Animales con más de 100 años, colecciones de murciélagos y de huellas: una recorrida por el Museo de Historia Natural

Como si fuese otra realidad dentro del mundo, un universo en el que todo se conserva porque todo dice algo: sobre nosotros, sobre el territorio en el que vivimos, sobre el lugar desde el que venimos, sobre cómo evolucionamos. Como un laboratorio para entender la tierra, los ríos, los mares, las praderas, los bosques. Como un sitio que contiene nuestra naturaleza, el Museo de Historia Natural del Uruguay nació en 1837 -con colecciones privadas de Dámaso Antonio Larrañaga, Teodoro M. Vilardebó y otros entusiastas- y desde entonces, recolecta, guarda y estudia toda la información sobre la diversidad biológica del país (y, en algunos casos, de la región).

Desde 2018 funciona en la ex Cárcel de Miguelete, sobre la calle Miguelete 1825, en Montevideo. Allí actualmente se puede ver una pequeña muestra de las más de 10.000 piezas que tiene su acervo.

Se trata de una exposición que se organiza entre el pasado y el presente de la evolución de las especies animales y se puede visitar de miércoles a domingos de forma gratuita.

Por una parte está el pasado: piezas que abarcan desde la época de los dinosaurios hasta los mamíferos del pleistoceno. Por otra, dividida en distintos ecosistemas —humedales, bosques, praderas, ciudades— está el presente. Y, en cada uno de ellos, las distintas especies animales que los forman, con información al respecto. La mayoría son animales taxidermizados. La taxidermia es un proceso por el cual se rellena la piel de animales muertos con distintos elementos de forma que, expuestos, parezcan vivos. Así, en esta exposición se pueden ver desde pingüinos hasta lechuzas o churrinches.

En otra sala hay una muestra de huevos de distintos tipos de aves, está en exposición un ave típica de Nueva Zelanda que fue donada por un investigador y se puede acceder a distintos tipos de información al respecto. Todas las colecciones del museo han sido donadas o recolectadas.

Foto: Juan Manuel Ramos

Sin embargo, el museo tiene un mundo oculto: su archivo. Actualmente se divide en dos sedes.

Una funciona ahí mismo, en la ex Cárcel de Miguelete, que es, también, el nuevo lugar del museo. La otra, que es donde está la parte de mamíferos, se encuentra en Ciudad Vieja. La idea, explica Enrique González, encargado del departamento de Mamíferos del museo, es poder mudar todo el acervo al nuevo local. Durante los primeros años y por mucho tiempo, el Museo de Historia Natural funcionó en el Teatro Solís.

El subsuelo del espacio que tiene adjudicado el museo en el edificio de la excárcel es un sitio blanco y frío. Allí, dividido en zonas, funcionan laboratorios, bibliotecas, espacios de estudio, lugares de almacenamiento.

Foto: Juan Manuel Ramos

Tiene pasillos inmensos con muebles corredizos y etiquetas. Dentro de cada uno de esos muebles, cajones. Y dentro de los cajones: insectos, animales, plantas, piedras, corales, huesos, huellas, más etiquetas. Todo allí funciona con etiquetas: todo tiene que estar catalogado, ordenado, clasificado.

“La inmensa mayoría de esta colección es para finalidades científicas y una pequeña parte va para alguna exposición”, dice Enrique.

Un museo de historia natural sirve para generar conocimiento sobre diferentes asuntos -desde detectar enfermedades que afecten a los humanos hasta entender el comportamiento de un animal-. Por ejemplo, gracias al trabajo que se realiza en la institución se sabe que en Uruguay hay aproximadamente 5.700 especies de insectos, cerca de 600 especies de peces, cerca de 120 especies de mamíferos.

“El Museo de Historia Natural es el organismo del Poder Ejecutivo que tiene el mandato de explorar la diversidad biológica del plantea, especialmente de nuestro país”, explica Enrique.

Hay otro espacio, inmenso, en el que hay cientos de cajones con cientos de muestras en bolsas que esperan para ser ingresadas al archivo. También esperan a que el gobierno retome y termine las reformas de la excárcel para poder arreglar y conservar todo ese material de manera adecuada, bajo las condiciones que requiere para que no se estropee.

Allí hay, por ejemplo, frascos inmensos con distintos tipos de peces dentro de un líquido amarillo que fueron donados entre 1894 y 1940 aproximadamente. Es decir que son animales que llevan en esos frascos más de 120 años. Y se ven intactos.

La otra sede del archivo, que funciona en Ciudad Vieja, es otro mundo, bastante diferente a la sede actual. Se trata de un local alquilado que prácticamente no tiene ventilación ni luz natural, repleto de pasillos estrechos que se arman entre los muebles, de carteles que dicen cómo prevenir la rabia o qué hacer si se encuentra un mono muerto, o anuncian conferencias, conversatorios o encuentros de todo tipo.

Este es el lugar de los mamíferos. Es el lugar de Enrique. Él sabe todo lo que hay aquí, en ese espacio que parece inabarcable. Va abriendo mueble tras mueble y va sacando cajones con todo tipo de piezas: desde roedores, murciélagos y aves, hasta huesos y trampas para atrapar mulitas, la única comadreja de agua encontrada en Uruguay, un aguará guazú, que es el zorro más grande del mundo, colecciones de materias fecales, colecciones de huellas de animales, colecciones de pieles de los felinos que existen Uruguay.

Él conoce cada detalle, sabe dónde está cada animal, distingue pieles y manchas. También, cuenta historias como esta: aquí hay una colección botánica que el escritor Horacio Quiroga mandó desde Misiones, Argentina. Todo lo que hay en este lugar tiene un valor científico, dice, pero también histórico.