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Cómo es "Macondo", la obra que transformó el Teatro Solís para construir un mundo donde todo es posible

La Comedia Nacional, inspirada en "Cien años de soledad" y junto a la Banda Sinfónica y la Filarmónica, estrenó su mayor apuesta de 2023 con entradas agotadas para toda la temporada.

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Alejandra Wolff en "Macondo" de la Comedia Nacional.
Foto: Carlos Dossena

¿Qué significa que ahora el Solís sea una selva artificial, tenga un lago, esté sumergido en el canto de los pájaros? ¿Qué implica llegar al teatro y que los actores estén ahí, confundidos entre la gente, estrambóticos y atrapantes? ¿Por qué no se asignan los asientos? ¿Por qué se elige el caos? ¿Por qué hay canciones a coro y fusilamientos masivos y una máscara de goma y cumbia y tristeza y sátira? ¿Qué se hace con toda esta sobredosis de estímulos? ¿Qué dice Macondo?

El domingo, la Comedia Nacional estrenó su mayor apuesta de 2023 que es, además, la producción más grande en la gestión de Gabriel Calderón y una de las más grandes que ha hecho el elenco municipal jamás. Macondo tiene una inspiración libre (muy libre), fragmentada, personal, en la gran novela latinoamericana Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. Es la estrella de un mes de actividades que incluye charlas, talleres, conciertos, performances, conferencias, cine, fotos, danza. Y es un éxito: antes de levantar el telón, la obra que dirigen Marianella Morena y Paula Vilalba ya había vendido todas las entradas de sus 18 funciones.

¿Pero qué sostiene a Macondo, qué la define, qué la explica?

A lo mejor la respuesta empieza donde empieza todo. Desde que Calderón asumió el liderazgo de la Comedia, en febrero de 2022, el teatro que ha planteado la compañía está hecho desde la experiencia. La postura es firme: de Estudio para La mujer desnuda a Constante, de la gracia popular de Esperando la carroza a la experimental Frankestein, de La trágica agonía de un pájaro azul a Edipo Rey, nada de lo que se propone es solo lo que se propone. Los textos, la puesta, el despliegue o incluso el riesgo se quedan en el espectador como una sombra: es el tipo de teatro que invade los espacios, que se pega como una mancha, que no suelta. Macondo, quizás, es la experiencia definitiva.

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La acción de "Macondo" comienza en la explanada y el hall del Solís.
Foto: Carlos Dossena

El teatro empieza antes del teatro, afuera del teatro. Empieza en la explanada del Solís, repleta de una selva tropical donde hay pájaros y un lago y olor a tierra mojada. Sigue en el hall, donde la música invade y hay montada una carpa de colores con una gitana que tira las cartas. Esto es una fiesta. O algo parecido. Los personajes caminan entre el público, interactúan con él, hay estudiantes de dramaturgia que escriben cartas de amor y desamor: el teatro se vuelve experiencia, la ficción se mezcla con la realidad, el cuento se vuelve verdadero, existe de una forma en la que todo parece real.

No importa si esto que está pasando alrededor, mientras hacemos la fila para entrar a ver Macondo el día de su estreno, es ficción o es realidad. No importa porque, ya lo entendimos, se trata de otra cosa. Tal vez tenga que ver con la fantasía. O con la concreción de la fantasía.

La sala principal está distinta: hay intervenciones en los palcos y el escenario se extiende más de lo habitual, hasta cubrir las primeras filas de la platea.

Cuando se levanta el telón, algo se confirma. Esta megaproducción, creada a partir de textos de 36 autoras y autores de Latinoamérica, con una escenografía y vestuarios impresionantes, con casi todo el elenco de la Comedia Nacional en el escenario, con 50 músicos de la Banda Sinfónica y la Orquesta Filarmónica tocando desde distintas partes de la sala, con efectos visuales y sonoros, no quiere contar una historia. Quiere construir una fantasía, crear un universo de colores que no existe en ningún otro espacio, en ningún otro tiempo, tender un puente, celebrar algunas cosas.

Este no es el Macondo de Cien años de soledad, pero está salpicado por él. Y existe de una forma espectacular. Este Macondo es una pieza de dimensiones inmensas, que luce cara y ambiciosa, donde todo está al servicio de una única idea —la libertad por encima de cualquier pretensión— y de una búsqueda: crear una obra que nunca se olvide.

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Escena de la obra "Macondo" de la Comedia Nacional.
Foto: Carlos Dossena

Este es un Macondo que solo existe en Montevideo. Aquí, donde más que el texto que lo sostiene a los tumbos, importan las posibilidades: las Úrsulas y las Rebecas, los huesos y las mariposas, las frases declamadas como salmos, la ironía vestida en traje de terciopelo azul que en un momento irrumpe para explicar este artificio y al mismo tiempo derrumbarlo todo.

En los pasillos del Solís, al final de la función, el éxtasis del público podría tomarse como una respuesta. Entonces, ya en la explanada del teatro, con el viento que sopla feroz desde Ciudad Vieja, una mujer se nos acerca y habla: tiembla, quiere llorar y lo evita, pide indicaciones para llegar a Colón, dice que acaba de morir su padre, que va a caminar, que tiene que velarlo, que todo ha ocurrido demasiado rápido. Todavía suena, de fondo, el eco de una canción alegre de Los Wawancó. Y esta frase de la obra: “Hay un Macondo en cada esquina”.

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