"Estuvimos en Minas, que me encantó. También en Rocha, Colonia y Canelones”, dice Miguel Ángel Solá sobre la gira que ha realizado con Mi querido presidente, la comedia que protagoniza junto a Maxi de la Cruz y que del jueves al domingo llega a El Galpón (entradas en Redtickets).
“La gente reacciona muy lindo. La obra es bonita y el trabajo que hacemos con Maxi es muy complementario, muy gracioso. Nos divertimos mucho, la pasamos muy bien y la respuesta del público es maravillosa. Es una muy buena comedia, no es tonta”, explica a los 75 años uno de los grandes actores argentinos, la novena generación de toda una familia de intérpretes.
La trama se ubica justo antes que un flamante presidente (De la Cruz) dé su discurso de asunción. Una picazón en la nariz le impide hacerlo y un famoso psiquiatra (Solá) será el encargado de ayudarlo con ese asunto.
Solá subió por primera vez a un escenario cuando era bebé, en una obra en la que actuaba su tía, Luisa Vehil, y de niño fue la voz en off de Ana de los milagros. En 1971 comenzó a actuar, y desde entonces no paró.
Trabajó en cine, teatro y televisión, alternando vida y trayectoria entre Argentina y España. Ganó, entre otros premios, dos Martín Fierro -por Atreverse, en 1990 y 1991-, dos Cóndor de Plata -por Asesinato en el senado de la nación y Casas de fuego- y fue distinguido en los festivales de Málaga, Biarritz, Cartagena y La Habana. Estuvo nominado al Goya y al Platino en una carrera que abarca 107 proyectos, entre series y películas.
Próximamente estará en la película El pulpo negro, un policial de Luciano y Nicolás Onetti (directores de 1978), y en la serie Peregrinos. Y antes llega a Montevideo, una excusa para esta charla.
—Viene a Montevideo con Mi querido presidente. ¿Cómo definiría la obra?
—Es una comedia inteligente, bien hecha, bien armada. Te mantiene con suspenso hasta el final, porque recién en la última frase se revela la verdad sobre el personaje. Es muy graciosa y hemos formado una gran amistad Maxi y yo. Es fruto del encuentro con el director y el productor. Tenían ganas de divertirse y nos juntaron.
—Decía que recién al final se descubre el verdadero motivo del personaje. ¿No es algo que también pasa en la política?
—Exacto, por lo general no los conocemos nunca. Pero se puede reconocer rápido cuándo un político tiene “buena leche” y cuándo no. En este caso el personaje está alejado de sus ilusiones, su conciencia lo llama y le pregunta qué está haciendo con su vida, con sus sueños. Es un poco el juego.
—¿Usted tiene un mensaje para el sistema político?
—Que los políticos sean más honestos consigo mismos, que hagan lo que vinieron a hacer realmente. Un político no debería robar, esa necesidad nace después. En mi país, gracias a los contactos que hacen, pueden asegurarse varias vidas cómodas. Lo que deberían hacer es dedicarse a hacer grande al país y devolver la oportunidad que les dieron.
—En una entrevista de 2019 decía que no se sentía un actor popular. ¿Cambió su mirada sobre eso?
—No, no soy un actor popular. Me dediqué a no cagar a la gente, a no venderle porquerías. No hice mi carrera al revés, empezando con porquerías para luego hacer algo más serio. Creí siempre en trabajar honestamente y estudiar honestamente. Aunque me digan que eso es de boludos, sigo creyendo en eso.
—Usted fue pionero en ciertos roles, como cuando hizo un personaje travesti en Atreverse, un rol muy complejo para la época...
—No, no era travesti, era una mujer. Toda su vida la habían tratado como mujer. Era un trabajo adelantado para la época y permitió visibilizar a una colectividad que antes estaba invisible. China Zorrilla, con su sensibilidad, le dio un permiso grande al personaje para que fuera bien recibido.
—¿Cómo ve la televisión de antes en relación a la actual?
—La televisión ya no existe como tal. Ahora hay intermediarios que complican hacer cosas importantes. Las ficciones se hacen para plataformas y uno no puede salirse del guion que marcan. Antes los autores te dejaban agregar cosas y se abrían caminos en la censura. Hay un decrecimiento brutal en los 40 años de democracia, al menos en mi país.
—¿Cómo ve la situación actual para los jóvenes actores y creadores?
—Estamos siendo asesinados de a poquito. La gente joven no va a tener las oportunidades de crear ni arriesgarse. No van a poder desarrollarse en cine ni televisión, salvo que inventen algo para que puedan escapar de la porquería que les presentan. El único refugio es el teatro.
—Usted nació prácticamente sobre un escenario. Ahora, con 75 años, ¿qué lo motiva a seguir actuando?
—Comer, pero es bueno comer todos los días. He ahorrado poco porque invertí todo en mi trabajo, en teatro, en producir obras. Me tocó una exmujer que se quedó con todo, así que ahora necesito trabajar para vivir bien en Buenos Aires.
—¿Qué opinión tiene sobre Maxi De la Cruz, muy conocido en Uruguay, pero nuevo para el resto del mundo?
—Ojalá pueda actuar otra vez con Maxi, hemos hecho una pareja hermosa. Nos llevamos muy bien, nos queremos mucho y trabajar juntos es un placer. Maxi tiene alma vieja, viene del teatro, domina el escenario, es un despilfarro de creatividad. No es un recién llegado. Es un portento.
—¿Qué lectura hace del panorama cultural argentino con la política actual?
—Es difícil. Quieren destruir el teatro. No lo lograrán, pero la intención está. Quieren que no haya ficción que haga pensar a la gente. Hay muchos que crecieron en la porquería y se hacen a su gusto, pero el talento siempre se revelará.