Alerta científica: Uruguay expone su fauna marina con protocolos mínimos frente a la sísmica

Científicos alertan que la prospección sísmica frente a la costa uruguaya se autoriza con protocolos mínimos, sin monitoreos previos robustos y con riesgos subestimados para la fauna marina.

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Ballenas en Uruguay.
Foto: Gentileza Leandro Borba.

Científicos uruguayos especializados en bioacústica, comportamiento animal y oceanografía advierten que las medidas de mitigación exigidas hoy para la prospección sísmica para conocer la existencia de hidrocarburos en aguas jurisdiccionales no protegen a la fauna marina. Además, señalan que estas exigencias se aplican sin una línea de base ambiental que permita dimensionar los impactos reales. La reactivación de estas campañas frente a la costa del país se apoya, sostienen, en protocolos mínimos que no reflejan el alcance del ruido submarino ni las limitaciones reales de la observación de fauna.

Además, parte de la sísmica autorizada se realizará en el bloque 1, sobre la plataforma continental y a unos 200 metros de profundidad, más cerca de la costa. Para Paula Laporta, bióloga y magíster en Oceanografía Biológica (Udelar), esto aumenta el impacto potencial: “En aguas someras la energía del sonido se pierde menos y la intensidad es mayor”. Se trata, además, de un área con mayor biodiversidad y presencia de especies más sensibles al ruido, como la franciscana, que podrían verse afectadas por la propagación del sonido a larga distancia.

La normativa vigente establece que la operación solo debe detenerse si se observa un animal a menos de 1.000 metros del buque sísmico. Para Javier Sánchez Tellechea, investigador en bioacústica del Instituto de Ciencias Oceánicas de la Facultad de Ciencias de la Udelar, ese criterio no es científicamente sólido ni cumple con estándares internacionales. El sonido de los cañones sísmicos viaja kilómetros bajo el agua, mientras que muchos animales —incluidos cachalotes, que pueden bucear a miles de metros de profundidad— no pueden ser detectados ni visual ni acústicamente desde el buque. En la práctica, explica, asumir que el área es segura porque no se observa fauna equivale a operar “a ciegas”.

Laporta advierte que los impactos no se limitan a eventos extremos. El ruido puede provocar lesiones internas, daños auditivos permanentes, interrupción de la comunicación, separación de crías y desplazamientos forzados del hábitat. “La medida no reduce el impacto del sonido: busca ahuyentar a los animales”, señala. El problema, agrega, es que no existe ningún seguimiento posterior que permita saber si esos animales regresan o si el área queda degradada por períodos prolongados. Y añade: “La perturbación en Uruguay más grande es la pérdida de hábitat”.

delfín franciscana

Ambos investigadores coinciden en que Uruguay autoriza una actividad de alto impacto sin conocer con precisión qué especies habitan sus aguas ni cómo utilizan el espacio marino. A diferencia de otros países, no se exige un buque independiente de observación, monitoreos previos formales ni zonas de exclusión de varios kilómetros. Ampliar el radio de 500 a 1.000 metros y aumentar observadores, advierten, no cambia el problema de fondo: gran parte de la fauna —incluido el plancton y los organismos bentónicos— queda fuera de cualquier posibilidad real de mitigación.

Cómo se aplica y cuáles son los riesgos

La prospección sísmica utiliza cañones de aire comprimido que se disparan de forma continua detrás del buque. Cada disparo genera un pulso sonoro de baja frecuencia y altísima intensidad, que atraviesa la columna de agua, el fondo marino y varios kilómetros de sedimentos. Esas ondas rebotan en el subsuelo para mapear estructuras geológicas, pero se propagan bajo el agua mucho más allá del área que puede observarse desde el barco.

“El sonido de baja frecuencia puede viajar kilómetros”, advierte Sánchez Tellechea. Por eso, sostiene, asumir que un radio de 1.000 metros protege a los animales no tiene sustento: No sabés qué se mete por abajo del barco. La limitación no es solo visual. ¿Cómo sabés si pasó un cachalote –especie vulnerable– a 500 metros (pueden hacerlo hasta los 3.000 metros) por debajo del casco? El hidrófono no lo capta. Eso es una lotería”, agrega.

Movilización contra la prospección sísmica en el mar uruguayo
Movilización contra la prospección sísmica en el mar uruguayo.
Foto: Estefanía Leal/El País.

Los cañones no se disparan una sola vez. Durante una campaña, los pulsos se repiten cada pocos segundos, durante semanas o meses, elevando de forma sostenida el ruido de fondo del océano.

En regiones como Australia, Canadá, Alaska, Brasil o el Golfo de México, las medidas incluyen herramientas diseñadas para detectar animales con mayor anticipación y reducir la incertidumbre antes de comenzar a disparar los cañones.

Una de las principales diferencias es el uso de buques independientes de observación y mitigación. Estas embarcaciones no participan de la sísmica y se desplazan alrededor del arreglo de cañones. Su función es ampliar el campo visual, cubrir zonas ciegas del buque principal y confirmar avistamientos. Otra práctica habitual es el muestreo previo al inicio de la sísmica. Antes de disparar, los estándares internacionales recomiendan realizar relevamientos visuales y acústicos para identificar qué especies están presentes, cómo se distribuyen y si existen riesgos de interacción directa.

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Natasha Eliopulos en un varamiento en 2022
Natasha Eliopulos

En varios países también se exigen zonas de monitoreo y exclusión más amplias. Revisiones internacionales indican que, en particular en Australia, se aplican radios de más de tres kilómetros, pensados no solo para detener la operación cuando un animal entra en el área crítica, sino para seguirlo con anticipación y evitar que llegue a zonas de mayor riesgo.

A estas herramientas se suman drones, sistemas ópticos y térmicos, y restricciones espaciales o temporales más estrictas en zonas ecológicamente sensibles. En algunos casos, directamente no se autoriza la sísmica en áreas clave del ecosistema o en períodos reproductivos críticos.

Aun con protocolos más estrictos, hay un límite que la ciencia marca con claridad: una parte significativa del ecosistema marino no puede ser protegida mediante medidas de mitigación. Las zonas de exclusión, los observadores y los paros operativos solo aplican a animales que pueden desplazarse y ser detectados. Todo lo que no se mueve, se mueve poco o es microscópico queda directamente expuesto. El problema incluye invertebrados del fondo, larvas, moluscos, crustáceos y especies asociadas al sedimento, que no pueden huir ni ser detectadas antes del impacto.

Uno de los casos más críticos es el plancton, base de la cadena trófica marina. Estudios internacionales han mostrado que los pulsos sísmicos pueden provocar mortalidad directa y daños en etapas tempranas del ciclo de vida, con efectos que se propagan a niveles superiores del ecosistema. “Está demostrado en los artículos que pasa el barco y no queda nada”, advierte Sánchez Tellechea. “Y el plancton es la base de todo”.

El riesgo se extiende también a peces de interés comercial. Algunas especies, como la merluza, producen sonido en períodos reproductivos, y los científicos advierten que no se sabe cómo el aumento del ruido de fondo puede afectar esos procesos.

Para los investigadores, la diferencia no es tecnológica sino política y regulatoria. “El Ministerio de Ambiente habla de garantías. No puede hablar de eso”, advierte Laporta.

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