelo Gil, grado 5 del Departamento de Inmunobiología de la Facultad de Medicina y también investigador del Instituto Pasteur, ha obtenido resultados muy interesantes. Han identificado una molécula que se asocia con la función de los linfocitos T reguladores y han desarrollado estudios en modelos animales con gran relevancia científica. Sin duda, es el grupo más destacado en el país en este tema”, señaló Osinaga.
El investigador explicó además que, aunque estas células son esenciales para el control del sistema inmune, pueden representar un desafío en el contexto del cáncer. “Muchas veces, las células tumorales reclutan a las T reguladoras hacia el tumor. Al hacerlo, el cáncer genera un microambiente inmunosupresor que le permite escapar de los mecanismos naturales de defensa. Si un tumor se enriquece en células que suprimen al sistema inmune, se vuelve más difícil eliminarlo. En esos casos, la estrategia terapéutica es opuesta: hay que reducir la acción de las células T reguladoras para que el sistema inmune vuelva a atacar al tumor”, explicó.
Según Osinaga, el descubrimiento premiado con el Nobel de Medicina 2025 cambió la visión de la inmunología moderna, al demostrar que la defensa del cuerpo no depende solo de su capacidad de atacar, sino también de su habilidad para mantener el equilibrio. “La clave de la vida está en el balance”, resumió. “El sistema inmune tiene que ser capaz de reconocer y destruir lo extraño, pero también de tolerar lo propio. Las células T reguladoras son el freno natural que evita que nuestro organismo se autodestruya. Entenderlas fue entender uno de los principios más profundos de la biología humana”.
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