Fue hace 40 años. Chile estaba partido por un golpe militar sangriento y un texto uruguayo, del escritor Mario Benedetti, fue la herramienta con la que una compañía teatral intentó aportar luz y empezar a ejercitar, temprano, la memoria.

Fue hace 40 años. La dictadura de Augusto Pinochet insistía mientras en Sudamérica, Uruguay incluido, la democracia empezaba a limpiar heridas. En Santiago, Teatro Ictus —hoy la compañía más longeva del teatro independiente latinoamericano (70)— hacía Primavera con una esquina rota cuando al actor Roberto Parada le avisaron que su hijo, militante comunista y sociólogo secuestrado hacía cinco días, había aparecido asesinado. Parada siguió con la función, no por aquello de que el show debe continuar: fue, dice la actual directora de Ictus Paula Sharim, “por la profunda convicción de que no los iban a quebrar a pesar del horror”.

Fue hace casi 40 años. Paula tenía 17 y estaba en Uruguay con su familia, con un padre que había dedicado toda su vida al teatro —Nissim Sharim, director y pilar de Ictus desde 1962—, el día en que decidió que ella iba a ser, también, actriz.

Fue después, mucho después, cuando entendió por qué su padre se había resistido tanto a esa inclinación suya. Al final, a convicciones así, pocas cosas pueden ganarle.

Hoy, Teatro Ictus viene a Montevideo para presentar por primera vez en el país su Primavera con una esquina rota, una obra que por su temática —es la historia de una familia que sufre el exilio en el Uruguay del 73—, su contexto original, el perfil que tiene la compañía y lo que ocurrió con Parada hace 40 años, se convirtió en bastión, en trinchera.

La versión incluye a Sharim, a quien los uruguayos pueden haber visto en telenovelas como Verdades ocultas, Juegos de poder o La ley de Baltazar, y conserva a María Elena Duvauchelle y Roberto Poblete, dos actores de la puesta original. Es el remontaje estrenado en 2023 en conmemoración de los 50 años del golpe de Estado de Chile, e incorpora la anécdota de la familia Parada con la intención de seguir entablando diálogos, puentes.

Las funciones serán hoy y mañana en El Galpón, a las 21.00, y el sábado en el Centro Cultural Florencio Sánchez del Cerro. Para todos los casos, las entradas están en Tickantel.

Foto: Difusión

“Para nosotros esto es importante. Es emocionante, esa es la palabra”, dice Sharim en charla con El País. Habla de esta visita como una deuda, pero también como un desafío —“porque es un desafío ir a la patria del autor”— y como un logro, ya que el viaje marca el comienzo de la internacionalización del nuevo equipo, que la tiene al frente. Pero también habla de algo más profundo: “Significa poder entender qué pasa con la memoria y con este gran problema que traemos encima, que es el no querer mirar el dolor. Significa un cruce con nuestras historias: tuvimos el golpe militar en el mismo año, la dictadura fue tan severa allá como acá, y la desintegración de las familias es un punto que existe en todo el planeta. Nosotros vamos a Uruguay porque creemos que es el primer lugar donde tenemos que mostrar este trabajo hecho con tanto cariño. Es un sueño”.

Sharim recuerda que hace 40 años, cuando Primavera sobre una esquina rota se estaba montando, Ictus vino a Montevideo con otro título, pero igual pudo encontrarse con Benedetti, y el encuentro fue, dice, “de una maravillosa calidez”.

Hoy la actriz mira con extrañeza esto que le han dicho sus colegas, sus amigos: que en Uruguay, la figura y obra de Benedetti no recibe la adoración colectiva que se le da, entre tantos otros países, en Chile. “Me da una pena infinita. Porque si no valoramos lo que tenemos”, zanja, “no sé qué se puede valorar”.

Por otro lado, dice que en 2023 Primavera los sorprendió: “Yo no me esperaba que fuera un éxito. No había entradas, la gente quería venir y no había entradas. En Chile los teatros en general no están tan llenos, pero la respuesta fue fantástica. Incluso medios oficiales, que son bastante distantes de nosotros por posturas políticas, nos premiaron. Porque la obra es buena, tiene una trascendencia humana muy grande. Creo que en 2023 marcamos algo, creo que fuimos la obra que fue el símbolo de esta conmemoración”. Pronto repondrán.

¿Cómo conviven este teatro, este legado político, esta defensa de la memoria, con la actriz de teleseries y la mecánica frívola de la industria?

“Es una historia larga”, dice Sharim con una risa. “Mis primeros trabajos en lo profesional fueron en televisión, con la oposición de todo el equipo de teatro donde yo estaba entrando, que era el Ictus, partiendo de mi papá que encontraba que el ejercicio de la televisión, de esta televisión de teleseries…”, dice y se frena. “Yo nunca he tenido una contradicción al respecto, ninguna. Porque en un lugar hago una cosa y en otro lugar hago otra. Y si en la televisión, además de ser actriz, puedo mezclar alguna de mis ideas o intenciones, fantástico. Si no, disfruto el momento. En estos últimos años el Ictus no me ha permitido hacer tele, porque hay mucha actividad, pero a veces en el teatro me quedo en los temas de producción, de organización, de los vínculos, y tengo que descuidar mi profesión que es ser actriz, que es lo que más me gusta en la vida”.

Para esa profesión, dice, una de las mayores lecciones se la dio su padre: “Perseverar en lo que uno quiere y siente que está bien, y hacerlo hasta morir”. En el Ictus vive bajo esa máxima, pero confiesa que aún tiene que aprender, a esta altura de su vida, a bañarlo todo de aquella profundidad con la que su padre bañaba a su oficio, la misma que baña su Primavera con una esquina rota.