A principios de los 2000, Federico Guerra era un joven actor al que no lo representaban —e incluso lo aburrían— las dramaturgias que interpretaba en clases de teatro. Sentía una necesidad visceral de denunciar injusticias, prejuicios y miserias que veía a su alrededor. Quería dar voz a las minorías con un lenguaje sin filtro, callejero, directo. Quería hablar sobre adicciones, violencia, abuso, homosexualidad, drogas, corrupción: temas que, por entonces, el teatro uruguayo solía esquivar.
Había en él un deseo de encajar en una sociedad que lo dejaba al margen, y al mismo tiempo, un impulso profundo por contar las historias que lo atravesaban en Sayago, el barrio obrero donde se crió.
Todo eso podría haber desembocado en una canción o un poema, pero terminó en Snorkel, su primera dramaturgia estrenada en 2011, que ahora vuelve por una única función el martes 29 (más adelante, los detalles). El germen fue la necesidad de decir algo propio. Después llegó una puesta pobre, incluso desprolija, que hablaba mucho de su época y de la juventud de sus creadores. Cruda, genuina, desde las entrañas.
El texto, cargado de realismo y humor negro azabache, encontró en el público joven a su mejor aliado. Se estrenó en la sala cero de El Galpón, en horario trasnoche, con el espíritu de incomodar y vomitar verdades.
El día del estreno, el elenco era un saco de nervios. Era un texto audaz y, para colmo, una figura importante del teatro —a la que prefieren no nombrar— había visto un ensayo y les dijo que no le gustaba nada. “Fuimos de eso a la ovación. Empezamos a divertirnos y fue glorioso”, recuerda Fernando Amaral.
Kanny Acevedo atesora ese momento: “Fue una noche muy feliz, la gente nos esperó en la puerta del teatro para aplaudirnos de pie”. Él interpreta a Betty, una mujer trans, y tanto en Montevideo como las veces que actuaron en Buenos Aires, lo esperaban para felicitarlo y hasta regalarle cosas para su personaje.
“Hasta el día de hoy me enorgullece. Era una responsabilidad ponerle voz y alma a seres silenciados por la sociedad”, dice.
Guerra no recuerda con nitidez esa primera función, pero sí la mezcla de confianza e inconsciencia con la que subieron al escenario. En tiempos sin redes sociales, el boca a boca hizo lo suyo: agotaron funciones durante ocho años. “Era una cita obligada para los jóvenes, iban antes de entrar al boliche”, cuenta Amaral.
“Mucha gente que no era del palo del teatro empezó a encontrar una propuesta con la que se sentía identificada. Una voz más cercana a la calle, a la rotura. Y hablando de temas que no se tocaban en ese momento”, resume Guerra, que también actúa en la obra.
Además del amor del público, Snorkel ganó el Florencio Revelación ese 2011, y al año siguiente un premio Morosoli.
La vuelta de una obra rupturista por única vez
Ahora, Snorkel regresa por única vez el martes 29 a La Cretina (entradas en Redtickets), como parte del Festival Cretino. La propuesta —curada por el propio Guerra, también responsable del espacio junto a Amaral— busca revisitar obras clave de su repertorio. “Es una manera de homenajear nuestra humilde historia, y Snorkel es parte fundamental”, dice.
La nueva versión ya tuvo una primera presentación este año en el Festival Nuestra, en el Sodre. Para ese escenario se diseñó una puesta más cuidada, con proyecciones visuales, ajuste en el texto y algunos cambios en el elenco, debido a la edad de los actores originales.
Guerra aggiornó ciertos pasajes, especialmente en el abordaje de temas como la violencia de género, el feminismo y la diversidad. “Han evolucionado muchas cosas. Algunos temas pueden parecer brutos, insensibles o políticamente incorrectos. Hay cosas vetustas. Habría que usar otro humor, otros mecanismos y estereotipos”, admite.
El regreso tiene para su creador un sabor agridulce: “Sé que es mucho más la idea que quedó que lo que el espectáculo tiene. A los que no la vieron y les hablaron bárbaro, es a los que atajo”, dice con honestidad brutal. Aun así, la alegría de hacerla en su propia casa cultural es un mimo al alma.
Otro tributo: anécdotas tras bambalinas
La primera escena que escribió Guerra —la de un hombre que tiene sexo con una chica trans— surgió en un taller con César Troncoso y Bruno Aldecosea, uno de sus primeros espacios de formación. “Teníamos libertad, empecé a llevar algunos textos, pero no recuerdo bien cómo surgió. Me gustaba escribir desde el humor. Tomaba lo que veía alrededor, pero satirizado y deformado, también esos estereotipos que te mostraban en la tele”, recuerda.
“La escribí porque veía cómo, cuando intentaba integrar a mis amigos del barrio al mundo del teatro, había mucho prejuicio. Quise poner al desnudo ese doble discurso, de forma divertida y cruel.”
A partir de ahí empezaron a aflorar manuscritos como piezas sueltas de un rompecabezas. Bernardo Trías, quien dirigió el estreno, fue quien los ordenó y les dio forma.
La obra se hizo trasnoche, el único horario disponible, pagando un técnico extra. Todo fue a pulmón: reciclaban vestuario, usaban lo que el teatro descartaba. “Estéticamente no era una gran obra. Era desprolija y se volvió más desprolija con el tiempo, pero ahí estaba su esencia: un grupo joven comprometido con el discurso, que salía a vivirlo como un recital”, compara Guerra.
Ese espíritu rockero también se sentía en el detrás de escena. Había droga de utilería... y droga real en camarines. “Una vez, la cocaína terminó en escena, no sé cómo, y un actor que no consumía la aspiró. Se la bancó, pero volvió puteando al camarín. Éramos jóvenes y estúpidos”, admite.
Lo más lejos que llegaron fue a un festival en Porto Alegre. Allí casi no los dejan salir del hotel porque dos actores tenían una deuda enorme del frigobar. Para evitar la tentación, metían todo en la caja fuerte, pero seguían reponiéndolo. Tuvieron que explicar la situación entre lágrimas, y casi pierden el vuelo.
Una anécdota que Acevedo guarda con especial cariño es cuando el guionista y director Mauro Sarser lo convocó, luego de verlo en Snorkel, para hacer una pequeña escena en la película Los modernos, donde también compartió con Guerra. “Fue una experiencia increíble”, cuenta.
¿"Snorkel" para rato?
Más allá de la nostalgia y el homenaje, Guerra insiste en que este no es su mejor texto ni una gran puesta. Agradece todo lo que Snorkel le dio: poder encontrarse a sí mismo, expresar algo con sentido, conectar con otros y hacer que se sintieran menos solos. Pero preferiría que el recuerdo quede intacto, sin que sea vean sus defectos. Por eso insiste que la del 29 es una única vez.
Sin embargo, desde el elenco, la mirada es otra. Acevedo, por ejemplo, se ilusiona: “Espero que no sea la última función. Muchas veces se pensó que era la última y siempre surgió una más. De hecho, hay una propuesta de hacer temporada y yo tengo muchas ganas. Creo que va a haber Snorkel por un tiempo”.
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Fue villana en telenovelas, trabajó en un éxito viral de Netflix y llega a Montevideo como Frida Kahlo
De actuar en una parroquia y vender seguros a triunfar en plataformas y abrir su sala teatral
De actuar a la gorra y salir quebrado en Carnaval a recibir un llamado de Fito Páez y brillar en "Menem"