Rodrigo Garmendia descubrió el arte por casualidad, cuando estaba en la escuela, y desde entonces no se despegó más. Nunca vivió de otra cosa, pero en ese mundo ha hecho de todo: fue modelo y panelista de Verano Perfecto (Canal 12), bailó disfrazado en supermercados y llegó a protagonizar el musical Chicago.
En los últimos dos años, incluso, se probó en Carnaval como director de la revista Gala 1985. Pero no terminó de entender el código, y como tampoco le dan los tiempos, decidió dar un paso al costado de la fiesta popular.
Es inquieto por naturaleza. Siempre tiene un proyecto en mente y, como bien dice su biografía de Instagram, está “siempre ensayando”. Hoy tiene dos obras en cartel, otro par por estrenarse y una ambiciosa apuesta para el segundo semestre.
Se lo puede ver en Que envejezcan los otros, junto a Federico Paz y Franklin Rodríguez, en El Sitio; y en Boulevard Sarandí, un unipersonal musical basado en la vida de Roberto de las Carreras, que llega a la Sala Hugo Balzo y tiene funciones desde hoy hasta el domingo (entradas por Tickantel).
El 13 de junio estrena Matita en el Teatro Metro, con un gran elenco (entradas por Redtickets). Además, dirige el musical infantil Frozen, que se presentará el 7, 8 y 9 de julio en el Movie. Y ya consiguió los derechos de El beso de la mujer araña, un reconocido musical que promete ser una mega producción.
Con agenda llena, en entrevista con El País Garmendia repasa sus inicios, su fugaz incursión en la televisión, su pasado como protagonista del icónico videoclip de “Mayonesa” —la canción uruguaya que más dinero recaudó por derechos de autor en Agadu—, su presente actoral y los proyectos que mantienen viva su ilusión.
—¿Cuándo y cómo se despertó tu interés por el arte?
—Pasé por todo hasta llegar al teatro a los 15 años. Fue medio de casualidad: las maestras vieron algo en mí y me ofrecieron ir a la escuela de iniciación musical. Arranqué por curiosidad y terminé bailando, cantando y yendo a clases de guitarra. A los 15 decidí probar teatro, fui a un taller con Jorge Bolani y Eduardo Servieri y después desembarqué en la EMAD.
—¿Recordás tu primer escenario?
—Sí, tenía 12 años y bailé y canté "A Don José" en el Teatro Solís, en un encuentro escolar. La primera vez que actué fue en el Circular, con 15 años, haciendo Jettatore. Me temblaba todo. Nunca había sentido una adrenalina tan potente. Me acuerdo de pensar: “¿Qué hago acá?”. Porque el escenario es adictivo; es espantoso y maravilloso a la vez.
—¿Qué te da el escenario?
—Esa emoción es fascinante. Es un juego: contar historias, seducir al espectador. Me encanta el camarín como refugio, ese momento previo de concentración. Es un ritual precioso.
—¿Cuándo hiciste el clic y dijiste: "Esto es lo mío"?
—Terminé el liceo, entré a la EMAD, estudié comedia musical y ya sabía que me iba a dedicar a esto. La incertidumbre estaba, y en mi casa me decían "Pensalo", pero fui inconsciente, me la jugué, y no me equivoqué. No podría hacer otra cosa.

—¿Siempre trabajaste en lo artístico?
—Siempre. He hecho de todo: promociones en supermercados, Navidades disfrazado; publicidad, locuciones, docencia, fiestas privadas...
—¿Cuál fue el mayor obstáculo que enfrentaste?
—La falta de reconocimiento, el poco público, el mercado chico. Es frustrante cuando hacés un espectáculo gigante que en otro país sería un éxito y acá pasa sin pena ni gloria. Chicago fue una megaproducción con banda en vivo y 50 personas en escena. Trabajamos tres años para hacer 15 funciones.
—Estás en varios proyectos a la vez. ¿Qué te hace aceptar?
—Boulevard Sarandí tenía varios condimentos interesantes: un texto de Milton Schinca, que se hizo dos veces en Uruguay hace 30 años, es un unipersonal con una cuota de musical. Que envejezcan los otros lo venimos pensando hace tiempo con Franklin.
—¿Y qué te sedujo de Matita, la última producción de Diego Sorondo?
—El elenco. Graciela Rodríguez, Noelia Campo y Carlos Rompani son amigos y los admiro. Es una historia bien contada, sobre una mujer mayor que se enamora de alguien más joven, y su sobrino quiere declararla loca para quedarse con la herencia. Yo soy el personal trainer del que se enamora, o nos enamoramos. La obra no juzga, solo cuenta. Además, es una propuesta 360°: hay cámaras y pantallas en escena.
—¿Cómo llegaste al videoclip de “Mayonesa”, de Chocolate?
—Tenía 16 años. Era modelo publicitario, había hecho un comercial con la productora que lo filmó y me llamaron. Fue una locura: la canción se escuchaba en todo el mundo, MTV era muy poderoso y no había clip, así que se grabó un año después. Quedó para la historia.
—¿Cobraste mucho por ese rodaje?
—Cobré chirolas. Era una producción uruguaya, presupuesto bajo y éramos miles, así que te lloraban. Pero yo estaba fascinado por filmar con Charly Sosa.
—¿Qué te pasa cuando lo ves hoy?
—Pasaron más de 20 años y me lo siguen recordando. A veces, después de conocerme, me dicen: “¿Vos sos el del video de Mayonesa?”. Podría ser un karma, pero me divierte. Todavía lo pasan en las fiestas de 15 y mis alumnos adolescentes, en el Sodre, lo ven como algo de antaño.
—¿Te interesan el audiovisual o la televisión?
—Nunca digo que no, pero no es mi fuerte. No he hecho castings porque me sumergí en el teatro y el musical. La conducción me parece superinteresante. He coqueteado con eso. Hace 10 años hice suplencias en Verano Perfecto, como panelista, opinaba. Me divertía y además suma un montón para que te conozcan a nivel masivo.
—¿Pensaste en irte a probar suerte a Buenos Aires?
—Cuando era joven, sí. Incluso me fui a estudiar un tiempo. Pero después empecé a construir mi mundo acá y me resultó difícil dejar todo. Acá elijo qué hacer. Esa libertad tiene mucho valor. A veces podés estar brillando en una serie y después pasar meses esperando que suene el teléfono. Puede ser muy antipático. Por eso siempre tengo un proyecto entre manos, para mantener viva la ilusión.
—¿Sentís que cumpliste todos tus sueños?
—Algunos sí. Chicago fue uno. El beso de la mujer araña es otro sueño, y lo estamos empezando a trabajar. Ojalá llegue Mamma Mía, Cabaret. Siempre tengo ilusiones.
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