Cuando el humorista gráfico e historietista Gustavo Sala (La Plata, 1973) desembarcó por primera vez en Montevideo, empezó el día con encanto, pero al día siguiente lo terminó con desencanto. Fue una experiencia ambigua, aunque la primera de muchas otras que fueron más alegres, siendo el ejemplo más reciente las presentaciones que realizó en octubre junto al escritor Hernán Casciari.
En aquella primera visita, Gustavo Sala era conocido principalmente por sus delirantes y escatológicas historietas publicadas en la revista Fierro, además de las tiras que hacía para Página/12. Al llegar, fue recibido por algunos colegas uruguayos, quienes lo llevaron a sitios históricos de la bohemia local y lo presentaron a figuras del medio cultural. Fue entonces cuando descubrió que su obra era más conocida de lo que pensaba y que empezaba a forjar amistades. Al día siguiente, durante su presentación enMontevideo Comics, fue abucheado por algunos adolescentes que interrumpieron su charla, ansiosos por ver la película de animé que venía a continuación. Sin embargo, nunca dejó de cruzar el río ni de producir una obra en la que la cultura popular y la idiosincrasia uruguaya aparecen con regularidad, incluso con más frecuencia que en los sketches de Capusotto.
Su libro Casi uruguayo (Random House, 2019) es solo una muestra de ello, ya que a lo largo de su obra se dispersan guiños, comentarios y personajes de esta orilla. Muchos de estos se pueden encontrar en sus redes sociales y también en su tira Bife angosto, de casi 20 años de publicación ininterrumpida.

Otro de los proyectos más duraderos que lleva adelante es un podcast que ya cuenta con más de cien episodios. Se llama Sonido bragueta y lo graba junto al escritor uruguayo Ignacio Alcuri. Se conocieron en 2011, y, después de algunos viajes más, tras haber hecho una presentación conjunta de libros, decidieron probar con un podcast en un momento en que el formato recién comenzaba a extenderse. “Todos los capítulos, hasta ahora, tienen la premisa de no tener tema ni guión”, dice.

De la página a la escena.
Su humor no sigue un tema único. Puede aludir al rock, las historietas, el cine o a la cotidianidad, o incluso al absurdo en sí mismo, como en su reciente novela gráfica digital Daikiri no. Puede ser humor para adultos y, últimamente, también para niñas y niños. Y además de moverse en estos terrenos, también experimenta con las presentaciones en vivo. “En el caso del show que llevamos con Casciari a Montevideo, yo participo como dibujante de lo que él va narrando. Es algo complementario, como el que ilustra cuentos de un libro, pero en una sala de teatro”, cuenta a Domingo.
Además de esa experiencia, ha desarrollado un proyecto de show con Esteban Podetti, otro referente del humor gráfico argentino. Aunque del papel al escenario parece haber una gran distancia, en su caso, por su carisma y otras experiencias (tuvo un tiempo en la radio y mantiene hasta hoy un dúo musical llamado Fiambre Moderno), se trata de un cruce lógico. “Con Podetti habíamos hecho algunas experiencias en eventos de historietas, dibujando y jugando con el público al estilo de lo que se hace en el teatro de improvisación”, explica. Así, toman premisas que les da el público e improvisan chistes gráficos en pizarras. “Es una adrenalina total, porque no puede pasar que no se te ocurra nada. Lo interesante es que me lleva a buscar un engranaje que he usado en todos estos años de profesión, pero en otro ritmo. Porque cuando uno tiene que hacer una entrega para un medio gráfico o un portal web, te dan unos días para pensar, desarrollar y pulir la idea. Esos tiempos de entrega me generan una mezcla de frustración y un estímulo”.

La improvisación que aplica en el teatro parece ser propia de su estilo de humor. Sin embargo, Sala hace una distinción al respecto. Una cosa es el chiste unitario o de unos pocos cuadros, donde debe trabajar sobre una idea elaborada, golpes de gags y algún tipo de ritmo. En esos casos más breves, casi no hay espacio para la improvisación. Lo que parece improvisado, en realidad se observa en muchas de sus historietas largas, aunque tiene más que ver con un enfoque delirante y muy libre hacia la sorpresa, el humor, lo bizarro y el absurdo. “En esos proyectos extensos (como en Parto de nalgas, una historieta que hizo con Alcuri) me gusta desarrollar esa libertad y el factor de lo inesperado a partir de una idea inicial. Es tratar de ver qué pasa, intentar sorprenderse a uno mismo”, dice.
Daikiri no es un libro digital de 150 páginas, estructurado en páginas de seis viñetas (salvo unas pocas), por lo que se lee con un ritmo sostenido. Empieza con una idea básica que se le ocurrió en un tren y luego continúa como un hilarante viaje surrealista.
Dice que lo ha inspirado el escritor uruguayo Mario Levrero. “Él es, en parte, un faro para todo lo que hago. En entrevistas y en su libro La novela luminosa, al que siempre vuelvo casi como si fuera un texto de consulta, sostiene que no puede tener un horario de trabajo o una especie de método. En mi caso no es exactamente así, pero mi motor son las fechas de entrega que me marcan”, cuenta. “En el caso de Daikiri no me propuse terminarla en un mes. Quería hacer algo rápido y sacarlo y, sobre todo, divertirme yo. Fue más una cuestión más de urgencia y de deseo que otra cosa”.
Arte y legitimación.
Es probable que, si no circulara por canales digitales y tuviera el amparo de figuras influyentes en otros ámbitos, Daikiri no sería reconocida como una obra de arte que excede el humor gráfico escatológico y absurdo más salvaje. Por momentos, esa historieta deja de ser figurativa y se convierte en secuencias de ilustraciones abstractas, pero encadenadas mediante la armonía que impone una mano experta en narrativa visual.
Pero para lograr un reconocimiento así, esta historieta debería trascender hacia otros ámbitos como ha sucedido con obras que tiene reconocimientos literarios o de parte del mundo de las artes visuales. Sala, sin embargo, no está de acuerdo con esos planteos. “A veces parecería que la historieta necesita vincularse con otras artes para justificarse, para no sentir vergüenza de sí misma”, dice. “Fijate que se tuvo que inventar el concepto de novela gráfica para que la historieta entre en librerías generales, la de los libros ‘de verdad’. Una novela gráfica se supone que es un libro adulto, con temáticas más complejas y más autorales, que tratan asuntos más conflictivos donde aparece la enfermedad, la muerte, la política, el periodismo, las crónicas de vida. Aunque no es otra cosa que una historieta larga y autoconclusiva. Son complejos que carga la propia historieta desde hace muchos años”.