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Artesana creó la serie Abrazos como una forma de combatir varias etapas de crisis

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Abrazos

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Patricia Maciulaitis Romero es la creadora de unos muñequitos muy típicos del Mercado de los Artesanos que surgieron cuando debió reinventarse, algo que ha hecho muchas veces en su vida.

"Me acuerdo que era el día de mi cumpleaños, un 12 de junio, que por lo general hace un frío que te morís. Las gurisas se habían ido a la escuela y de repente salió el sol. Dije: ‘Este es el mejor regalo que tengo’ y empecé a hacer los Abrazos. Sentí que ese sol me iluminó, sentí hasta calor. El primero que hice se lo regalé a mi madre”. Así recuerda Patricia Maciulaitis (61 años) el momento de quiebre en su producción artesanal.

Hasta entonces lo suyo había sido la cerámica clásica, de hacer tazas o vasos. Esa cerámica que abrazó de muy joven. Ella dice que se volvió artesana a los 16 años, pero en realidad la cosa viene de más atrás, de cuando era niña e iba a la casa de una amiga de la familia que tenía jardín y con barro y pedregullo siempre terminaba moldeando algo.

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El barro siempre le llamó la atención así que comenzó a incursionar por talleres, a investigar. Eran épocas de dictadura entonces prefería irse para Las Toscas, donde no había tantas restricciones para moverse y juntarse como en Montevideo. Allí conoció a un artesano y empezó a ir a su taller para saber más. Era el momento de sus 16 años que tan bien recuerda.

Hubo unos años de impasse en los que se casó y tuvo dos hijas. Pero ni bien las pudo enviar a un jardín de infantes se armó su taller de cerámica. Tenía experiencia en el tema porque a todo taller que iba a aprender terminaba contratada para trabajar en él.

Abrazos

“Eso me enseñó mucho porque al estar ahí, aunque tuviera que pintar o hacer algo seriado, escuchaba y aprendía. La escucha me daba mucho conocimiento”, recuerda.

Todo iba bien en su taller de la Ciudad Vieja hasta que llegó la Compañía de Oriente al país y empezó a vender muchas cosas similares a las que ella hacía muchísimo más barato.

Abrazos

Fue ahí que el sol la iluminó y aparecieron los Abrazos, una serie de muñequitos que moldeaba de a dos, de a tres, en familias, hamacándose, en caballitos que parecían de carrusel, bailando candombe… se convirtieron en su sello y hasta hoy la identifican en los dos locales del Mercado de los Artesanos.

Los comenzó haciendo en tono natural, hasta que un artesano más veterano la incentivó a venderlos, pero antes le aconsejó que les pusiera color.

“Me puse a pintar y sentía que estaba pintando un muñeco para una torta, me estaba saliendo de los cánones de lo que era la cerámica. Pero este hombre me salvó la vida, me dijo ‘comprate los colores primarios y blanco, un pincel tanto y un pincel tanto redondo y llamame por teléfono que yo voy’”, cuenta quien al otro día estaba recibiendo al colega en su casa para que le explicara cómo hacer.

Siguió las instrucciones y desde entonces no paró. Además, hizo cursos de marketing y también de diseño gráfico.

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Para ese entonces ya estaba criando sola a sus hijas, así que tenía varios trabajos, entre ellos dar clases de cerámica y trabajar en un teatro poniendo las luces o incluso atendiendo la boletería. Sus hijas la ayudaban haciendo las cabecitas de los muñecos o pintándolos; una les ponía el color y la otra le hacía los dibujitos que van por encima de la ropa.

En cuanto a la educación de las pequeñas, consiguió canjearla por sus clases de cerámica. “Fue una de las mejores inversiones que hice en mi vida”, reconoce sobre el trabajo que consiguió como docente de artes plásticas en el Instituto de los Jóvenes (Idejo).

“Me gusta mucho enseñar lo que sé, lo que aprendí, y seguir investigando. Me encanta trabajar con gente; trabajo con niños, jóvenes, adultos y personas con discapacidad. Vienen los padres, me felicitan y yo les digo ‘no soy yo, es el barro’. La parte pedagógica también me gusta muchísimo”, apunta.

También se dio cuenta de que con los Abrazos podía salir del Uruguay y golpeó las puertas de las ferias internacionales siguiendo todos los trámites. En 1996 comenzó a viajar y lo hizo dos o tres veces por año.

Abrazos

“Venía, trabajaba tres meses, me iba, volvía, trabajaba otros tres meses, me iba… y así. Iba a las dos temporadas de Europa, hacía ferias en Brasil, iba a Porto Alegre todos los años”, señala y confiesa que ha perdido la cuenta de en cuántos eventos estuvo. Y si no iba, vendía al exterior. “Exporté a Chipre, insólito”, comenta.

“Esa mercadería me permitió no solo comercializarla, sino que mis piezas dijeran algo. Capaz que una taza no decía nada y yo quería que mi cerámica expresara algo”, sostiene.

Le iba bien, llegaba a fin de mes, según dice. Pero sobrevendría la crisis de 2002 y todo se volvería a complicar. Un obstáculo más de los muchos que ha debido sortear, como la reciente pandemia de covid-19 que la perjudicó tanto económica como emocionalmente. Pasó por su momento de bajón, pero pudo salir, aunque todavía enfrenta las consecuencias.

Su amor por las artesanías es lo que una vez más le está dando empuje para salir adelante, para reinventarse, como suele expresar. Además cuenta con el apoyo de sus hijas y de un nieto de 14 años.

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Abrazos

Si bien no ha abandonado a los Abrazos ni piensa hacerlo –incluso se le ha ocurrido sumarles hierro o madera–, ha incorporado la realización de objetos más utilitarios, como las macetas.

“Tengo un torno alfarero y volví a tornear”, cuenta.

En sus planes está mudarse y quizás volver a la Ciudad Vieja (hoy vive por Agraciada y Suárez). Eso la tendría más cerca del Mercado de los Artesanos, un lugar que le ha dado muchas satisfacciones. “Me gusta ser parte de un colectivo porque todos somos artesanos y detrás de cada pedacito no es que hay un artesano, hay una familia”, afirma quien siempre busca colaborar en lo que sea.

Para Patricia el barro es mágico y no se cansa de decirlo. “Es lo primero que hay que darle a un niño cuando lo sentás en la sillita a comer. Lo va a apretar, se ensucia, hace; eso es súper importante para el desarrollo cognitivo, para lo sensorial… para todo”, destaca.

Para ella es un cable a tierra. “Me siento en la mesa del taller aunque esté todo despatarrado, no me importa. Lo que yo quiero es tocar el barro y hacer. Como me preguntan los niños en mi clase: ‘¿Hoy hacemos cerámica?’ Nunca dicen ‘hoy tenemos cerámica’”, subraya quien ha pasado por mucho, pero que resalta que “cuantas más experiencias tenga, mejor”.

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Para que haya cerámica debe haber fuego

La técnica que aplica Patricia para la cerámica es japonesa y se llama raku, “que quiere decir alma”, dice. La artesana aclara que la cerámica se hace cuando se traspasa por el fuego. “No existe la cerámica en frío, son pastas. Incluso la porcelana tiene una fórmula que lleva hueso molido”, explica.

“El barro se transforma en cerámica cuando pasa por el fuego, sea eléctrico, bajo tierra como hacían los indígenas o en un horno a gas. Lo demás no es cerámica”, afirma.

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Taller familiar

Sus hijas Carolina y Victoria siempre la ayudaron. Está última lo sigue haciendo y, entre otras cosas, se ocupa de realizar el packaging para la venta de las piezas.

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