El juego del calamar, la serie surcoreana de colores llamativos sobre una competencia mortal, se estrenó en Netflix en 2021 y se convirtió casi de inmediato en una sensación internacional. Hwang Dong-hyuk, su creador, guionista y director, apenas podía creerlo.
“Literalmente, me pellizqué”, dijo. “Fue muy surrealista”.
En 2009, tras obtener una maestría en cine en la Universidad del Sur de California, regresó a Corea del Sur sin dinero y desmoralizado. Pasaba sus días refugiado en cafeterías, leyendo cómics sangrientos y endeudándose cada vez más. Fue entonces cuando comenzó a imaginar una historia sobre una competencia basada en juegos infantiles populares, en la que los jugadores resolverían sus problemas económicos… o morirían. Nadie quiso financiar ese proyecto embrionario hasta que casi una década después, lo contactó Netflix.
En su primera temporada, El juego del calamar se convirtió en la serie más popular de la historia de la plataforma, generando análisis, productos derivados, memes y funkos. Se podía comprar el canguro de la serie, con el número 456 del protagonista, Gi-hun (Lee Jung-jae). También era posible participar en recreaciones menos letales de los juegos, con puestos de comida y tiendas de recuerdos. Una sátira del capitalismo había terminado siendo un triunfo capitalista.
“Aún es surrealista”, admitió Hwang.
Al principio, se mostraba reacio a continuar con la serie. El rodaje de la primera temporada fue tan extenuante que pospuso cuidados médicos básicos y, tras la filmación, tuvo que extraerse varios dientes. Pero, alentado por Netflix, accedió a realizar dos temporadas más, filmadas de manera consecutiva. La segunda se estrenó el 26 de diciembre y rápidamente se convirtió en el mejor debut de la plataforma, aunque con una recepción crítica más moderada. Netflix estrenó ayer los seis episodios de la tercera y última temporada.
Hablando unas semanas antes del estreno, Hwang no quiso adelantar el final, pero sí sugirió que transmite su esperanza en la humanidad. Si se ha visto la serie, con su impresionante cantidad de muertes, eso sería improbable. Pero Hwang parecía decirlo en serio.
Estas son versiones editadas de una charla con Hwang.
— ¿Alguna vez pensó que sería famoso en todo el mundo?
—Soñaba con ser famoso. La razón por la que fui a estudiar a California fue porque quería ser cineasta en Hollywood, pero tuve que volver a Corea para hacer mi primera película. Renuncié a mi sueño de Hollywood. Estuve demasiado lejos durante demasiado tiempo. Y de pronto sucedió: El juego del calamar me regresó a Hollywood. Cuando dejé de soñar, el sueño se hizo realidad.
—¿Cuál es su mejor suposición sobre por qué la serie se volvió tan popular?
—Conectamos con algo del zeitgeist a través de El juego del calamar. Esa sensación de urgencia, de crisis que pesa en la vida diaria de las personas, permite que cualquiera se identifique fácilmente con Gi-hun. El hecho de que abordé los problemas de la competencia sin límites de la sociedad a través de juegos infantiles… ese contraste atrajo a mucha gente. Todos hemos jugado esos juegos. Apela a la nostalgia.
—Después de la primera temporada, dudó en hacer más episodios. ¿Por qué?
—Escribí, dirigí y produje toda la temporada. Fue una tortura. Perdí ocho dientes. Mientras filmaba, no paraba de decirme a mí mismo y a mi productor: “Esto es todo. Nunca volveré a hacer una serie. No así”.
—¿Por qué trabajar así? Hay salas de guionistas, hay otros directores en el mundo.
—La situación en Corea es totalmente distinta. No existen salas de guionistas. Y como cineasta, siempre trabajé solo. Así que si quería hacerlo, sería todo por mi cuenta.
—¿Qué fue distinto al escribir y filmar las temporadas 2 y 3?
—No fue fácil. Maté a todos esos personajes queridos de la primera temporada, así que tuve que crear nuevos para las siguientes. Pensé que sería interesante incluir personas que tuvieran vínculos entre sí. Así que están Gi-hun y su mejor amigo, una madre y su hijo, una ex pareja esperando un bebé. Relaciones muy íntimas. Los anfitriones de los juegos lo hicieron a propósito, para aumentar el valor del entretenimiento.
—Es como los anfitriones!
—Sí, lo soy. Soy el cerebro detrás de todo.
—¿Qué tan realista querías que fuera la violencia?
—Quería retratar lo que significa el fracaso social a través del concepto de la muerte, porque en realidad hablo de una muerte social. Así que es más bien una analogía. Pero hay partes que deben ser realistas por el bien de la historia. Entiendo que pueda parecer muy violento o brutal.
—Entiendo El juego del calamar como una sátira del capitalismo. ¿Qué opiná de que se haya convertido en un fenómeno de marketing?
—No hice El juego del calamar como propaganda. Pero con estas historias, quiero plantear cuestiones sobre el hecho de que en el capitalismo tardío estamos fallando en cuidar a quienes quedan fuera del juego. No estoy radicalmente en contra de lo que hace Netflix con el merchandising y las experiencias. Si después de ganar todo el dinero posible, Netflix puede hacer algo bueno con eso, bien. En cuanto al público, me alegra que lo disfruten. Pero espero que después de ver la serie también se tomen un tiempo para reflexionar sobre los problemas actuales. Si no hacen nada de eso y solo disfrutan los productos y experiencias, eso sí puede ser un problema. Pero mientras implique algo para pensar, estoy bien con eso.
—Cuando Gi-hun regresa en la temporada 2, quiere destruir los juegos. ¿Cree en el poder del individuo para generar cambios?
—Gi-hun en la segunda temporada es como un Don Quijote. Lucha contra todo pronóstico; fracasa. El capitalismo se ha vuelto demasiado sólido, demasiado impenetrable. Un individuo así, está condenado al fracaso. Muchos espectadores se reían de Gi-hun, se burlaban de su ingenuidad. Eso me entristeció. Lo señalan, creyendo que es un tonto. Así de poco creen las personas en el cambio. Ya no vivimos en una era en la que una sola persona pueda cambiar el mundo pero si cada uno se despierta, el cambio es posible.
—¿Es optimista con respecto a la humanidad?
—Si ves el final, vas a encontrar mi respuesta. Estoy intentando no perder la esperanza. El mundo nos empuja a volvernos más sarcásticos, más cínicos. Pero, como Gi-hun, estoy haciendo todo lo posible por mantenerme fiel a mi conciencia y conservar la esperanza en la humanidad.
—Entonces, ¿el éxito no te corrompió?
—Aún no. Sigo viviendo igual. Sigo manejando el mismo auto de hace 10 años.
—¿Está contento de haber terminado con El juego del calamar?
—Sí, estoy muy cansado. Hace mucho que no duermo bien. Quiero descansar. Y después quiero hacer cine. Ya tengo una idea para mi próxima película.
—¿Es tan violenta?
—Sí.
Alexis Soloski, The New YorkTimes