El 23 de mayo de 2025 no fue una fecha cualquiera en el Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE). Ese día, que en Uruguay conmemora el natalicio del científico que da nombre a la institución y celebra el Día de la Ciencia y la Tecnología, nació Clemente, el primer venado de campo (Ozotoceros bezoarticus) concebido por reproducción asistida en el país. Su llegada fue recibida con emoción, cautela y un fuerte simbolismo: se trata de un experimento exitoso tras años de trabajo conjunto entre científicas, veterinarios y conservacionistas para salvar a una especie que, en el territorio nacional, enfrenta un estado crítico.
“Fue muy emocionante. Pensábamos que no iba a nacer”, relató Susana González, responsable del Departamento de Biodiversidad y Genética del Instituto Clemente Estable, en diálogo con El País. “La preñez dura siete meses y medio. Ya se habían cumplido las dos semanas adicionales, y parecía que no… Además es difícil saber a simple vista si están preñadas. Agarrarlas para hacer controles las estresa mucho, no es como el ganado doméstico. Justo ese día me avisan que había nacido Clemente. Coincidió con el Día de Clemente Estable, y con el Día de la Ciencia y la Tecnología. Fue tan perfecto que llegué a pensar ‘se va a morir hoy’, porque hacía muchísimo frío. Pero por suerte sobrevivió y sigue con buena salud”.
La historia de Clemente no es solo la de un nacimiento exitoso, sino la de una apuesta científica ambiciosa. Este cervatillo es el resultado de un procedimiento de inseminación artificial que utilizó semen conservado de un macho proveniente de Salto, combinado con hembras cautivas alojadas en la Estación de Cría de Fauna Autóctona (ECFA) en Pan de Azúcar, Maldonado. Según el Ministerio de Educación y Cultura, se trata del primer caso documentado en Uruguay de reproducción asistida exitosa en esta especie.
El invierno fue particularmente riguroso este año, lo que generó dudas en el equipo técnico sobre si la fecha de la intervención había sido la más oportuna. “Varias veces nos ha ido bien, por suerte, y esta vez también, aunque justo este año el invierno fue bastante crudo. Tuvimos que cumplir con un plazo del proyecto, pero quizás eso jugó en contra”, reflexiona González.
El resultado superó las expectativas
A pesar de las condiciones climáticas, el resultado superó expectativas. Clemente nació con un peso superior al promedio y desde temprano comenzó a alimentarse con comida balanceada, al tiempo que continúa mamando de su madre. “Se lo ve muy bien. Es de mayor tamaño que los que nacen habitualmente, así que eso es un plus. Ya come comida como los adultos, pero también se alimenta con leche materna”, contó González. “Está en el mismo recinto que las hembras del estudio, en la estación de cría. Todo indica que su evolución es muy positiva", añadió.
El protocolo incluyó la selección y preparación de diez hembras para la inseminación, pero no todas pudieron formar parte del proceso. Una presentó una malformación vaginal y no pudo ser intervenida. Otra fue inseminada, pero falleció meses después por una herida en una pierna. Hoy son ocho las que continúan en el programa. “En realidad son nueve, pero hay una que no va a seguir en el protocolo. El resto siguen bajo observación. Las mantenemos juntas porque los animales tienen dinámicas que no conviene alterar. Cambiarles el entorno puede ser muy estresante”, explicó la bióloga.
El proyecto, que involucra técnicas de biología reproductiva y genética poblacional, no se limita a un caso aislado. González y su equipo están desarrollando genealogías (“pedigríes”) tanto de machos donantes como de las hembras participantes para maximizar la diversidad genética, un factor clave en proyectos de conservación. “Estamos tratando de construir una genealogía que nos permita entender y manejar mejor la variabilidad genética. Eso va a ser clave si queremos pensar en una población viable a largo plazo", aseveró.
Los desafíos de esta especie
Uno de los desafíos que enfrenta el equipo es que las condiciones de semicautiverio replican, en parte, el comportamiento natural de los animales. Eso implica que capturarlos o manipularlos para controles o procedimientos puede generar mucho estrés. “Están acostumbrados a convivir en potreros grandes, y si las querés agarrar, corren, se esconden, tienen lugares donde ocultarse. Eso dificulta el trabajo, pero también es parte de mantener condiciones similares a las de la naturaleza. No podés tratarlos como ganado doméstico", dijo González.
La iniciativa cuenta con respaldo internacional. La Fundación Whitley financió parte del proyecto, y González planea postular a los prestigiosos Premios Whitley de Oro, que otorgan fondos por dos años. “Es una convocatoria muy competitiva. Se entrega uno solo por año. Pero también me presenté a otras oportunidades de financiamiento. Con que una salga ya podemos seguir otro año más. La Whitley también tiene una convocatoria anual, a la que me puedo volver a presentar el año que viene, afirmó.
El equipo incluye a Cecilia Ferrando, estudiante de maestría, quien finalizó recientemente la recolección de datos hormonales de las hembras. La próxima fase será el análisis de esa información y la planificación de nuevas intervenciones para 2026 o 2027.
El venado de campo es una de las especies más emblemáticas de la fauna uruguaya, pero también una de las más amenazadas. En los últimos siglos, su distribución se redujo drásticamente debido a la pérdida de hábitat, la caza y el avance de la frontera agropecuaria. González documentó que hace 300 años era una especie “abundante”. Hoy, se encuentra en riesgo crítico.
“Hicimos un estudio con Mariana Cosse y Mauricio Barbanti, un brasileño que nos ayudó en la captura. Se colocaron radiocollares a diez individuos, y solo tres llegaron a vivir los dos años del estudio. La mayoría murió antes. No sabemos bien por qué. Pero por lo que hemos visto, en la naturaleza podrían vivir entre 8 y 12 años”, aseveró González.
En cautiverio, las expectativas de vida pueden mejorar gracias al control sanitario, la suplementación alimentaria y la vigilancia constante. “Hay un veterinario, Hugo Arellano, que todos los días recorre potrero por potrero revisando cómo están los animales. Si se detecta algo, se actúa enseguida. Se hacen controles parasitarios regularmente. Hemos visto que no hay una incidencia alta de parásitos. Los animales parecen tener buena inmunidad, y los que están en la estación de cría han resistido bien. No solo porque están en un lugar adecuado, sino también por los cuidados que reciben”, señaló la investigadora.
Clemente es mucho más que un cervatillo saludable. Es el primer paso concreto de una ciencia aplicada a la conservación de especies nativas. Un símbolo vivo del esfuerzo colectivo, de la investigación rigurosa y de la esperanza puesta en que el conocimiento, acompañado de políticas públicas sostenidas, puede revertir la desaparición silenciosa de una especie que alguna vez habitó los pastizales uruguayos en total libertad.
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