TEATRO
Stefanie Neukirch, actriz y dramaturga, habla sobre su última obra, que está en la Zavala Muniz hasta el domingo.
Sucede, más o menos, así: entre todas las ideas que anota en libretas hay una que baja con más fuerza, que queda reverberando, que empieza a crecer en la cabeza, que adquiere una forma, una estructura, una atmósfera, un color, y que, poco a poco, sin apuro y sin presión, se transforma en una historia. O, lo que es lo mismo, se transforma en algo para decir. Después, con toda esa información, Stefanie Neukirch, actriz, integrante de la Comedia Nacional y dramaturga, suspende el tiempo, deja de hacer todo lo que sea necesario, enciende la computadora, se sienta y escribe.
Ese es el proceso de su escritura. Y ese fue, también, el proceso de Toda mi vida me gustaron las matemáticas, la obra que estrenó el martes en la sala Zavala Muniz del Teatro Solís y que irá hasta el domingo 8 de mayo.
Dirigida por Fernando Vannet, la pieza está compuesta por seis monólogos independientes que, sin embargo, se relacionan entre sí, uno contiene al otro: seis personas que están solas y, en cierto punto, desamparadas, en un contexto adverso que puede ser la pandemia o cualquier otra cataclismo que nos lleve al extremo, seis universos que estallan, que se escapan de la lógica, del control.
El elenco está integrado por Mariana Lobo, Victoria Rodríguez, Pelusa Vidal, Rodrigo Garmendia, Ignacio Cardozo, Horacio Camandulle y Guillermina Rodríguez.
La historia que atraviesa toda la obra tiene, además, un hilo conductor: una actriz de teatro que está por retirarse de los escenarios. “Creo que el haber escrito esta obra en piezas individuales tiene que ver con la situación de encierro que todos vivimos. Yo la escribí en plena pandemia y había algo de querer comunicar pero al estar en soledad el diálogo no existía, dice Neukirch. También me pareció, y esto me lo hicieron ver los actores a medida que pasaban los ensayos, que esta obra es una especie de homenaje al teatro, desde un lugar del amor y de la convicción de que el teatro tiene que seguir”.
Esta es la tercera obra de la Pentalogía Distópica en la que Neukirch viene trabajando desde 2018 cuando estrenó, junto al Teatro Circular, No ver, no oír, no hablar. En 2021 llegó Valor facial: lo esencial no cambia. Faltan dos piezas para completar la serie.
—¿Por qué no has dirigido ninguno de tus textos?
—Porque me gusta que las direcciones generen nuevas miradas sobre lo que escribo. Porque lo que termina sucediendo es una sumatoria de factores, por un lado mi texto, por otro lado lo que el otro capta de mi texto y por otro lo que cada actor en su individualidad entiende y hace con ese texto. No me interesa el teatro que alecciona, que tiene una única mirada posible sobre las cosas.
—¿Pero sos parte del proceso de construcción de la obra?
—En este caso no estuve en todos los ensayos porque Fernando quería mantener la intimidad. Después empecé a formar parte del grupo. Es muy difícil poner en palabras lo que significa pero lo resumo de esta manera: desde que escribo tengo un amor mucho más profundo aun por los actores y las actrices, me resulta fascinante la manera en la que se entregan, en la que se exponen, la sensibilidad, la inteligencia.
— La historia transcurre durante la pandemia. Tengo la sensación de que el teatro volvió, después de dos años, con mucha fuerza, con mucha hambre. ¿Cómo percibís este regreso?
—Absolutamente. Lo siento desde la Comedia Nacional, lo siento desde el teatro independiente y lo siento desde el público, que creo que es lo que más me conmueve: la gente quiere ver teatro. Un amigo muy querido me dijo, y yo lo celebro, que tenía la sensación de que después de la pandemia estamos volviendo a un teatro más humano, donde el actor y lo que le pasa al actor están en el centro y no hace falta nada más.
Un escenario casi vacío, un telón, un sillón, una luz, un puñado de canciones, un texto, un director y siete actores que sostienen, en su cuerpo, todo el peso de una historia. Eso es Toda mi vida me gustaron las matemáticas, una obra despojada de todo, una pieza para la que no se necesita nada. De eso, quizás, también se trate el teatro.