Hernán Casciari vuelve a Montevideo, la ciudad donde renació en 2015, con una propuesta inusual: compartir escenario con su madre. El escritor argentino, visitante frecuente de Uruguay, se presentará el miércoles 23 de julio en El Galpón con La señora que me parió, un espectáculo que protagoniza junto a Chichita, su madre y ahora cómplice escénica. Tras agotar funciones en el Paseo La Plaza de Buenos Aires, la obra llega con una prometedora combinación de humor y recuerdos. “Nunca antes un escritor se había dejado humillar por su madre en vivo, con la obvia excepción de Borges”, dice la sinopsis.
Como ya lo hizo hace una década en Una obra en construcción, donde subió al escenario con amigos y familiares, Casciari leerá algunos de sus cuentos más populares inspirados en su infancia y adolescencia, mientras Chichita le responde con desparpajo. Las entradas se venden en RedTickets, de 2400 a 3200 pesos.
Sobre eso, va esta entrevista.
—La señora que me parió ya tuvo varias funciones en Buenos Aires. ¿Cómo podrías definir la experiencia de compartir escenario con tu madre?
—Hay algo que me resulta necesario con mis relaciones personales y que tiene que ver con crear nuevas anécdotas; sobre todo con mi vieja. Es muy difícil cuando tenés una mamá grande que no todo se convierta en una conversación sobre el pasado, y en general sobre un pasado bastante lejano. Entonces, el hecho de hacer teatro con mi vieja hace que nuestras aventuras sean del presente. Es lo mismo que me pasa con mi socio Chiri (Christian Basilis), a quien conozco desde los siete años pero las mejores cosas nos pasaron ahora. Eso es muy nutritivo porque si no, creo yo, las conversaciones se tornan melancólicas y todo el tiempo te da la sensación de que el gran momento no es hoy, sino que fue en otra década. En otra vida. Entonces, cuando veo a mi vieja en el escenario o alguien que admiramos mucho viene al teatro, creamos anécdotas frescas.
—Hay otro aspecto que no es menor: en una entrevista mencionaste algo así como que tu madre es una gran actriz que no había podido ser actriz. Primero su padre no la había dejado estudiar, y luego tu padre tenía timidez…
—(Interrumpe) Sí, le daba vergüenza. Yo soy de Mercedes, un pueblo muy chiquito y conservador, y mi madre hizo teatro dos años allá, pero mi padre no iba a los estrenos. Entonces, ella se dio cuenta de que a él le daba vergüenza esa exposición pública, así que dejó de hacerlo... O sea, atendió a esa vergüenza de mi papá, y antes había atendido, de una forma un poco más violenta, a su padre, que no quería que saliera a la calle directamente. Nunca pudo demostrar esas cosas que ahora sí está demostrando porque realmente es muy buena.
—Al final de cada función, vos te corrés para que ella reciba la ovación. ¿Cómo son esos instantes?
—Cuando llega el final de la obra, la gente se da cuenta de que ella es la persona que consiguió que al principio yo pudiera dedicarme a lo que más me gusta. Entonces, lo que ocurre cuando la aplauden, es que le estoy devolviendo, aunque sea un poquito, la posibilidad de que haga lo que más le gusta. Es algo muy conmovedor y, a la vez, es muy loco porque la diferencia que tenemos con una obra de teatro es que en una obra el espectador hace un contrato tácito para creer que lo que está pasando es verdad, pero acá sí es verdad. La gente sabe realmente que le estoy devolviendo a mi madre algo de lo que me dio. Además, como tenemos la suerte de no hacer esta obra todo el tiempo, la disfrutamos mucho. No es una necesidad económica ni artística, es más que nada personal y de nuestro vínculo. Es mucho más nutritivo para nosotros.
—El enfoque de La señora que me parió se relaciona con el de Una obra en construcción, donde también estuvo tu madre: la posibilidad de que tus allegados respondan a tu versión de las historias. ¿Sentís que eso enriquece tu obra?
—No sé si se trata de enriquecer, pero sí que es algo que me resultó necesario. Cuando vivía en Barcelona escribí un montón sobre mi familia y mis amigos en mi blog y sin pedirles permiso. Siempre me pareció fugaz el blog y pensé que no lo iba a leer nadie, pero después empezó a crecer en popularidad y se publicaron libros... Y cuando sacás un libro las cosas parecen más serias. Yo nunca les había preguntado a ellos si estaban de acuerdo con que lo hiciera o con lo que contaba. Entonces, cuando empecé con Una obra en construcción en 2015 fue con la idea de: “Che, si me tiene que cagar a pedos, háganlo. Esta es mi versión, y si quieren háganla mierda” (Se ríe). Eso es lo que está haciendo Chichita hoy con los textos que tienen que ver con ella, y como no tiene ningún tipo de timidez dice cualquier barbaridad.
—Lo interesante de lo que mencionaste es que lo que contás es tu versión de la historia. Ahora que las ponés en diálogo con la visión de tu madre, sumado a que ya sos padre, ¿sentís que podés releer las actitudes y decisiones de Chichita desde otra perspectiva?
—Absolutamente. El primer golpe es tener hijos porque recalculás toda tu historia y decís: “Uy, ahora entiendo...”. Y estar ahora en un escenario revisitando todas esas historias es como hacer terapia. Porque al contar las cosas que nos pasaron a los dos, todo el tiempo nos estamos poniendo en los zapatos del otro.
—Y, al igual que en todos tus proyectos, el humor es fundamental...
—Es que sino no se puede... (Hace una pausa) Si no lo pasáramos por ese tamiz sería muy duro.
—Cambiando de tema: en enero se estrenó El mejor infarto de mi vida, la miniserie de Disney+ inspirada en el día en que casi morís en Montevideo. ¿Qué balance hacés de lo que generó el proyecto?
—Es impresionante lo que pasó. Nunca me había pasado de tener repercusiones a nivel global, porque en general las cosas que hago suelen moverse entre Argentina, Uruguay y a veces España. Pero como Disney, un tanque de distribución, la estrenó el mismo día en todo el mundo me llegaron mensajes de países como Turquía. Además, como la serie dice que está basada en hechos reales y todos los personajes de verdad aparecemos al final, la gente del mundo googlea a Javier, a Alejandra y a mí. Y cuando me busca, se encuentra con mis libros, y eso hace que se generen lectores desde cero. Es una cosa muy espectacular.
—El mensaje de la serie es que un hecho fortuito puede ser la oportunidad perfecta para volver a empezar. ¿Sentís que ese es el secreto de su repercusión?
—Me parece que el secreto, en realidad, es la carambola de lo que ocurrió. Es una historia que está basada en la generosidad, o sea que ahí ya tenés una pequeña moraleja inicial, pero sobre todo es muy contundente lo que le pasa a Javier y a Alejandra con Joe Gebbia, el director de Airbnb, que luego se queda en su casa e invierte en el proyecto de Javier. ¡Es una forma espectacular de contarle a un chico por qué hay que hacer el bien! (Se ríe) Y que no sea de Esopo, sino de algo de la realidad ayuda un montón... porque, de verdad, Javier estaba con un tema muy grave de salud y esto le permitió levantar cabeza. Es muy conmovedor todo lo que pasó.
—Ya que hablamos de lo que te pasó en 2015, en noviembre actuaste en el Auditorio Nacional del Sodre, el escenario donde ibas a presentarte en aquel momento. ¿Cómo se sintió esa revancha?
—Fue muy emocionante porque era estar en el lugar adonde tendría que haber estado nueve años antes. En esa presentación con el Coro Nacional de Niños & Juvenil conté historias que tenían que ver con ese día, y fue una noche mágica porque, además, muchos de esos chicos no habían nacido en esa época. Entonces, pude contarles qué pasó en Montevideo y por qué quiero tanto a esta ciudad.
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